Desde su llegada masiva a Colombia a medidos del siglo XX, los tractores han transformado las dinámicas en el campo colombiano. | Foto: iStock

DESARROLLO

¿Qué habría sido del progreso de Colombia sin los tractores?

Difícil responderlo. Estos, que llegaron al país a mediados del siglo pasado, le diero un impulso sin precedentes a la industria agrícola local. ¡Y en el Eje Cafetero brillaron los ‘yipaos’!

Theodore Khan*
12 de mayo de 2019

En octubre de 1899 aterrizó en Medellín el primer automóvil que transitó las calles colombianas. Provenía de Francia, llegó con un chofer de ese país y fue importado por el empresario Carlos Coroliano Amador Fernández. El hecho abrió el camino para el desarrollo del sector automotor en nuestras fronteras. Sin embargo, la llegada de los automotores a las zonas rurales tomó su tiempo. Los carros, las camionetas, los jeeps, los camiones y, por supuesto, los tractores, llegaron cinco décadas más tarde.

Estos últimos comenzaron a importarse de manera masiva en 1950 y, con sus nuevas tecnologías y facilidades para acortar trayectos y tiempos de distribución, impulsaron con ímpetu la modernización y la comercialización de la agricultura de Colombia. Las cifras son llamativas. En ese año el parque de tractores locales sumaba 6.350 unidades; para 1975 la cifra llegaba a los 22.800. Durante ese cuarto de siglo hubo un incremento de casi el 450 por ciento en la cantidad de estos vehículos.

El salto hacia la mecanización del campo produjo un aumento importante en la productividad y la rentabilidad de las actividades agrícolas. No sorprende, entonces, que en las décadas de los cincuenta y los sesenta la superficie cultivada creciera de manera continuada. Durante esos años muchas de las tierras destinadas a la ganadería serían reconvertidas en terrenos propicios para la agricultura.

Sin embargo, el progreso que trajo el tractor se distribuyó de forma desigual. Estos se adoptaron, sobre todo, en los predios comerciales de gran escala, donde se sembraban azúcar, banano y otros cultivos propicios para este modo de explotación. La proporción de productos comerciales agrícolas pasó del 12,9 por ciento en 1950, a 42,4 por ciento en 1975, en detrimento de las plantaciones tradicionales y mixtas.

Este cambio repercutió en la distribución de ingresos en el campo. Aunque los datos precisos son escasos, la adquisición de estas máquinas por parte de la grande y la mediana agroindustria, favorecida por subsidios y créditos estatales, ayudó a mejorar la rentabilidad del sector, pero propició la concentración de la propiedad y de los ingresos en pocas manos.

Por otro lado, la producción mecanizada contribuyó a la concentración geográfica de los tractores, especialmente en Cundinamarca, Valle del Cauca, Tolima y, a partir de los años sesenta, en el Caribe. Esta última región experimentó un incremento rápido en el uso de estas máquinas, convirtiéndose en la zona con mayor proporción de cultivos comerciales para mediados de los setenta.

Un ‘yipao’ de café

En el Eje Cafetero, cuya topografía y estructura de los cultivos exigían una tecnología más ágil y resistente, se utilizaron los famosos Jeeps Willys, que resultaron propicios para las necesidades de los productores de la región. Curiosamente, estos vehículos llegaron a la zona después de desempeñarse como medio de transporte para las tropas norteamericanas en la Segunda Guerra Mundial. Ellos, los apodados ‘yipaos’, llegaron a ser un medio de transporte tan común y utilizado que los productores rurales hablaban de un “yipao de café” como unidad de medida.

En Caldas y Quindío la llegada de los jeeps y otros vehículos, como las chivas, impulsaron dos décadas de desarrollo. Sus efectos se hicieron sentir más allá de lo económico. La movilidad rural contribuyó, junto con la labor de las instituciones, a fortalecer el tejido social, a la construcción de caminos y a la creación de centros de salud y de escuelas rurales en toda la región.

A finales del siglo XIX llegó el primer auto al país. A mediados del XX los camiones y tractores aceleraban la marcha de nuestra economía rural; las huellas de ese impulso aún se notan en el presente de la Nación.

*Investigador de Fedesarrollo