Tommy Wieringa nació en Goor, Holanda, en 1967. Foto: Johan Jacobs.

ESPECIAL FILBO

Tommy Wieringa, la literatura caribeña de los Países Bajos

Después de crecer en Aruba y de recorrer durante su infancia países como Venezuela y Colombia, Wieringa nunca se ha sentido del todo cómodo con la cultura europea. Por eso, y aunque hoy vive en Holanda, y se considera neerlandés, en su literatura continúa recreando paisajes lejanos, incluidos los de su niñez.

Roos de Ridder* Ámsterdam
17 de abril de 2016

En un día gris y típicamente holandés hablo por teléfono con Tommy Wieringa (1967). Es la semana del libro en Holanda y él, uno de los autores más reconocidos de los Países Bajos, tiene charlas todos los días en todo el país. Un mes antes también hablamos en su editorial, De Bezige Bij, en Ámsterdam, en una sala grande con vista a la Plaza de los Museos. Es alto y calvo, con una mirada penetrante, y me saluda con la mano izquierda porque se rompió un hueso jugando rugby.

Wieringa tiene una honda relación con Colombia porque creció en Aruba y su hermana adoptada viene de allí. Cuando tenía dos años la familia llegó a la isla porque su padre había conseguido un trabajo como profesor. El cambio fue absoluto. Su nueva vida era totalmente distinta de la que había tenido hasta entonces en el campo de Holanda. Durante las vacaciones viajaba a Venezuela y a Colombia. Allí conoció el mundo, ese que describe en sus libros y relatos y que aún hoy alimenta su insecable sed de viajar. Ese afán se ve en su obra, llena de aventuras y de los sabores y paisajes de otros continentes. Me cuenta que en Aruba hay una montaña de 100 metros y que desde la cima se puede ver Venezuela, y casi Colombia. “Crecí tan cerca de Colombia, tan cerca de Macondo, que creo que durante mi juventud sumergí mi dedo en el realismo mágico”, afirma.

La vida en Aruba era idílica. Corrían los años setenta y gozaba de mucha libertad. Sus padres tenían un estilo independiente y sin tapujos. Describe esa época como “una fiesta que duró 8 años”. A los 11 la familia volvió a Holanda, para él la desventura más grande de su vida: pasó de una isla agreste a un país gris y cuadrado donde ya no podía andar descalzo.

Desde siempre ha sentido la necesidad de viajar por la desconexión que siente con Holanda. También porque le gustan las aventuras. De hecho, escribió su primer cuento viajando por Colombia, a mediados de los noventa, “una época peligrosa, en la que había un ambiente como un temblor de violencia, el país estaba asediado por los carteles de drogas. Viajando me sentía como una pez deslizándose entre los obstáculos sin conocer los peligros. Los retenes, los militares, había un atmósfera en la que el miedo era palpable”.

Solo en su adultez logró asentarse en los Países Bajos. “Cuando tenía más o menos 30 años decidí ser holandés, estaba harto de siempre huir y de no sentirme en casa en este país. Para tener raíces empecé a conocer Holanda. Comencé a estudiar los nombres de todos los árboles, pájaros y animales. Ahora soy holandés, pero en mis novelas sigo viajando”.

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En 2005, Wieringa escribió Andanzas de Joe Speedboat contadas por el luchador de un solo brazo, una novela que se desarrolla en su tierra natal, un pueblo en una provincia en el oeste de Holanda. La obra no tardó en convertirse en un triunfo literario y pronto fue traducida a 17 idiomas. Cuenta la historia de Fransje, el narrador, un chico de 15 años que acaba de salir de un coma. No puede caminar, ni hablar, y solo puede escribir y expresarse mediante la escritura, pues su mano y su brazo siguen intactos. Es entonces que entra en escena Joe Speedboat, quien llega al pueblo en un avión que él mismo construyó.

“En definitiva, impactó como un meteorito en nuestro pueblo, que se caracteriza por el desbordamiento de un río en invierno, la existencia de una red fija por la que se propagan los rumores y el gallo de su escudo”.

Después del ruidoso aterrizaje de Joe Speedboat, él y Fransje comienzan su aventura hacia la adultez, que incluye sexo, alcohol y luchas de brazos. El libro permitió a la crítica descubrir la fuerza narrativa de Tommy Wieringa y fue recibido con mucho entusiasmo tanto por la prensa como por el público. Una entrevista sobre la obra tenía el título El Márquez del poder, que ilusionó al autor porque admira el trabajo de García Márquez:

“Tengo una relación especial con Colombia no solo porque mi hermana es colombiana, sino porque el país ha dado uno de los tesoros más grandes al mundo y este se llama Gabriel García Márquez. Su trabajo cubre por lo menos un metro de mi biblioteca, desde El otoño del patriarca hasta Noticia de un secuestro. El trabajo de él difiere en todos los puntos de la literatura neerlandesa, que se expresa en un realismo árido, pues aún nuestros libros surrealistas son áridos. Sin embargo, me extraña que se describa el trabajo de García Márquez como fantasioso, pues considero que posee una claridad muy grande y él mismo ha dicho que no ha escrito nada que no tenga raíces en la realidad, no piensa en cosas sino trabaja para hacer visible lo que es verdad”.

Para artistas europeos, Colombia –y toda Suramérica– es una interminable fuente de inspiración. “Está en una encrucijada de elementos donde existen la tierra para cultivar la imaginación y una realidad que se hace visible mediante la literatura. Un autor neerlandés necesita del mundo porque en Holanda no hay esa diversidad de gente, paisajes y distancias”, dice Wieringa, quien en sus novelas utiliza el mundo como escenario para sus historias. Holanda es tan pequeña que en dos días se atraviesa el país. Las distancias para los suramericanos son muy diferentes: “Un río para los latinoamericanos es un continente para los europeos”.

La importancia del mundo como escenario en su obra se nota en Cesarion (2009), la novela que se lanza en español en la FILBo. “La idea de la novela surgió cuando descubrí que la actriz porno italiana Cicciolina y Jeff Koons tuvieron un hijo. ¡¿Qué tipo de hijo puede tener una pareja como esa?! El libro es una biografía de una vida no vivida. Me lo imaginé como un monstruo, como un pequeño César, pero en el libro resultó ser muy normal”.

El hijo se llama Ludwig Unger y vive con su madre al borde de un acantilado en Inglaterra, donde ambos ven cómo el mar se come la tierra hasta desaparecer su casa. Ambos viven aislados, él y su madre infantil, jugando con maquillaje y muñecas. Ella no habla de su pasado y él no conoce a su padre. Después de que el mar se traga la casa, Ludwig parte en busca de su padre. Solo tiene una carta enviada desde Colombia, donde dice: “Ámame”. La travesía lo lleva al desierto del Darién en Panamá, donde encuentra a su padre trabajando en una gran obra de arte: va a destruir una montaña. El padre “es un artista que cree en la destrucción porque, según él, solo lo que ha sido destruido tiene la oportunidad de ser eterno, como las estatuas de Buda en la valle de Banyan o los Torres Gemelas de Nueva York. No tenían tanta importancia hasta que se destruyeron”. Para escribir esa parte del libro, Wieringa viajó a Panamá, a una zona donde solo hay narcotraficantes y biólogos.

Salta a la vista que en sus novelas los protagonistas siempre tienen una urgencia por viajar, por desplazarse a otros lugares, mientras que en sus relatos de viaje él parece estar más tranquilo, más en el momento. En ellos Wieringa observa cómo cambian las cosas con el tiempo. Por ejemplo, en su más reciente libro de relatos, Honorair Kozak (2015), recuenta su visita al Hay Festival de Cartagena en 2011, dos décadas después de su primer viaje por Colombia: “En la cama de mi hotel encuentro una carpeta con los documentos para el festival. La tarjeta laminada dice que soy escritor. Cuando viajé por Suramérica en aquella época, solía decir con gran firmeza que esa era mi profesión. Solo fui autor de cartas y de páginas de diario, pero la imaginación avanzó hacia la realidad”.

La tranquilidad que se lee en sus relatos también proviene de que, para él, “estar de viaje es una de las mejores manifestaciones de la vida. Es un buen estado. Uno tiene tiempo para pensar, escribir, inventar historias y cavilar. En la vida cotidiana, hace falta tiempo para encontrarse con gente. De viaje uno ve más, tienes tiempo de simplemente hablar con alguien”.

El mundo en que vive y el mundo de sus viajes son incomparables. Pero el viaje alimenta su inspiración. Por eso sigue buscando maneras de ampliar las posibilidades en su obra, en especial en Latinoamérica, un fondo perfecto porque tiene todos los ingredientes de una aventura grande y casi imposible. Algunas cintas del director alemán Werner Herzog, gran inspiración para Wieringa, toman lugar en ese continente por esta razón (Aguirre, la ira de Dios y Fitzcarraldo). De hecho, se podría comparar el proyecto del padre de Ludwig Unger en Cesarion con el proyecto de Fitzcarraldo de mover un barco de vapor encima de una montaña en el Amazonas.

La diferencia entre el norte de Europa y América Latina también se puede observar en la representación del sufrimiento de Jesús. Muchos países latinos enaltecen su sufrimiento, mientras que en las iglesias protestantes su cara refleja paz. Para Wieringa, “es entendible que en países como Panamá y Colombia se retrate su dolor porque es un continente donde el sufrimiento de la gente también es constante”.

Ese sufrimiento es palpable en Estos son los nombres (2015), su más reciente novela, sobre el viaje de un grupo de refugiados por las estepas en busca de una vida mejor. El horror, el dolor, la violencia y el hambre son descritos de una manera despiadada. La obra, que se adelantó a la crisis de refugiados que asola Europa, también narra la historia del policía que los encuentra en un esfuerzo por humanizar a los que han superado el horror y viajan para encontrar un lugar seguro.

Ahora, en abril, Tommy Wieringa vuelve al Caribe, al mundo de su juventud, al mundo grande y ruidoso que inspira sus viajes y sus historias.