"En Colombia cada obstáculo me recuerda mi discapacidad y me indica que no tengo derecho a algo tan básico como transitar libremente". | Foto: iStock

CIUDADES

¿Cómo es moverse por Bogotá en silla de ruedas?

La inadecuada infraestructura peatonal del país obliga a las personas con movilidad reducida a enfrentar cada día una carrera de obstáculos. El periodista Leonardo Gómez cuenta su experiencia.

Leonardo Gómez Jiménez*
10 de abril de 2018

Voy a entrenar al gimnasio del barrio que está a cinco cuadras de mi casa. Me subo a mi silla de ruedas eléctrica. Debo bajar por la rampa de vehículos porque el andén no tiene rampas peatonales. Me toca transitar por el borde de la vía. De repente, un carro mal estacionado me impide seguir avanzando por la orilla, así que debo ir hacia el carril central. ¡Peligroso! Llego a la siguiente esquina donde sí hay una rampa bien hecha, pero no la puedo usar porque encuentro un vehículo aparcado justo en frente. Por fortuna está el conductor, le toco el vidrio y me hace señas de que no tiene plata para darme. No tengo más remedio que hablarle fuerte para que entienda que solo quiero transitar. Al fin mueve el carro de mala gana. Paso la calle y la siguiente acera tiene la rampa despejada, el problema es que está mal hecha: no empieza a ras del piso y está muy inclinada. No me deja subir. Llego al centro comercial y el ascensor para subir al gimnasio no sirve, así que no pude entrenar.

En Colombia cada obstáculo me recuerda mi discapacidad y me indica que no tengo derecho a algo tan básico como transitar libremente. Por eso me resulta tan emocionante viajar a Estados Unidos, allá soy igual que los demás. Nuestro país tiene un problema gravísimo de infraestructura para peatones. Y ojo que no hablo de personas con discapacidad, sino de ‘peatones’. Mientras se piense que este es un problema de una minoría relegada, jamás habrá solución. Todos deberíamos poder andar por un espacio libre y uniforme, pero aquí cada casa y cada edificio modifican su pedazo de andén a su antojo. Y hay algo peor: la falta de cultura ciudadana. Incluso donde hay rampas y andenes planos es difícil usarlos porque siempre hay algún bloqueo, y los parqueaderos reservados pintados de azul son el comodín que nadie respeta.

En Estados Unidos, en cambio, se aplica el concepto de acceso universal. Eso significa que por la misma puerta por donde entra el joven atlético de 20 años, entra el tipo en silla de ruedas y la señora con coche y bebé. Y la solución es simple: construir plano. Punto. Un piso plano sin obstáculos le sirve igual a todos. Así de simple. Opuesto al modelo universal, está el excluyente, el más común en Colombia. Se construye el acceso general a un edificio lleno de escaleras, y de puras buenas personas, se incluye una rampa en la calle de atrás o se entra por el garaje. Eso es excluyente, ¿qué mensaje me están enviando si no puedo entrar por la puerta principal como los demás?

He conocido las cocinas y los recovecos más ocultos de los grandes hoteles del país. Y no porque me interese la gastronomía. La razón es que estos lugares no cuentan con acceso para silla de ruedas, ¡increíble!, así que debo usar los ascensores de servicio. Por ejemplo, el Centro de Convenciones de Cartagena no tiene un óptimo acceso. ¿Es que acaso el señor Slim no puede un día partirse un pie? Ni siquiera los edificios de mostrar están bien hechos.

¿Y los cines? El show que debo hacer para ingresar a una sala de Cine Colombia es tremendo. Solo hay escaleras. Y peor si hablamos del sector educativo. Hace unos años no pude hacer una especialización en el Externado porque no podían garantizarme que el salón tuviera acceso para silla de ruedas. ¡El Externado! En la Universidad Javeriana tomé un diplomado y a los baños del edificio donde estaba solo se podía acceder por las escaleras. Entonces debía pedir una llave para ir al sótano y usar un baño que dejaba mucho que desear. ¡La Javeriana! Y el Politécnico me ha hecho entrevistas de trabajo y el proceso siempre se trunca porque la universidad es nula en términos de acceso: más escaleras y escaleras.

El problema es serio. Primero, se está negando un derecho básico de libre movilidad para cualquier ciudadano. Segundo, se niega el acceso a la educación. ¿Cómo va a mejorar el nivel educativo de personas con discapacidad si ni siquiera pueden entrar a las instalaciones de una universidad? Y tercero, se está limitando el derecho al trabajo. Ya es complicado que una empresa contrate a una persona con movilidad reducida, pero si además no tiene la infraestructura necesaria para que el empleado llegue a la oficina, pues entonces entendemos por qué pobreza y discapacidad van de la mano.

Hoy que está tan de moda la palabra igualdad, vale la pena analizar cómo la falta de una infraestructura universal para peatones rompe la igualdad y nos ubica en categoría de ciudadanos de segunda a quienes no podemos transitar libremente.

*Periodista.