En 2018 se rompió un récord de asitencia en el Joropoódromo con más de 6.200 bailarines en escena. | Foto: César David Martínez

CULTURA

Así se conserva la cultura llanera en el Meta

La gobernación del Meta, a través del Instituto de Cultura, desarrolla el programa ‘Volver a las raíces’ con la finalidad de masificar el joropo y crear identidad llanera en los jóvenes metenses.

Nathalia Acosta*
30 de septiembre de 2019

El ruido termina cuando José Luis Rodríguez entra al salón de clases. Sin necesidad de regaños y como si fuera lo más natural, todos se alistan para salir al coliseo. Mientras forman una larga fila cada uno asegura los cordones de sus tenis. Nadie quiere salir herido en las batallas de zapateo que se forman a esa hora.

Caminan ordenados hasta el centro del recinto. Se sientan en círculo y comienzan a estirar. “1,2,3...vamos vamos, hasta abajo, hasta tocar las puntas de los pies”, les dice el profe José Luis con tono seco y enfático. También realizan ejercicios para estirar las manos, el cuello y la espalda. Todo esto sin música, solo los acompaña el canto de un par de loros y azulejos que se posan en árboles cercanos al colegio.

“Por favor, cada uno busca a su pareja”, agrega el profe. Todos ya conocen la formación. Se ubican frente a frente y se cogen de las manos. Inician con punta de soga, uno de los pasos básicos. Los niños empiezan arrastrando con el pie derecho, haciendo seis movimientos: arrastra, marca, marca, arrastra, marca, marca. Las niñas hacen los mismos movimientos pero comienzan arrastrando con el pie izquierdo. Luego practican el cruzado, el remate y la pechera, otros pasos empleados en el baile.

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Así transcurren las clases de joropo en el Colegio Departamental Catumare, en Villavicencio. Cada jueves, a las 2:30 de la tarde, los estudiantes de grados tercero, quinto y sexto reciben la visita del profe. Ese, con el que han aprendido a través del baile, el amor por su cultura llanera.

Estas jornadas hacen parte de ‘Volver a las raíces’, una estrategia que desarrolla la Gobernación del Meta a través del Instituto Departamental de Cultura. Su objetivo: masificar el joropo y crear identidad llanera en las nuevas generaciones.

“El desarrollo del sector petrolero hizo que muchos municipios perdieran el arraigo por sus tradiciones. Por eso, desde nuestro plan de desarrollo estamos realizando acciones que fortalezcan el sentido de pertenencia por la ‘llaneridad’ en nuestros niños y jóvenes”, explica Horacio Vasco, director del Instituto de Cultura del departamento.

El programa inició en 2017 y para el primer semestre de 2019 alcanzó la cifra de 7.000 alumnos inscritos en el proceso de formación. El trabajo es realizado por 33 instructores profesionales de joropo, que dictan clases en 59 instituciones educativas en 24 de los 29 municipios del departamento.

Laura Sofía Enciso, estudiante de grado quinto de primaria del Colegio Catumare, de tez trigueña y cabello hasta la cintura, cuenta que ha encontrado en el joropo el método perfecto para liberar sus emociones. “Con mis movimientos transmito felicidad a las personas que me están mirando y motivo a otros chicos a contagiarse de su magia y querer practicarlo”, dice Laura, que con tan solo 11 años de edad ya hace parte del grupo avanzado de danza tradicional.

Además, el joropo también se ha convertido en una alternativa para aprovechar el tiempo libre de los jóvenes metenses. Nidia Cuesta, madre de Andrés Hernández, uno de los adolescentes beneficiados, considera que por medio del programa los niños se alejan de las malas compañías y, al mismo tiempo, conocen y se apropian del folclor de la región.

El impacto de esta iniciativa no solo incide en la cantidad de jóvenes beneficiados, sino también en la calidad del baile que se muestra nacional e internacionalmente. Ejemplo de ello es la participación masiva que en los últimos años ha tenido el Joropódromo. En 2018 se registró un récord de asistencia: más de 6.200 bailarines estuvieron en escena.

Este evento nació en 2001 en el marco del Torneo Internacional del Joropo y se ha convertido en uno de sus mayores atractivos. Se trata de una gran parada dancística callejera, en la que participan academias e instituciones privadas y gubernamentales provenientes de todo el departamento y de otras partes de Colombia y Venezuela.

Por las calles de Villavicencio caravanas de niños, jóvenes, profesionales y aficionados, bailan al ritmo de joropo. A su paso generan alegría colectiva con sus multicolores trajes y diversas coreografías con música en vivo.

Estamos convirtiendo al Joropódromo en el evento magno de joropo en la región. En la edición de 2018, el 60 por ciento de los participantes hacían parte del proceso de formación que desarrollamos en el instituto. Además, les entregamos a los colegios una dotación de 5.800 trajes típicos de joropo para que los jóvenes tengan mejores condiciones y no exista excusa para dejar de bailar”, añade Vasco.

El director además afirma que un niño que aprende a bailar joropo más adelante va a querer cantar y tocar su joropo. Y por esta razón, desde el Instituto de Cultura también se desarrolla un programa de formación en música tradicional llanera.

Más de 1.500 niños de siete municipios del departamento, incluida la comunidad indígena jiw en Mapiripán, reciben clases de música dictadas por ocho instructores profesionales. Además, se realizó la entrega de instrumentos llaneros como arpas, bandolas, maracas, bajos y cuatros.

Precisamente, este último instrumento es el favorito de Freddy Torres. De ojos pícaros y sonrisa expresiva, este cumaraleño hace sonar el cuatro de tal manera que al escucharlo tocar parece tan sencillo como dejar el corazón latir. “Concentración y felicidad, eso trato de transmitirles a las personas. La música llanera es única, sus letras representan nuestras tradiciones, el campo, la ganadería y naturaleza”.

El profe de danza

José Luis Rodríguez creció en una familia campesina del Casanare. En Villanueva, municipio donde creció, cada año se realiza el San Pascual Bailón. Una tradición dedicada al santo San Pascual con la finalidad de traer prosperidad para los terrenos.

Su infancia estuvo rodeada de música, bailes y tradición llanera. Así empezó su gusto por el folclor de la región. A los 5 años ya conocía los pasos básicos y tiempo después comenzó a asistir a casas de la cultura. “Cada tarde iba a ver las clases de joropo. Desde una ventana prestaba atención a los pasos y en las noches, cuando llegaba a mi casa, los practicaba frente al espejo de mi cuarto”, cuenta.

Luego de meses de práctica logró conseguir una audición para ingresar al equipo profesional de la casa de la cultura de su municipio. Al terminar su presentación todos quedaron impresionados con la perfección de sus movimientos. Ese mismo día comenzó con los entrenamientos y se convirtió, con solo 7 años, en el integrante más joven del equipo.

A partir de ese momento participó en diferentes festivales de danza tradicional llanera: recorrió cada rincón de la región y concurso tras concurso consiguió los primeros lugares. También hizo parte, durante tres años, de agrupaciones venezolanas como Joropos Venezuela y la Soga del Cabrestero.

Ahora tiene la oportunidad de transmitir sus saberes. Lleva tres años trabajando con el Instituto de Cultura y asegura que ha sido una de sus mejores experiencias. “Por medio de la docencia puedo transmitir todo el amor que le tengo a mi región, a mi cultura. Fue un proceso largo y exhaustivo, al comienzo muy pocos participaban, pero con el tiempo los grupos se fueron agrandando”. Hoy tiene a su cargo dos instituciones departamentales y les dicta clase a 200 jóvenes de la región.

*Periodista de los Especiales Regionales de SEMANA.