Si algo ha definido el siglo XXI ha sido la globalización, por lo menos desde la óptica de la cultura y el entretenimiento. Si pensamos en Colombia, hasta la década de 1990, la nuestra era una economía cerrada para las importaciones, y el concepto “exportación” estaba asociado casi exclusivamente a un solo producto —o a lo sumo a un ramillete limitado de productos— que nos hacía al mismo tiempo tan famosos como monotemáticos.
Ese hermetismo económico producía una sociedad reflejo, que veía con mucha curiosidad aquello que la permeaba desde afuera, y a la vez tenía solo algunos casos de éxito para mostrar en el exterior. Por años, las artes y la cultura tuvieron que vérselas con “un solo renglón de exportación”. Un escritor. Un pintor. Un cantante. En términos generales, los artistas colombianos no se tomaban los mercados internacionales, salvo aquellos golpes de suerte y de talento que se constituían en excepciones a la regla.
Fue apenas hacia mediados de los noventa, cuando la economía se abrió y se vieron las primeras luces del amanecer de un globo conectado por una red de computadores, que los locales comenzaron a abundar en la escena internacional. Pesos pesados actuales como Shakira, Juanes o Carlos Vives hicieron un tránsito que, tal vez, no hubiera sido posible diez años atrás, sin importar su talento. La banda Aterciopelados también surgió, viajo y triunfó al final de esa década. Y en el ámbito local, Estados Alterados y Ekhymosis derrumbaron el mito.
Todo ese proceso resultó fundamental, porque para los artistas de la siguiente generación se crearon un precedente y un patrón para imitar. Cuando las nuevas bandas y solistas comenzaron a surgir en la primera década del nuevo siglo, podían aspirar a convertirse en un artista famoso. Era cuestión de encender la televisión, abrir revistas o conectarse a internet para ver y oír personas que se veían como ellos, hablaban como ellos o que, incluso, habían crecido en la misma cuadra.
El fenómeno no se limitaba al rock o al pop. En la música clásica, el maestro Andrés Orozco, quien estudió en el Instituto Musical Diego Echavarría, comenzó a aparecer en las grandes ligas de la conducción orquestal hacia 2002. Para la misma época, el maestro Alejandro Posada —quien fue profesor de Orozco— ya era director de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Él había llegado a Viena en 1985 luego de graduarse del Conservatorio de Bellas Artes de Medellín. Hoy en día es uno de los referentes, uno de esos modelos, para los jóvenes músicos en formación de la ciudad.
A la fecha, el maestro Posada es director artístico de la Academia Filarmónica y director asociado de la Orquesta Filarmónica de Medellín, se encuentra de viaje en Estados Unidos, viene de Bolivia y sale ese mismo día hacia Perú. “Cuando por primera vez pude agrandar la Orquesta de Castilla y León —explica vía Skype—, se presentaron más de 600 personas de todo el mundo, pero ningún colombiano educado en Colombia. Era muy preocupante”. Eso lo llevó a reflexionar sobre lo improbable que resultaba para los músicos nacionales estar preparados para pasar exámenes de admisión a orquestas o conservatorios del exterior. La inquietud lo animó a constituir la Academia Filarmónica, un programa de la Orquesta Filarmónica de Medellín que les ofrece a músicos jóvenes un espacio para la práctica orquestal permanente.
Paralelo a esto, la Academia se encarga de traer cada año entre 40 y 50 profesores internacionales para que den clases maestras en la ciudad. Estar en contacto con los mejores profesores del mundo les amplía el panorama a los jóvenes —casi todos entre 20 y 30 años— y produce en ellos un efecto alentador. Además, gestionan becas. “Estos muchachos tienen que conocer el mundo lo más temprano posible. Buscamos recursos para que vayan a todo lo que pueda ser interesante afuera: festivales, cursos, encuentros”, explica el maestro Posada. Eso, precisamente, está permitiendo que músicos de la ciudad tomen vuelo. Por tres años consecutivos han enviado muchachos al Verbier Festival en Suiza, “la selección más importante de jóvenes del mundo”. Cuando regresan a la ciudad, algo se ha trasformado en su interior.
Ana Cristina Molina Aponte tiene 20 años y toca el corno francés. El maestro Alejandro Posada la vio en 2011 y la invitó a unirse a la Academia. “Estuve en Liechtenstein con un maestro llamado Radovan Vlatkovic, y aprendí un montón de técnica y conceptos nuevos. El simple hecho de conocer al maestro... pensaba que se iba a morir y no lo iba a conocer [se ríe]. Es uno de los mejores solistas en corno del mundo”. Ana Cristina aplicó en 2014 a un curso de una semana intensiva junto a músicos de varios niveles, todos jóvenes entre 16 y 22 años, provenientes de España, Austria, Suiza y otros países de Europa. Ella era la única que venía de América. Este año volverá.
Además, ha estado en ensayos y conciertos en Ginebra y en Viena, donde tocó en la Ópera junto a otros ocho músicos de Medellín y al lado de músicos de las filarmónicas más reconocidas. “Se abre la mente. Cuando uno vuelve, empieza a pensar de qué manera puede transmitir al público eso que siente. Empieza a pensar qué es lo que quiere transmitir hacia afuera”.
Buena parte de los músicos de la Academia Filarmónica viene de la Red de Escuelas de Música de Medellín. Ana Cecilia Restrepo, su directora, habla sobre los casos de egresados que se destacan en el exterior. Uno es William Chiquito, ahora en la Orquesta de Santa Cecilia en Roma, y Juan Felipe Molano, que dirige la Orquesta Sinfónica Juvenil de Los Ángeles, bajo la dirección artística del maestro Gustavo Dudamel. También habla sobre cinco muchachos que el año pasado estuvieron invitados a la New World Symphony de Miami.
La pregunta, más allá de la anécdota de tener estudiantes afuera, es qué los hace apetecibles, qué permite que músicos de la ciudad comiencen a copar espacios internacionales. “Procesos como la Red los obliga a ser creativos y flexibles —explica Ana Cecilia—; acá deben adaptarse constantemente y eso los hace versátiles. Son recursivos, y eso se convierte en un factor importante cuando van a otros países”.
Pero también señala aspectos de identidad e idiosincrasia: “En el ámbito de la música clásica hay un enamoramiento por lo latinoamericano”, explica. Así como nos seduce lo asiático o lo africano, lo latino comenzó a gozar de un interés especial. Menciona el caso de un clarinetista que, al finalizar su recital, tocó gaitas folclóricas frente al director de la New World Symphony.
Pero ser latino o no es solo una arista. Lo que en verdad está logrando que Medellín sea una ciudad cuyos músicos sinfónicos tengan más capacidad de proyectarse hacia otros países es que cada vez acceden a mejor formación. El maestro Posada señala que programas como la Red de Escuelas han motivado la enseñanza musical, además de las universidades. “La Universidad de Antioquia ha proyectado su carrera de Música. En el Instituto de Bellas Artes, Música se convirtió hace algunos años en un programa universitario. Hacemos comparativos: ¿cuánto está tocando un niño de 15 años en Medellín y cuánto en Noruega?”. La respuesta es que cada vez la distancia se acorta.
Así, Medellín está reuniendo lo mejor de ambos elementos: a esa cierta vocación rítmica, que parece ser innata en muchos de sus músicos, se le suma enseñanza de mejor nivel, infraestructura e instrumentos de calidad.
El Factor X
Si Medellín es una ciudad que ha comenzado a exportar artistas atractivos para productores en el exterior, ¿qué les permite llegar a tarimas internacionales? ¿Hay alguna cualidad especial que el público perciba? La respuesta, aunque se busque lejos y se intente encontrar a alguien que tenga una teoría gruesa, resulta estar más cercana y ser más sencilla de la cuenta: la disciplina y la capacidad para trabajar. Desde los concertistas sinfónicos hasta los reguetoneros que están vendiendo duro en los mercados anglo, los nuevos músicos de la ciudad parecen caracterizarse por su constancia. El maestro Posada les insiste a los miembros de la Academia Filarmónica que ser músico es equivalente a ser un atleta de élite, y como tal tiene que entrenarse a diario y con los mejores. A todo esto se suman otros factores culturales, como la simpatía y la facilidad para socializar y entablar amistades. Ana Cecilia Restrepo ha reconocido esos elementos en las salidas al exterior con los alumnos de la Red de Escuelas: “Se relacionan muy fácilmente, entablan conversaciones, están dispuestos y abiertos a hacer cosas nuevas, no se atemorizan”.
A veces nos resulta difícil aceptar que ser de donde somos y como somos es, en sí mismo, una ventaja. Pero en la música parece tratarse de un valor agregado que otros captan, especialmente en los artistas más ligados al entretenimiento.
Álvaro José Osorio es el gerente de GoFar Entertainment, una empresa con un roster —término de la industria equivalente a catálogo— cercano a 300 artistas entre nacionales e internacionales, en ocho géneros. Su fuerte es lo que en los últimos años se conoce como género urbano.
—¿Qué matiz hace atractivos afuera a los artista que son de Medellín?
—Las ganas. La pasión. La garra.
Por su parte, Lucas Arnau, que vive en la ciudad y es uno de los cantantes pop con más trayectoria internacional, concuerda: “Somos tenaces, camelladores, empedernidos, creativos. Creo que eso nos distingue en el medio. Gente que se dedica a sacar una idea adelante y la lleva hasta el final, y en esta carrera el más trabajador es al que mejor le va, por encima de muchas otras cosas —y añade—: tiene que ver con el artista. Alguien puede tener música buena, pero no le gusta hacer promoción. Otros tienen música no tan buena, pero trabajan el triple y logran salir”.
Desde México, donde se encuentra girando, J Balvin dice: “Tenemos un carisma especial, de estar disponibles para la gente. En la cultura nuestra uno crece con algo que le dice que mientras más reconocimiento, mientras más poder, hay que ser más humilde. Es como una inversión. Todo eso ha permitido que la gente se sienta muy cómoda y nos vea como una clase de artistas diferentes a los que el mundo está acostumbrado”.
—¿Ser de Medellín le aporta como artista, lo diferencia?
—Cien por ciento. La personalidad de mi tierra me ha permitido tener un sabor diferente y que la gente me perciba de otra manera.
Para el caso de un género como el reguetón, ser de Medellín se ha convertido en un verdadero valor agregado. “La ciudad se volvió la espina dorsal del género urbano en el mundo —explica Osorio— y una despensa de artistas. Hay una seducción. Hay un valor internacional en estos artistas solo por ser de donde son”. Así como asumimos que un salsero cubano tiene el son adentro y esperamos que una banda de Seattle toque con mucha rabia, se asume que los reguetoneros de Medellín tienen el dembow.
También han surgido fenómenos inversos, en los que artistas internacionales encuentran en Medellín una plataforma de lanzamiento. Maite Hontelé es una trompetista holandesa radicada en la ciudad hace seis años. Tocaba salsa desde los 17 en Europa, y aunque giraba con bandas integradas por latinos, una audiencia más fría y que no entendía las letras por completo hacía que su experiencia salsera fuera incompleta. Reconoce que ser una rubia que toca música antillana y dirige a un grupo de hombres llama la atención, pero asegura que después de un tiempo los artistas dejan de ser objetos exóticos y se convierten en otro más que debe demostrar que su show convence. En ese sentido, el público la ha validado: después de todo, toca con el mismo sabor de una mulata.
Hontelé irrumpió en el ámbito de la salsa hace unos años con un disco que se llamó Llegó la mona, y desde entonces Medellín se convirtió en su base de operaciones; vive acá, pero es una artista del mundo nominada en 2014 a un Grammy Latino. “Hablaba con holandeses hace un mes —dice cuando reflexiona sobre las cosas que ha conseguido y que, quizá, no hubiera logrado en su país—, y el hecho de vivir en Medellín hace que te tomen más en serio si tocas música latina. Si estás en Holanda, no te puedes comunicar con los grandes de la música. Yo, en seis años, me he encontrado acá con Oscar D’león, con la Sonora Ponceña, o con el Gran Combo”.
A la fecha, Maite trabaja de la mano de Merlín Producciones —un estudio local—, pero cuando llegó, seis años atrás, era una de esas pioneras de la autogestión. Sin duda, la tecnología, internet y las redes sociales han hecho que todo sea distinto. “Si no tienes una disquera y todo este cuento, las redes sociales te permiten llegarle al público de una manera práctica. Creo que la buena música y el buen uso de las redes sociales son una mezcla que permite una internacionalización”, explica J Balvin. Después de todo, en términos simples, alguien puede hacer una canción en la casa, colgarla en YouTube y volverse famoso. Estadísticamente, hoy en día esa es una posibilidad real. Y aunque ese no fue su caso, porque el suyo ha sido un ascenso escalonado, la penetración de su música a territorios tan lejanos como Rumania, Turquía y Grecia se la debe a internet.
“Hoy en día, con las plataformas se abren mercados que uno antes no podía abrir o sostener. He llegado a países que no había conquistado radialmente gracias a las ventas online”, sostiene el cantante Lucas Arnau, quien además usa otra de las estrategias actuales de internacionalización: los feat —abreviatura de featuring, en inglés—, en los que un artista invita a otro, por lo general de un género distinto, a cantar. Eso permite comenzar a ser fuerte en nuevos lugares o atraer público de otros gustos, apalancado por el compañero de dúo. Arnau acaba de hacer un dueto con Carlos Baute para comenzar a entrar a Argentina. J Balvin cantó con el rapero estadounidense French Montana. Como explica Álvaro Osorio, el feat y el remix —donde cada músico pone su letra y su talento en una canción— se basan en cierta amistad o empatía que tengan dos cantantes. Por eso, el músico actual no puede vivir encerrado en sí mismo.
Tal vez el género más rezagado cuando se trata de internacionalizarse es el rock. Luego del impulso durante los noventa algo se desaceleró. O al menos en lo más vistoso, porque en el underground siempre se seguirá moviendo un circuito de bandas que vienen y van. Paula Restrepo, una colombiana conductora de sitios web en Buenos Aires que promociona músicos de rock en Argentina, interpreta el fenómeno desde dos aristas. Por un lado, actúa lo efímero de las bandas. “Grupos con potencial de reventarla pero solo duran uno o dos años”, explica. Recuerda proyectos como Volátil y Panorama, que tenían lo propio para salir, pero se separaron.
De otro lado, señala la ausencia de mánager. “Los mejores mánager están en todo. Uno bueno te lleva desde lo más mínimo hasta lo más grande. Te lleva a tocar donde debes tocar; en televisión, a los programas adecuados, no a uno de cocina. Un buen mánager tiene la visión de las redes sociales, cierra contratos, les responde a los fanáticos, a los que quieren entrevistas. Un buen mánager hace accesible a la banda”. Pero en Medellín, por lo regular, las bandas carecen de una gestión continuada, en buena medida por su misma propensión a la brevedad.
Paralelo al manejo aparecen las relaciones públicas. Tener contacto con el mundo es fundamental. “Hacerse amigo de gente de México, de Lima, de Bolivia. Comenzar a seguir bandas y hacer amistades”. Y reconoce que allí otros géneros tienen mucho que enseñar: “Lo que sucede con los reguetoneros es que todos hacen feat con todos. Eso no existe en las bandas de rock”. Así las cosas, al rock puede estar restándole velocidad su misma actitud independiente.
Todo eso, por supuesto, si analizamos el asunto desde la perspectiva del mercado, que nunca dejará de ser tiránico con sus números de ventas. Pero a niveles menos masivos hay un intercambio de artistas locales que viajan y se presentan en otros países en un verdadero ejercicio de intercambio cultural, impulsados por festivales de música que los invitan. Estimar qué tan grande, pequeño o continuo es ese flujo resulta complicado. Lo cierto del caso es que internet ha permitido que una banda entre fácilmente en contacto con un agente de booking extranjero. Un par de semanas atrás, Dane Roberts, del Victoria Ska Fest que se hace en Canadá, estuvo en la ciudad pescando bandas como De Bruces a Mí.
Una suma de elementos configura la respuesta a la pregunta inicial: ¿qué hace exitosos —o por lo menos atractivos— a los artistas de Medellín en el exterior? El romance de los mercados anglo con lo latino, ciertos elementos de idiosincrasia, nuevas plataformas de circulación global, una oferta de formación musical más amplia y refinada, las becas, la inversión pública en infraestructura y, en especial, las becas y estímulos a la circulación nacional e internacional en el área de música, que se hacen en el marco de las Convocatorias de Arte y Cultura. De ese modo, con dineros públicos de la Secretaría de Cultura Ciudadana, se apoya el talento artístico, el trabajo creativo, se alientan los productos de calidad y se abre la puerta para que músicos locales se proyecten con mucha potencia hacia afuera. Este año se entregaron nueve estímulos a coros, orquestas, bandas de jazz , rock y otros géneros. Todo eso, sumado a referentes de éxito e imitación, permite que en los nuevos artistas se incube el deseo realizable de llegar tan lejos como les sea posible.
Siempre existirá el dilema de los géneros, unos más masivos que otros, y territorios más propensos a acoger tal o cual ritmo. Los países andinos son afines y curiosos con lo que se hace en Colombia, sobre todo en tropical y pop. Perú es especialmente receptivo. Incluso músicas que por sonoridad, lenguaje y referentes sentimos que tal vez son muy locales terminan sonando con mucha potencia afuera. Para este reportaje, Darío Gómez, “el Rey del Despecho”, no pudo ser contactado, pues salía a una gira que incluía a Barcelona y París. Al final de cuentas, nunca terminaremos de descifrar qué es lo que los demás encuentran atractivo en nosotros. Cuestionarlo es entrar en los terrenos insondables de la universalidad de la música.