"Fidel Castro en su taller, en Bucaramanga." | Foto: Liliana Rincón

INTERNACIONAL

La vida de Fidel Castro en Bucaramanga

Llegó en 2016 desde La Habana, el mismo año en que el expresidente de Cuba murió. Sin embargo, este otro Fidel Castro se instaló en la capital santandereana para ser el director de Artes Plásticas de la Escuela Municipal de Artes.

Tomás Tello*
30 de mayo de 2019

Y ¿cómo fue crecer en Cuba llamándose igual que el presidente? “Lo peor era cuando iba a las terminales de buses -recuerda-. Allá lo llaman a uno por un altavoz y, cuando llegaba mi nombre, era el que más alto decían”. ‘¡Fidel Castro!’, resonaba en toda la sala, mientras varios comentaban que era imposible, que el comandante tenía helicóptero. Entonces prefería esperar un rato para que nadie notara que él era el llamado.

Nuestro Fidel Castro nació en 1990, cuando la Unión Soviética tenía sus días contados. “Se cayó el muro y nací yo”, bromea Castro, quien pasó sus primeros años en la vereda de Tres Palmas, provincia de Cabaiguán, una región en el centro de la isla muy conocida por su tradición tabacalera. Para él, su generación es única, pues le tocó crecer en un momento en el que el discurso socialista comenzó a perder sentido y “el país tuvo que tomar de nuevo un posicionamiento filosófico frente a la vida, porque ya no había una respuesta única”. Buscando esos nuevos significados, Fidel Castro llegó a Bucaramanga y ya cumple tres años de profesor en la Escuela Municipal de Artes (EMA).

Mientras su homónimo dirigía un país en problemas, este Fidel Castro se acercó por primera vez al arte a los 8 años. Junto con un grupo de amigos decidió pasar por la escuela preuniversitaria para molestar a los estudiantes tirándoles semillas con una cauchera. Cuando los jóvenes respondieron con una lluvia de piedras, Fidel huyó y, en la carrera, tropezó con unos rollos de papel en el suelo. “Eran unos dibujos, yo los agarré y cuando llegué a casa comencé a copiarlos. Fueron como una escuela para mí, porque eran muy buenos tanto a nivel formal como conceptual”, afirma.

Sin embargo, cultivaba su creatividad desde mucho antes. “Yo creo que todo comenzó por la necesidad de fabricar mis propios juguetes”, recuerda, pues se crió con lo que le ofrecía la vida entre campos de tabaco. Luego de aprender a jugar ajedrez a los 4 años, fabricaba sus tableros con distintos materiales; también moldeaba soldaditos de barro y dibujaba en hojas y en la tierra: pintaba en cuanto lienzo encontraba y con los pinceles que pudiera hacerse. A los 8 años, al notar la creatividad e inquietud de Fidel, su mamá empezó a llevar varios de sus dibujos a un programa de televisión en el que profesores de pintura revisaban las obras de niños y les daban consejos. En la pantalla, entonces, “fue mi comienzo en el mundo artístico”.

El paso al estudio profesional ocurrió a los 14 años, luego de mudarse a la ciudad de Trinidad, al sur de Cuba, donde cursó cuatro años en una academia profesional. Sin perder el tiempo, al cumplir 18, continuó profundizando sus conocimientos en la Universidad de las Artes, en La Habana. Allí hizo una carrera de cinco años y se convirtió en profesor.

En la universidad, una señora muy comunista atendía la cafetería, pero no le fiaba a uno ni un tinto”. Entonces a Fidel se le ocurrió pedirles a sus amigos que le dijeran que él no era cualquier Castro, sino el nieto del presidente que había llegado a estudiar a La Habana. “Desde ese momento, la vieja me veía y me saludaba con amor, me regaló tintos durante cuatro años y nunca me quería cobrar”. Hasta que, al final de la carrera, le confesaron la charada y la señora “me quería matar”, acepta.

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También lo quisieron ‘matar’ unos policías cubanos cuando lo vieron una vez con algunos turistas canadienses en una playa cerca de Trinidad. Los oficiales le pidieron con vehemencia sus papeles y Castro respondió sacando “una baraja de documentos”, que incluían la cédula y varios carnés de grupos estudiantiles. “Cuando el ‘man’ vio mi nombre, dijo: ‘¡perdón, señor! No quise ser ofensivo, pueden quedarse aquí tranquilos, no hay problema’”.

Mientras estudiaba visitó Colombia por primera vez en 2013, como invitado de La Otra Bienal. Entonces, levantó un museo con los objetos de los habitantes del tradicional barrio La Perseverancia, en Bogotá. Regresó dos años después, esta vez a Bucaramanga, para exponer en la Fundación Artemisia, pero solo en 2016 se instalaría definitivamente en esa ciudad, como director de artes plásticas de la EMA.

A pesar de que reconoce el trabajo artístico en la región, sobre todo en Piedecuesta (donde resalta a artistas como Luis Alfredo ‘el Negro’ Navas o Guillermo Quintero), advierte que hay falta de unidad y un descuido por lo esencial del arte. Para Castro resulta curioso que los artistas ocupen la mayoría de tiempo en la búsqueda de financiación estatal y no en la producción artística. “En Cuba a nadie se le ocurriría pedirle dinero a nadie -cuenta- por andar en esto, olvidan discutir las ideas que robustecen al mundo del arte”.

Como profesor de la EMA apuesta por promover estos debates. “Yo quiero que me defina la poética y no un estilo. La poética es la manera como traduzco la realidad a obras”. Con esto, Castro pretende establecer una relación más fuerte entre la filosofía y el arte. Por eso, enseña a sus alumnos que “el medio es secundario” -escultura, pintura o danza, no importa-, porque lo principal es lo que la obra comunica.

Defiende todas estas tesis mientras compra unos habanos en la tabaquería tradicional más antigua de Piedecuesta, Tabacos Puyana Duque; tal vez como forma de recordar un símbolo de su isla natal, donde tenía un amigo del dueño de Habanos de Cuba. “Él no se los fumaba, pero yo sí aprovechaba”, afirma Fidel Castro, el otro, el nuestro, mientras le da una calada al puro.

*Periodista Especiales Regionales de Semana.