OPINIÓN

“Sabaneta es como una mujer joven que puede tocar el porvenir"

Así describe el escritor Gonzalo Mallarino al municipio más pequeño de Colombia, un lugar de encanto donde se puede caminar con tranquilidad y donde se conjuga la naturaleza con el progreso de una urbe en crecimiento.

Gonzalo Mallarino*
24 de abril de 2019, 12:00 a. m.
El municipio más pequeño de Colombia se conoce también como Vallecito de encanto por la belleza de sus paisajes y sus riquezas naturales. | Foto: Jonny García

Vallecito de encanto. Así llaman a Sabaneta. Porque a pesar de ser un centro urbano, no está lejos del agua y las montañas. Está dentro de Medellín pero no es Medellín. Es una estación del Metro de Medellín, pero no es Medellín. Es ella misma, así, en femenino, como una mujer joven que puede tocar el porvenir con las yemas de los dedos.

Es el municipio más pequeño de Colombia y tal vez el más antioqueño de todo el Valle de Aburrá. Es el orden, la ambición, la lucha y el carácter de los paisas, pero todo concentrado en 15 kilómetros cuadrados. Si uno fuera en busca del epítome, del arquetipo de la “antioqueñidad”, en Sabaneta lo encontraría. De esta esencia, de esta savia concentrada, surge su fortaleza y su manera de ser. Para la muestra un botón: en Sabaneta hay paz, se puede caminar tranquilamente por todas partes. No sé de ningún otro lugar de Colombia del que se pueda predicar esto. Nadie lo ataca a uno, nadie lo va a mirar con odio.

Pero además, si uno camina desde el parque Simón Bolívar, o desde La antigua Casa de la Cultura La Barquereña, en dirección a las montañas, en un par de horas puede estar al lado de una quebrada transparente, o frente a los frailejones y la neblina de un páramo silencioso. Y en el fondo del bosque húmedo, detrás de las hojas mojadas y de los troncos cubiertos de musgo, puede sentir a un puma que mira con los ojos brillantes.

Lea también: Esta es la historia de la plaza de Usaquén

Así es. Estoy en el centro de Medellín, entre el ruido y el tráfago y las partículas, y me subo al Metro. A los pocos minutos me bajo en la estación Sabaneta y echo a caminar. Y llego a los cerros. Y puedo ver el agua limpia corriendo y ver líquenes y ver un puma en el parque ecológico La Romera. Y si me vuelvo y miro hacia abajo, puedo sentir a la gente en su vida de todos los días. En su trabajo, en las calles, en las plazas. Allá abajo. Pero en orden, luchando para estar juntos y en paz, como ha hecho Sabaneta durante años. Como ha hecho la gente que es Sabaneta, la que ha construido las universidades, los complejos industriales, los modernos escenarios deportivos, los auditorios, los hospitales, las escuelas, los parques.

Sí, mirar a Sabaneta desde las montañas, desde lo alto. Pienso ahora en mi mamá, que era antioqueña. En su sencillez proverbial había algo altivo, que siempre me gustó. No se dejaba amilanar, creía en sus actos y en su porvenir. No hacía concesiones, sobre todo a las personas insinceras o a las obsecuentes. Ni siquiera a las “buenas maneras” bogotanas. Así pienso en Sabaneta. Así es Sabaneta.

A su alrededor, claro, sigue Medellín. Siguen Itaguí o Envigado,

amenazantes. Pero ella, esta joven mujer llena de futuro, no duda. Es el municipio más pequeño de Colombia, pero ya es adulto. Y es fuerte y decidido. Y mira siempre al frente.

*Escritor