| Foto: Archivo SEMANA.

ENFOQUE

El activista detrás del concierto para sordos

Juan Pablo Salazar sacó la idea de un video que circula en YouTube en el que una intérprete de lengua de señas traduce una canción de Eminem.

12 de diciembre de 2016

Hace 12 años Juan Pablo Salazar se tiró de clavado al mar desde una lancha, calculó mal la profundidad y se partió el cuello. A raíz del accidente se convirtió en un activista de los derechos de las personas con discapacidad. Primero fundó una ONG, Arcángeles, en la que trabajó por nueve años buscando proyectos, oportunidades, maneras nuevas de hacer activismo a través de campañas de comunicación. “Resulté en eso más porque la vida me llevó allí que por vocación, pero quise meterle la caña de una manera distinta”. Después se lanzó al Senado y se quemó, pero eso lo puso a sonar en la esfera política. Fue entonces cuando el presidente Santos lo invitó a presidir el Consejo de Discapacidad, y allí lleva dos años.

Salazar es el creativo detrás de campañas como “Remángate”, enfocada en las víctimas de minas antipersonal, y ha sido jefe de misión de las delegaciones que representaron a Colombia en los últimos tres Juegos Paralímpicos. Ahora es la persona detrás de este nuevo proyecto. Hablamos con él desde Nueva York, donde acaba de recibir el Henry Viscardi Achievement Award por su trabajo.

 ¿De dónde salió la idea de este concierto para sordos?

De un video que encontré hace unos seis meses en YouTube y en el que aparece una intérprete que traduce a lengua de señas una canción de Eminem. Pensé que haciendo un concierto para sordos se pueden cambiar imaginarios. El 3 de diciembre, que es el Día Internacional de las Personas con Discapacidad, normalmente organizamos un seminario, alguna cosa aburrida donde nos reunimos los mismos con los mismos y que mueve poco la agenda. Esta vez quisimos hacer algo distinto y más abierto.

¿En qué sentido sirve para “cambiar imaginarios”?

Qué mejor que retar la naturaleza misma de un concierto para cambiar paradigmas. Qué tal no solo escucharlo, sino verlo, sentirlo de manera diferente, con los otros sentidos. Eso hace a su vez repensar prejuicios generalizados. Queremos que sea una fecha alegre que normalice, de paso, a las personas con discapacidad. Nosotros también nos divertimos, rumbeamos, nos emborrachamos. Ya hemos promovido otras iniciativas similares. Por ejemplo, que haya guardias en sillas de ruedas, ya que esa es una figura que representa fortaleza y rapidez. Estos pequeños gestos buscan lo que técnicamente se conoce como “ajustes razonables”, un término que se refiere a aquellos pequeños cambios que se pueden hacer para que todas las personas accedan a la misma realidad. La música de La 33 no cambia porque haya intérpretes de señas traduciendo las letras, juegos de luces y toda una plataforma con motores que hacen sentir el ritmo en el cuerpo. Si esto funciona en el mundo del entretenimiento, debe funcionar en todos los ámbitos de la cultura. Esta es una manera creativa de incluir a todas las personas.

¿Por qué La 33?

Primero, porque el alma de La 33 pegaba con el alma de la actividad. Es una banda de salsa colombiana, bogotana, urbana, fiestera. Y principalmente porque soy fan. Lo primero que les dije fue: “Sin lambonear mucho, soy fan y quisiera que me acompañaran en esta aventura”. Se montaron en ella de una.

¿Quiénes apoyan esta iniciativa?

El Insor (Instituto Nacional para Sordos), MinSalud, MinInterior y demás ministerios que están sentados en el Consejo Nacional de Discapacidad, que es el seno de esta vaina. También nos asociamos con la alcaldía, con el Centro Comercial Gran Estación, con activistas y, por supuesto, con La 33.

¿Cómo está Colombia en materia de derechos para personas en condición de discapacidad?

En la parte legislativa estamos bien. Ratificamos la Convención de la ONU y tenemos una ley estatutaria que la aterriza. Faltan algunas leyes en materia de capacidad jurídica y en materia de vida independiente. Pero más que eso, falta implementar las leyes que ya existen. La educación inclusiva suena muy bien en papel, pero trate de inscribir a un niño sordo en un colegio tradicional…

¿Cuál cree que es el corazón del problema?

El movimiento por la discapacidad es un movimiento civil, y como otros movimientos civiles, busca trabajar en las culturas. Los síntomas de que la gente excluya a personas con discapacidad se ven en que no haya buenos presupuestos en algunos planes de desarrollo de gobernadores y alcaldes, en que no exista la infraestructura adecuada en las ciudades o en ese tema de los colegios. Todo eso hace parte del mismo problema cultural: a nosotros no nos ven como sujetos de derecho o como ciudadanos, sino como enfermos y desde un enfoque paternalista.