Nelly Velandia, presidente de la Asociación Nacional de Mujeres Campesinas, Negras e Indígenas. | Foto: Simón González

REPORTAJE

La lucha por el derecho a la tierra

El primer logro de la Asociación Nacional de Mujeres Campesinas, Negras e Indígenas de Colombia fue que a las mujeres se les pudiera escriturar tierra a partir de los 26 años. Nelly Velandia, su presidente, nos cuenta las otras batallas que están dando.

Camila Henao Builes*
22 de noviembre de 2018

En la oscuridad se oía una voz. Venía de la cocina, que queda afuera de la finca. La voz era de la abuela de Nelly. No había nadie más, entonces Nelly, que tenía cerca de 13 años, se sentó al borde de la puerta a escuchar: de pronto su abuela enmudeció. Nelly miró por un huequito entre la madera para entender qué había pasado y la vio llorando, a ella, a la mamá grande, la que ordeñaba con una mano y montaba caballo a pelo. El silencio duró un par de minutos y entonces la voz de la anciana salió como trueno: “Nosotras también tenemos derechos –dijo–. No voy a quedarme quieta esperando a que decidan por mí”.

Pasaron muchos años para que Nelly entendiera que esa noche su abuela se refería a los derechos que tienen las mujeres y, en su caso en particular, a su derecho a tener una tierra. Su padre le había heredado una parcela de su finca, pero su hermano mayor se aprovechó de que en Colombia las mujeres no podían tener nada.

Nelly Velandia nació en Nuevo Colón, Boyacá. Cuando creció se convirtió en una de las lideresas campesinas de su pueblo y fue a la universidad: la primera mujer de su familia en hacerlo.

Por esa época, en 1988, Nelly recibió la invitación de la Asociación Nacional de Mujeres Campesinas, Negras e Indígenas de Colombia (Anmucic), para hacer parte de un grupo de mujeres que estaban aprendiendo sobre empoderamiento femenino y, sobre todo, estaban abordando el tema de la propiedad de tierras en términos legales. “La asociación era la única que existía en el país que congregaba a las mujeres que siempre hemos sido excluidas”, cuenta Nelly, quien lleva más de 30 años en la organización y hoy es su presidenta.

Según informes de Anmucic, para el año 2002 la asociación tenía cerca de 100.000 mujeres inscritas en talleres y hacía presencia en 450 municipios. “Nuestro primer gran logro fue tener voz y voto en la primera reforma agraria con presencia femenina a finales de los años ochenta. En ese momento logramos que a las mujeres se les pudiera escriturar tierra a partir de los 26 años de edad. Antes, como a mi abuela, les robaban las tierras y somos nosotras las que conocemos los suelos de este país y sabemos sembrar”.

El trabajo de las mujeres de Anmucic estaba enfocado a educar a mujeres en sus derechos sobre la pertenencia de latifundios o minifundios. Sin embargo, desde 2000, cuando la violencia recrudeció, las mujeres fueron blancos fijos de la guerra.

“En 2013 pasamos de tener más de 150.000 mujeres en nuestra red a quedarnos solo con 1.000. El 99 por ciento se fueron por miedo, porque los agentes armados: paramilitares, guerrilleros y Ejército, nos tenían a nosotras como botín de guerra”. La voz de todas ellas fueron gritos mudos en medio del campo y, sin embargo, la red de mujeres de Anmucic nunca desistió.

Antes de iniciar el proceso de paz en La Habana, la asociación logró meterse en la mesa de negociación para discutir los derechos de las campesinas y combatientes a las que la guerra se llevó por delante. La mayoría de lo que se conoce del conflicto armado, se sabe por la voz masculina. Es cierto que pocas veces les han preguntado algo a las mujeres. Y si ellas, de pronto, se ponen a recordar, relatan la guerra a través de los ojos de los hombres. Tan solo en casa o en la intimidad de la confianza, después de verter algunas lágrimas, comienzan a hablar de su guerra.

Nelly conoce esas voces, las ha escuchado durante toda su vida. Ella –encabezando Anmucic– y nueve organizaciones comunales más, lograron incluir en el acuerdo final una comisión de género que inspeccionara el trato que se les daría a los crímenes cometidos contra mujeres. “¿Sabe qué es lo más triste?, que parecemos peleando contra el mismo patriarcado de hace 40 años. Los hombres, cuando empezamos a ser líderes y a trabajar en esto nos pellizcaban en público para que no habláramos. Pero lo de hoy es sistemático y silencioso. En la Constitución de 1991 se dejó claro nuestro derecho a poseer tierras y sin embargo hay leyes que aún no han pasado a debate”.

Y en el acuerdo de paz también fueron borradas o, al menos, ocultadas. “Los aspectos que habíamos sugerido para los puntos 1 y 2 del acuerdo (los que hacen referencia a la tierra) no aparecían y eran –son– tan esenciales. Sin embargo, no nos rendiremos. Somos unas enamoradas de la paz. Nuestros cuerpos están heridos como la tierra y lucharemos hasta que podamos florecer”.

* Coordinadora editorial de HJCK radio.