Lograr que los animales vuelvan a su hábitat natural es la mayor recompensa para el Centro de Atención y Valoración de Fauna Silvestre. Foto: Cortesía Área Metropolitana

MEDIOAMBIENTE

Rescatistas de animales maltratados

Marcela Ramírez, médica veterninaria y coordinadora del Centro de Atención y Valoración de Fauna Silvestre , cuenta cómo se están salvando las valiosas especies que habitan el Valle de Aburrá.

Marcela Ramírez*
27 de octubre de 2017

Hace 12 años, cuando se creó el Centro de Atención y Valoración de Fauna Silvestre (CAV), se esperaba, ingenuamente, que las campañas de sensibilización para proteger a las diversas especies que habitan el Valle de Aburrá lograran que la gente cambiara su actitud hacia la fauna que la rodea. Pero no fue así. Hoy las autoridades han tenido que redoblar sus esfuerzos ante la desidia de muchos. En el CAV recibimos cada mes, para su valoración clínica, biológica y nutricional, un promedio mensual de entre 500 y 600 aves, mamíferos, reptiles y algunos anfibios y arácnidos.

Desde niña soñaba con ser médica veterinaria. Me imaginaba atendiendo leones, tigres y chimpancés. No era consciente de la importancia de nuestra fauna silvestre, de la nativa, la endémica, que por ser Colombia un país tropical, tenemos la fortuna de poseer y proteger. Tuve la grandísima oportunidad de cumplir mi sueño. Pero cuando ingresé al CAV vi la dura realidad: la fauna sigue amenazada, continúa la devastación de los bosques, y la tenencia de mascotas y el tráfico indiscriminado de ciertas especies, es tan o más grave que hace diez años.

En este trabajo en equipo disfrutamos pero también sufrimos. Es incalculable la alegría en el corazón cuando ayudamos a la recuperación de una criatura, sin importar qué tan pequeña o invisible parezca ser. Pero cuando los animales ingresan con innumerables alteraciones producidas por nosotros los seres humanos, es muy doloroso.

He visto escenas devastadoras: una lorita con el plumaje totalmente recortado, un tití con heridas graves en la cintura porque estuvo mucho tiempo amarrado a una cadena; tortugas morrocoy completamente deformes que no pueden desplazarse ni esconderse en su caparazón; coquitos (antes difíciles de hallar y que hoy se cuentan por montones en el río Medellín) muertos por daños en su sistema digestivo causados por piedras, vidrios o globos de caucho; el tigrillo al que le amputaron las garras y los colmillos y ya nunca más podrá defenderse; o las zarigüeyas que cargan a sus espaldas a sus crías, que crecieron en una zona que fue tranquila, que hoy se llenó de cemento y edificios y las obliga a buscar un nuevo espacio entre personas que les temen y las desprecian.

Salvarlos, lograr que regresen a su hábitat es nuestra mayor recompensa. No perdemos la esperanza de que esta situación cambie y podamos convivir en armonía, de manera respetuosa, con nuestra fauna silvestre.

*Médica veterinaria. Coordinadora del Centro de Atención y Valoración de Fauna Silvestre.