El 50 por ciento de la producción mundial de petróleo está destinada a la fabricación de productos derivados. | Foto: Gabriel Henao

CRÓNICA

¡Todo tiene petróleo! Lea esto y lo entenderá

Este hace parte de nuestra cotidianidad a través de múltiples productos. Así lo explica el autor de este texto, quien recrea un día en la vida de un activista ‘antipetróleo’.

Leonardo Gómez*
14 de noviembre de 2018

Ya eran varias las batallas que había ganado Pablo González luchando contra lo que le parecía incorrecto. Se había dedicado más que a estudiar para pasar los parciales de la universidad, a estudiar para defender sus ideales en Twitter. Protestar y sentirse ganador en redes sociales se había convertido en lo más importante. Suspender la exploración del petróleo en su país era su nuevo objetivo. Ya había peleado por el alza de matrículas en su universidad y había logrado que en un potrero en frente de su conjunto construyeran un camino en asfalto para peatones.

Era un lunes de septiembre. A las cinco de la mañana se sirvió un café, mientras revisaba las noticias en su Twitter. Cada publicación lo enojaba más que la anterior y como siempre, se quejaba –en unos 200 caracteres– de que los congresistas ganan mucho, que la educación debería ser gratuita, y afirmaba que era anacrónico seguir dependiendo del petróleo como fuente combustible. Se bañó para salir de casa en su bicicleta. Detestaba la idea de usar bus o carro porque implicaba el uso de gasolina.

Antes de salir dejó lavando su ropa para que estuviera lista a su regreso. Se puso los únicos jeans que tenía limpios y una camiseta con un estampado que él mismo había hecho. Su pelo era su carta de presentación. Para lucirlo elevado invertía al menos cuatro minutos de secador y unos 12 sprays de laca. Se aplicó una ligera capa de base en su cara porque sabía que era absurdo etiquetar el maquillaje como algo femenino. Parte de su ritual mientras se arreglaba era encender una vela aromatizante que absorbiera las malas energías del maldito mundo contaminado. Le puso el lazo a Tomás, su perro, para que saliera con él.

Cargó preservativos, pues en la noche se vería con Dani, su novia. Pedaleó más de una hora. Tomaba agua constantemente. Empezó a llover y se puso un suéter. El agua hizo que se le cayera una venda que tenía en el tobillo. El día anterior se había dado un golpe con el tubo del que amarra su bicicleta. Como pudo se aplicó unas gotas de suero y se cambió el vendaje. Tomás le lamió la herida mientras Pablo le ponía un impermeable.

La hora de protestar

Escampó. Llegaron a la sede de la firma de petróleos donde iba a protestar. Aseguró afuera a Tomás y a su bici y entró. Era un pasillo largo con cuadros en la pared que se puso a mirar porque había olvidado poner a cargar su celular la noche anterior. Estaba sin pila y no tenía nada mejor que hacer. Los astros se alinearon. Con carga no habría reparado en los cuadros del pasillo. Pablo no podía dar crédito a lo que estaba viendo.

Empezó a recorrer sus pasos desde que se había despertado. Sus mensajes de protesta en Twitter estaban almacenados en enormes servidores hechos a base de… ¡petróleo! Su celular estaba hecho con… ¡petróleo! Su arma más pura de lucha era un producto fabricado con… ¡petróleo! Por cierto, su taza de café, también. Y mientras más repasaba las imágenes de esos cuadros, más le recordaban su rutina diaria. La veladora, el detergente que puso en la lavadora, sus jeans. Y se dio golpes en la cabeza cuando vio en el cuadro una información que hablaba de ‘pinturas’.

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Estaba salvando la Tierra del ‘capitalismo’ al pintar él mismo su camiseta, con colorantes hechos básicamente de resina, derivados del petróleo. Agradeció al universo haber olvidado cepillarse los dientes, pues el cepillo también viene del mismo material. ¡Los preservativos! Su plan era no contaminar más el mundo con la producción tóxica de pañales, pero promovía el uso de condones. El impermeable de Tomás. Su botella de agua, su secador, su maquillaje, el vendaje, la bolsa de suero, la laca, su bicicleta, todo tenía… ¡petróleo!

Sin saberlo consumía entre seis y diez litros diarios de esa sustancia ‘demoniaca’. Pensó en transportarse en patines, pero también: petróleo. Un cuadro enorme de la multinacional Vetra, indicaba que en promedio el 50 por ciento de la producción mundial de petróleo se dedica al combustible, y la otra mitad a productos derivados. Muchos de ellos hacían parte de su vida.

Pablo quiso tuitear. Se vio en una encrucijada. Su misma herramienta de protesta, su celular, necesitaba de su objeto de pelea para funcionar. Y así entendió la gran paradoja.

* Periodista.

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