El barrio 7 de agosto, en Bogotá, es un epicentro de creatividad, ingenio y recursividad de la industria de autopartes en el país. | Foto: Esteban Vega

AUTOPARTES

En el barrio 7 de agosto crean y moldean los carros 'calidosos'

Son especímenes reparados, reinventados, 'engallados’ y algunos hasta tienen una pecera en su interior. Nuestro cronista Santiago Rivas, un hombre sin licencia de conducción, fue a buscarlos.

Santiago Rivas*
12 de mayo de 2019

Camino por la calle 68 en busca del inicio de uno de los barrios más emblemáticos de esta Bogotá gris y llena de ladrillo, y siento como si Mordor –aquella región oscura de El señor de los anillos– estuviera rodeada por chircales: el camino parece infinito, eterno, inabarcable, inmenso. Pero sé que en algún punto me voy a estrellar de frente con la carrera 30 y, por ende, con el barrio 7 de Agosto. Hay que persistir.

Sin darme cuenta he llegado al cementerio de Chapinero. Muy cerca están todas las bicicleterías, los hacedores de piezas metálicas para arquitectura y algunos depósitos de partes para carros. “El 7”, como le decimos los bogotanos, es un barrio curioso. Es colorido y gris al mismo tiempo. Es un lugar dominado por el pragmatismo, en el que persiste, gracias a los detalles, cierta poesía. O bueno, eso siento yo, que no tengo carro, no sé manejar –ni me interesa– y estoy en un sitio donde hablan en otro idioma. Hago mi recorrido en paz, tratando de entender qué se cuece tras las murallas de este barrio.

Aquí hay muchos negocios. Como, por ejemplo, el de reparaciones mecánicas. A lo largo de todas las calles y carreras se ven apostados distintos carros, en diferentes estados de avería: desde el que paró de repente y no volvió a funcionar, hasta el que necesita una sincronización. No soy experto en motores o pistones, quizá por eso me enviaron a escribir esta crónica, pero me llama la atención una palabra que veo en casi todos los letreros de estos negocios de venta de partes y refacción de vehículos: ‘Lujos’.

¿Qué carajo son esos ‘Lujos’? ¿Cuánto pueden costar? ¿Qué tanta gente puede estar pensando en usarlos? En el principio están los detalles: rines bonitos y finos, llantas más cómodas, luces con un diseño especial. Luego empiezan a hacerse más elaborados: las luces salen de la latonería, como los ‘ojos’ del Auto Fantástico. El espejo retrovisor queda más ‘aleta’, automatizado y demás. Los rines son cromados o de titanio, con diseñito ‘calidoso’. Un cinturón de carro de Rally, un timón chiquito como de carro de carreras. Llantas tipo balón, frenos de disco, pero que se vea. Y al final, el ‘gallo de los gallos’: la luz que brilla bajo el chasis para dar la impresión de que el carro flota y el arreglo para que el ‘exosto’ suene como el de un avión. Este último, sobre todo para las motos.

Hay ‘engalles de engalles’, pero luego están los más exagerados, empezando por los de audio. Ni siquiera tienen que ponerlos a sonar para ver el exceso. Me cuentan la historia de un tipo que metió dentro de su carro una pecera. Son ‘arreglos’ que los exóticos propietarios deciden hacerles a sus ‘naves’ para ganarse algún premio, para venderlas más caras, o simplemente para gastar tiempo y dinero. Evidentemente muchos de esos autos no consiguieron fama o compradores; de ellos está lleno el 7 de Agosto, de carros que son proyectos de toda una vida.

Aquí se ‘engalla’

Dentro de esos ‘proyectos a largo plazo’ hay unos que me parecen entrañables: los automóviles viejos refaccionados, que a veces quedan bien y otras veces quedan chuecos. Me encuentro un Renault 16 al que están pintando y le cortaron un sunroof hechizo en el techo, me encuentro con un Bel Air de 1958 al que le cambiaron todo menos la carrocería; se llama Cornelio, una belleza. Hay por ahí carros que no deberían ser convertibles, pero ahora lo son. No sé qué es, pero el ‘engallado’ de autos viejos y maltrechos me parece un ejercicio bonito, tal vez romántico.

Luego están los negocios de repuestos y autopartes, que son más complejos. Primero, porque la competencia es muy grande entre los vendedores de repuestos importados y las personas que venden partes de carros accidentados. La “siniestralidad”, la llaman. Hay locales ilegales, otros que compran partes robadas y, todo el mundo lo afirma, patios que sirven de desgüesaderos de carros, pero nadie sabe dónde quedan. Yo tampoco querría saber.

Camino lentamente por el barrio y muchos vendedores me miran con desconfianza. “¿No tiene carro, patrón?”. No. Algunos son amables, otros hablan con franca antipatía. Cuando hice mi segunda visita al barrio, junto al fotógrafo, la actitud de muchos empeoró. Queríamos retratar esos locales hermosos, como sacados del peor capítulo del programa Acumuladores compulsivos o del filme Escape de Nueva York (1981), llenos de cosas apiladas. Pedazos de carros, como un basurero de ciencia ficción. Intentamos fotografiar algunos, muchos lo permitieron, otros reaccionaron como si estuviéramos pidiendo permiso para quemarlos. Tal vez por ahí está la pista, igual ya tampoco lo recuerdo. Igual, no querría saberlo.

Al final, lo que más me sorprendió es que todavía existen personas que, de la nada, son capaces de hacer latas para carros. Curvan el metal, arman cada pedazo y en eso trabajan, como si fuera cualquier cosa. Para mí es una absoluta locura. Son maestros. Escultores. Allí le hago preguntas a un señor que se dedica al noble arte de la latonería. A él no le parece que su oficio sea muy complejo. Es solo eso, trabajo. Ya le han pedido que haga autos enteros y así los hace, casi a mano.

Al final lo más bello que tiene el 7 de Agosto es que todavía guarda esa relación mágica que tenemos con los carros, que se ha perdido en gran medida por la tecnología, pero que a veces aparece por ahí, parqueada en una esquina, llena de detalles, rines cromados y calcomanías, con alguna reliquia restaurada; y alguna que otra nave engallada que lleva el nombre de una persona.

*Periodista