El director editorial de SEMANA, Rodrigo Pardo, durante un recorrido por Montería con el alcalde, Marcos Daniel Pineda. | Foto: Mario Burgos

CIUDAD

"No hay plata, pero sí hay rumbo": alcalde de Montería

Rodrigo Pardo, director editorial de Revista Semana, realizó un recorrido por Montería con el alcalde local. En estas líneas, deja ver que la ciudad es una de las grandes sorpresas de Colombia. Descubra por qué.

Rodrigo Pardo*
9 de mayo de 2018

Si alguna prueba faltara para demostrar que Colombia es un país de sorpresas habría que ir a Montería. La ciudad ha vivido una transformación en la última década que se refleja en todos sus órdenes. Sus estadísticas han mejorado de forma consistente, y su imagen también. Y un cambio así, en un departamento que estuvo golpeado durante tanto tiempo por la violencia y que, más recientemente, ha llamado la atención por los escándalos de corrupción –un exgobernador y tres senadores en ejercicio están en la cárcel– es lo que menos esperaría un visitante. Pero el proceso existe y algunos consideran que su gran arquitecto ha sido el actual alcalde, Marcos Daniel Pineda.

Pineda ocupa el cargo por segunda vez. En la primera oportunidad llegó con apenas 30 años de edad, y fue el gobernante más joven que ha tenido Montería. Incluso hoy, cuando acaba de llegar a los 40, llama la atención por su juventud: no parece que tuviera detrás un cuatrienio completo en la Alcaldía, estudios en Estados Unidos y España, y un quinquenio en el Ministerio del Interior, en la presidencia de Álvaro Uribe. Su estampa es más la de un ejecutivo de empresa privada –estudió administración– que la de un político con vocación demostrada por lo público y con familia de larga vinculación a la política: su madre, Nora García, es senadora y su abuelo, Amaury García, fue ministro y parlamentario. En la sangre lleva la vocación por lo público y la simpatía por el conservatismo.

Entre las dos alcaldías de Pineda la posición fue ocupada por Carlos Eduardo Correa, alto consejero para las regiones de Juan Manuel Santos. Llegó allí impulsado por Pineda, cuando terminó su primer mandato en la ciudad, pues lo reclutó del sector privado con la convicción de que mantendría los programas y conceptos que él había iniciado. “Aquí no hay plata pero sí hay rumbo”, dice, y está convencido de que los reconocimientos que ha recibido el avance de la ciudad se deben, fundamentalmente, a que durante una década hubo continuidad en la gestión. “Porque –dice– los recursos siempre son escasos y no alcanzan, cuando hay tantas cosas por hacer”.

Montería no es una ciudad rica. “Aquí no distribuimos riqueza sino administramos pobreza”, opina su alcalde. Sin embargo, la situación fiscal ha mejorado. Según Pineda, el gobierno nacional ha ayudado: “Uribe y Santos han sido generosos con la ciudad”, dice. Por concepto de regalías las arcas municipales pasaron de recibir 1.500 millones de pesos a 12.000. Pero también se incrementaron los dineros de los impuestos locales: por ICA y predial, pasaron de 18.000 millones a 70.000.

–¿Por qué hay más pagos por impuestos? –le pregunto al alcalde.

–Porque hay más confianza –responde.

Todo indica que esta versión es cierta. Cuando recorro las calles de la ciudad y las distintas secciones de la Ronda del Sinú, la gente lo saluda con afecto y con una informalidad que es propia de lo cotidiano: parecería que no es extraño ver al mandatario por ahí. Es cercano, y sus seis años en el poder local le han dejado un conocimiento preciso de todos los detalles de la administración. Antes de postularse por segunda vez, el expresidente Álvaro Uribe le planteó una candidatura a la Gobernación. Él prefirió repetir como burgomaestre. “En la Alcaldía es donde se transforman las vidas de las gentes”, dice.

–¿Cuál es su prioridad? –interrogo.

–Son muchas, es que hay muchas necesidades –responde.

Pero le noto algunas preferencias: la educación y el deporte. Sobre lo primero, se enorgullece de que Montería ha mejorado todos los indicadores de cobertura, calidad y desempeño en las pruebas Saber. Con satisfacción habla de la construcción de cinco megacolegios que albergan, cada uno, a 1.500 estudiantes.

Sobre lo segundo, Pineda muestra con orgullo la Villa Olímpica, un espacio maravilloso en el que hay una piscina olímpica, canchas de fútbol y sóftbol –vecino al estadio de béisbol donde son locales los Leones–, patinaje, pistas para correr, canchas de tenis… y proyectos para expandir a las vecindades los terrenos para hacer ejercicio. Todo parece nuevo. Se ven niños de colegio practicando deporte en un ambiente limpio y mantenido en el que, a pesar del calor, provoca ir a correr.

El recorrido con el alcalde Pineda nos lleva a diversos lugares en los que se ve la mano del gobierno municipal. En el sur, zona de ingresos bajos, visitamos La Gloria, un hospital moderno, con equipos sofisticados y lleno de pacientes tranquilos que, a pesar de sus dolencias, saludan con cordialidad a su gobernante. Si los proyectos se llevan a la práctica, habrá tres más, de iguales condiciones, en los próximos años.

Trato de indagar de dónde proviene la visión de un alcalde. Marcos Daniel Pineda estudió Administración de Empresas en la Universidad Sergio Arboleda. Tal vez sus temporadas en el exterior le dejaron ideas como producto de la observación de buenas prácticas. “El cambio que hicimos fue haber introducido conceptos de urbanismo”, asegura. “Antes solo se pensaba en obras aisladas”.

Y sin duda hay concepciones modernas en el modelo de ciudad que Montería adoptó en los últimos diez años. Existen 54 puntos de wifi gratuitos para los monterianos. Y además de la construcción de ciclorrutas –al lado de la recuperación de la red vial y de la construcción de vías circunvalares– la Alcaldía ha puesto en marcha un sofisticado programa de transporte en bicicleta. Con una inscripción simple por internet, se adquiere el derecho a usar una de las 140 bicicletas disponibles en forma gratuita. Como es de esperar, su utilización es más frecuente entre los jóvenes. Y los usuarios pueden encontrar talleres de paso, si hay alguna falla: tubos, situados en el espacio público, que contienen las herramientas mínimas necesarias para repararlas. Están allí: nadie las cuida y nadie las roba. Ya un 9 por ciento del transporte de la ciudad se hace en estos vehículos.

Pero acaso la mayor innovación del alcalde Pineda fue mirar hacia el río Sinú. “La ciudad había vivido a sus espaldas”, asegura. La Ronda del Sinú, en tres sectores, es una obra que ha despertado admiración de organizaciones internacionales, como la ONU Hábitat. Su ambiente es tan placentero como inspirador. Niños y adultos mayores comparten el espacio público bien cuidado –y dice Pineda que es mucho más verde cuando pasa la actual temporada de verano– en el que es normal que en cualquier momento se cruce una iguana arrogante o que, desde un árbol, salte un mico feliz. El ambiente, en la Ronda, es maravilloso. Y cruzar el río en un planchón alimenta al pasajero de un sentimiento de paz, goce visual y regocijo. También el espíritu, porque en el planchón hay bibliotecas con libros de gran literatura –“pero no de García Márquez, porque esos son tan queridos que se los roban”– sin contar con que la réplica de uno de ellos, el planchón literario, es una biblioteca.

Me pregunto si el alcalde Pineda es más gerente que soñador. Por momentos pienso lo segundo, cuando me habla de proyectos para el futuro con un entusiasmo que parece que ya los estuviera viendo, hechos realidad. Como la construcción de un sistema de transporte por el río, con estaciones y embarcaciones especialmente construidas para aliviar el tránsito por las calles, y para acercar aún más a los monterianos al río Sinú. Pero también el alcalde me parece un gerente pragmático. Cuando se queja, por ejemplo, del centralismo bogotano –como le corresponde a cualquier mandatario regional– con gestos y palabras con los que me dice que no vale la pena combatirlo: “Un alcalde sin el apoyo del Gobierno Nacional es como tirarle piedras al sol”, afirma.

Es difícil imaginar a Marcos Daniel Pineda en una actividad distinta a la política. Le gusta, sin duda, aunque se le nota el dolor que le genera un proceso en la Fiscalía -que él considera injusto- por manejo de recursos en la construcción del coliseo Happy Lora –que está en pleno funcionamiento. Pero lo suyo, lo que lleva en las venas, es lo público. Refleja que, en su alma, piensa que los resultados alcanzados –y por lograr– pesan más que cualquier amargura, propia de los riesgos de su cargo.

*Director editorial de SEMANA.