Cada año, 12 millones de turistas viajan una hora desde Toronto para presenciar esta maravilla de la naturaleza. | Foto: Istock

Turismo

Cataratas del Niágara: una caída imperdible

En ese impresionante lugar, en la frontera entre Estados Unidos y Canadá, se vierten dos tercios del agua dulce de Norteamérica. Hasta aquí llegan 12 millones de turistas al año.

2 de julio de 2017

*Por Juan Uribe

Es casi imposible no salir empapado luego de navegar 30 minutos en el barco ‘Maid of the Mist’. El bote se acerca tanto a las cataratas del Niágara que parece que lloviera no solamente de arriba sino también de los lados. Ante una garúa que se cuela por todas partes, poco pueden hacer los ponchos rojos de plástico que les dan a los turistas.

Cuesta trabajo mantener secos las cámaras y los teléfonos celulares; pero, a pesar de que se corre el riesgo de que los aparatos se dañen, no es fácil resistir la tentación de sacar alguno con el que se pueda grabar un recuerdo del espectáculo que ofrecen estas caídas de agua. No son unas cascadas cualesquiera. Por las tres cataratas –una del lado de Canadá y dos del de Estados Unidos– se despeña cada segundo un volumen de agua equivalente al que contendrían 1 millón de tinas de baño.

Dos tercios del agua dulce de Norteamérica se vierten por las cataratas del Niágara. Son alimentadas por el río Niágara, que corre desde el estado de Nueva York, en Estados Unidos, hasta este punto fronterizo, ubicado entre los lagos Erie y Ontario. Aquí se precipitan, en promedio, 110.000 metros cúbicos de agua por minuto.

En este lugar, al que se llega desde Toronto luego de un viaje de una hora y media por carretera hacia el sur, la naturaleza protagoniza un show al que cada año asisten 12 millones de turistas. Vienen, sobre todo, al lado canadiense a ver ‘La herradura’, la más fotografiada de las tres caídas, donde el agua avanza a 65 kilómetros por hora y cae desde 53 metros de altura.

‘La herradura’ ha servido de escenario a varias películas. Una de ella fue Niagara, que en 1953 lanzó al estrellato a Marilyn Monroe; otra, Superman, de 1980, mostraba al ‘hombre de acero’ volando para atrapar en el aire a un niño que, por jugar en una de las barandas, acababa de caer en dirección al remolino.

La columna de vapor que se eleva desde aquí puede triplicar en altura a la torre Skylon. Este edificio, que al igual que la CN Tower de Toronto tiene cerca de la punta una plataforma semejante a un platillo volador, cuenta con un sitio de observación a 236 metros sobre el nivel de la calle de la pequeña ciudad de Niagara Falls (Canadá). La diferencia de tamaño entre la torre Skylon y el vapor que se eleva y forma la silueta de lo que parece ser un gigante blanco descomunal, se aprecia con claridad desde un helicóptero.

Ese es otro plan que se propone a miles de visitantes: sobrevolar las cataratas del Niágara durante 12 minutos. Los helicópteros, con capacidad para seis pasajeros, están equipados con ventanas amplias con el fin de que ninguno se pierda la vista de las tres caídas de agua: ‘La herradura’, en Canadá, y ‘Velo de novia’ y ‘La estadounidense’, en Estados Unidos.

Desde el cielo se aprecian las dos ciudades –ambas llamadas Niagara Falls–, pero cada una en un país distinto y unidas por un puente que cruza el río Niágara. Si el viaje se hace entre septiembre y octubre el panorama se enriquece con los tonos amarillos, rojos y naranjas de arces, cedros y otros árboles que se tiñen con los colores del otoño y enmarcan el azul turquesa del río.

Una historia de 18.000 años

El río Niágara, al igual que la cuenca de los Grandes lagos de la cual hace parte el río, es un legado de la última glaciación. Hace 18.000 años la zona sur de lo que hoy es la provincia canadiense de Ontario estaba cubierta por capas de hielo que tenían un grosor de entre dos y tres kilómetros.

En su camino hacia el sur excavaron la cuenca de los Grandes lagos y, al derretirse, liberaron allí enormes cantidades de agua. El agua nunca deja de fluir, pero cuando el invierno es lo suficientemente fuerte y largo se crean formaciones de hielo en las orillas de las cataratas y en el río, lo que puede resultar en que se acumulen montículos de hielo de hasta 15 metros de espesor.

Este puente de hielo puede extenderse justo por la zona donde hoy navegan los barcos llenos de turistas para arrimarse a las cataratas. De hecho, en el siglo XIX era común que sobre las capas de hielo se instalaran tiendas provisionales que vendían bebidas alcohólicas, fotografías y otros objetos. Hasta el 4 de febrero de 1912 estuvo permitido caminar por allí. Aquel día el puente congelado se rompió y tres personas murieron.

Siempre hubo quienes buscaron reconocimiento a costa de las cataratas. En 1901 una profesora de 63 años, Annie Taylor, fue la primera en sobrevivir a la caída de agua: se introdujo en un barril de madera que luego se llenó de aire comprimido y se selló herméticamente antes de ser arrastrado por la corriente. Annie, que esperaba fama y fortuna, terminó golpeada y, aunque divulgó su historia, murió en la pobreza. También salió con vida el francés Jean Lussier, quien diseñó una pelota de goma de 3,6 metros de diámetro y dentro de ella se metió antes de lanzarse por la catarata de ‘La herradura’ en 1928.

Más recientemente, en 2012, Nick Wallenda se convirtió en la primera persona en atravesar las cataratas del Niágara haciendo equilibrio sobre un cable. Lo hizo de noche. Salió del lado estadounidense y 25 minutos después estaba en Canadá. Cuando terminó su caminata de 549 metros, Wallenda les mostró a dos empleados de inmigración su pasaporte, que había envuelto en una bolsa plástica. El hombre estaba empapado, pero sonriente. Igual que los turistas que a diario se asombran ante el poderío de esta maravilla de la naturaleza.

*Periodista.