"Somos hijos de un centralismo histórico, un centralismo mental, que duró más de un siglo". | Foto: Pablo Andrés

OPINIÓN

“Solo disfrutamos de la diferencia en vacaciones”

Afirma Juan Carlos Bayona, escritor y docente. Aunque nuestra Carta Política consagra la inclusión como un principio constitucional, los colombianos no reconocemos ni aceptamos al diferente.

Juan Carlos Bayona*
25 de septiembre de 2018

El artículo séptimo de la Constitución Política de Colombia de 1991, que reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la Nación, tiene dos renglones. Nada más. Sin embargo, para que llegáramos a él, tuvieron que pasar 105 años contados desde 1886.

Este fue el año de la Constitución, que además inauguró el periodo de nuestra historia conocido como La Regeneración. Durante esta época, mucha sangre corrió debajo de los puentes. Es bueno recordar que, la Constitución de 1886 había sepultado los ideales federales y libertarios de la anterior, la de 1863, conocida como la Constitución de Rionegro o la Constitución de los Radicales.

Nadie se acuerda hoy que en ella, que duró apenas 23 años, se consagraron principios como la libertad de cultos, de pensamiento, de acción, de locomoción, de expresión, de libre cambio, de enseñanza libre y autónoma.

Pues bien, todo eso quedó olvidado, pero no extinguido. Los regeneradores tenían claro su proyecto de nación: una sola lengua, una sola raza, una sola religión, un solo discurso, una sola cultura, un solo acento, una sola forma de amar, en una palabra, una sola verdad.

No se trata de hacer apología de una Constitución en detrimento de la otra. Lo menciono porque somos hijos de un centralismo histórico que duró más de un siglo. Un centralismo mental. Y es evidente que somos otro país en muchos sentidos. No obstante, nos cuesta dejar de mirarnos el ombligo. Solo disfrutamos las diferencias en vacaciones.

Y si nos cuesta incluir otros discursos, colores de piel, otras maneras de ser y estar en el mundo, es porque nos cuesta reconocer. Reconocer lo otro, los otros, la ‘otredad’, dirían los filósofos. Se nos notan los discursos únicos, y sino miremos nuestro monocorde sistema educativo.

Consuela y anima insistir en que lo que estuvo agazapado tantos años, despertó cuando amaneció la Constitución de 1991. Sin embargo, a pesar de estar consagrada la inclusión como principio constitucional, nos hace falta mucho para que esos principios encarnen en nuestras prácticas cotidianas. A pesar de que hayamos dejado atrás tantos feudalismos históricos, hay uno que no se nos despega: el moral. Tal vez el éxodo de venezolanos nos ayude a despegarlo. Tal vez.