Diego Londoño.

Medellín vive la música

¿La música de Medellín está en el mundo?

Un recorrido por la diversidad de sonidos que han caracterizado a la capital antioqueña. Su entrada a la industria internacional y su consumo.

Diego Londoño @Elfanfatal
16 de septiembre de 2015

Medellín ha sido históricamente un punto en la mira a la hora de hablar de música. Esta urbe con ínfulas de metrópoli es la casa de la diversidad de sonidos: desde el tango arrabalero, pasando por el callejero sonido tropical, la rabia del punk y la oscuridad del metal, las historias del rap, hasta el glamuroso sonido de la nueva música colombiana.

Desde los años cincuenta, la ciudad recibió la industria de la música tropical de otras regiones del país y fue desde ese momento que comenzó a hacer historia y a construir el legado y la grandeza de la música colombiana. Lucho Bermúdez, Joe Arroyo, Rodolfo Aicardi, Los Corraleros de Majagual, entre otras personalidades, construyeron una historia que no volverá y que recordamos con melancolía sonora.

Al otro extremo, el punk y metal de Medellín en los años ochenta fueron referentes sonoros y estéticos en Colombia y Suramérica. La precariedad, la rabia, la suciedad, sumadas a las historias y el sonido arriesgado, permitieron que se constituyeran en parte de la historia musical del país, a través de crónicas sonoras de las calles. Agrupaciones como Reencarnación, Masacre, I.R.A. o Fértil Miseria sonaron y siguen sonando en países como México, Ecuador, Noruega, Japón, España y Estados Unidos. Ya en los años noventa, el rock pudo acercarse a disqueras, firmar contratos y sonar en la radio. Ekhymosis, Bajo Tierra, Kraken, El Pez o Estados Alterados son la mejor muestra de ello; se convirtieron en ídolos de toda una generación colombiana que respiraba rock.

La historia continúa y, hasta hoy, la corriente ha arrastrado consigo la consolidación de nuevos artistas que han autogestionado discos, videoclips y estrategias para sonar y girar en otras partes del mundo, como el caso de Alejo García, Puerto Candelaria, Crew Peligrosos, La Montaña Gris, C15, Pala, Tr3sDeCorazón, TierraDentro, entre muchísimos otros que no alcanzaríamos a nombrar, sin pasar por alto las orquestas sinfónicas de toda la ciudad.

Pero la internacionalización histórica del sonido de Medellín no para ahí. El fenómeno mediático de Juanes, la llegada del reguetón y el posicionamiento de J Balvin, Maluma y Reykon mostraron la cara comercial, el dinero y el escalamiento en la industria musical mundial.

A grandes rasgos, este es un esbozo de lo que pasa con la música de Medellín en el exterior. Es claro que viaja, suena en el mundo, pero ¿qué falta para que se establezca, genere público, compradores y un mercado sostenible dentro y fuera del país?

No hablaré de lo musical, pues los ejemplos de éxito comercial a veces no son los más apropiados, pero sí hablaré de la gestión que le falta a Medellín para entender que se puede hacer visible la música en el exterior y, de paso, ganar no solo seguidores sino dinero.

Y para abordar todo este panorama, hay que entender tantas cosas, que lo último es la música y, quizá, lo primero, la gestión. De todo esto no quedan sino preguntas. ¿Sabemos crear contenidos, interactuar y promocionar nuestras canciones a través de la web? ¿Fidelizamos nuestros públicos? ¿Medellín le aporta novedad al sonido mundial? ¿Sonamos de donde venimos o simplemente somos una copia más de lo que se hace afuera? Cuando su grupo gira, ¿retoma los contactos, seguidores y los mantiene informados de su labor?

Dos realidades de la ciudad se ponen en un paralelo, las que suenan y viajan, como el reguetón, el pop y el tropipop, y las que parecen estar ancladas como raíces profundas a las montañas de Medellín, como el caso del rock, el punk, el rap, el metal, la canción de autor, la electrónica y un largo etcétera.

¿Qué hay que entender? Que falta circulación, formación y consumo cultural. Y quizá, también, que hay que dejar de mirar sesgadamente y aprender de las dinámicas comerciales, de esos sonidos que están teniendo éxito y, ojo, no hablo de payola, ni perder esencia en el arte; hablo de la forma de crear mercado, de fidelizar públicos y de vender en el buen sentido de la palabra.

Medellín debe conectarse con la dinámica de la industria mundial, repensarse y arriesgarse a trabajar de manera diferente. Y quizá, cuando los músicos se miren como aliados (sea el género que sea) y no como rivales, es que los engranajes van a encajar y nuestra música se verá como una escena verdadera y productiva reflejada en el mundo.