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"A pesar de la guerra la vida continúa"

La escritora Susan Sontag habló con Luis Fernando Afanador y Felipe Restrepo, de SEMANA, acerca de la cultura de masas, el consumismo y el imperialismo.

5 de mayo de 2003

Susan Sontag es un simbolo de la década de los 60 y los 70. Aunque ha escrito cuentos y novelas es conocida principalmente por sus innovadores ensayos sobre la cultura moderna, que abarcan temas tan diversos como la literatura pornográfica, la estética fascista, la fotografía, el cáncer, el sida y la revolución. También ha escrito y dirigido películas; tuvo una gran incidencia en el arte experimental e introdujo nuevas ideas a la sociedad norteamericana. A partir de su trabajo en el Partisan Review se hizo conocida y respetada en los círculos intelectuales de Nueva York, lo que la llevó a ser colaboradora de otras importantes publicaciones, como el New York Review of Books, Atlantic Monthly y Harper's. Vino a Colombia para presentar su más reciente novela, En América, ganadora del National Book Award en 2000. Pero, como era de esperarse, su figura legendaria y sus opiniones polémicas no la hicieron pasar inadvertida: más de 1.000 personas asistieron a su primera conferencia en la Feria del Libro de Bogotá (había otras 300 afuera que no pudieron entrar), que se levantaron a aplaudirla cuando le exigió un pronunciamiento a Gabriel García Márquez sobre los fusilamientos y los presos políticos en Cuba. Al día siguiente, en una rueda de prensa, no se cansó de alabar la red de bibliotecas de Bogotá, y en particular la Virgilio Barco, la cual consideró como "la mejor del mundo". SEMANA conversó en exclusiva con ella. SEMANA: ¿Cuál cree que es finalmente el legado de los años 60, una época de la cual usted fue un emblema? Susan Sontag: Los 60 son un mito, un mito del que ya nadie habla en Estados Unidos. Solamente la gente de extrema derecha habla sobre ello. Para ellos es un arma para estar en contra de todo lo que pueda ser novedoso y progresista. Según ellos, los 60 son una prueba del fracaso de la izquierda. Yo ya no puedo hablar de eso, para mí es absurdo. Además este es un término altamente ideológico que significa muchas cosas diferentes para muchas personas. Es un mito usado por la derecha, no por la izquierda. SEMANA: Pero en un contexto latinoamericano, los 60 fueron y son muy importantes. Esta época significó una liberación de la juventud. S.S.: Después de 30 años veo que lo único que la gente ha aprendido es a consumir. La sociedad de consumo le ha enseñado a la gente que lo mejor que puede hacer con su vida es comprar y eso tiene que tener un efecto. Hace 30 años sabíamos qué era el capitalismo, pero no sabíamos lo poderoso que era. Y, sobre todo, nunca creímos que el consumismo podría llegar a ser una ideología. SEMANA: Usted pertenece a la intelectualidad y a la alta cultura. Sin embargo, siempre defendió en esa época la cultura pop. Ahora que ésta se ha vuelto dominante y arrasadora, ¿no cree que su defensa terminó siendo un error y algo peligrosa? S.S.: Sí, hasta cierto punto fue peligroso. Cuando empecé a escribir en los años 60 yo era muy joven. En ese entonces me gustaban mucho las cosas de la alta cultura, pero también me gustaban el rock y en general las cosas divertidas. Y tuve la idea utópica de que se podían juntar las dos, que todo era una cuestión de pluralidad y diversidad. Ahora creo que tal vez estaba equivocada porque, de nuevo, la fuerza de la sociedad de consumo está enfocada en bajar el nivel de la cultura. Ahora usted encuentra gente que dice que la alta cultura es esnobista o elitista. Estos nuevos desarrollos fortalecen la cultura consumista. Yo creo que cuando era muy joven, en esa época legendaria, no creía que pudiera haber un conflicto. Pero, sin duda, lo hay. Pensé que uno lo podía tener todo, pero ahora veo que esta propaganda y proliferación de la cultura de masas es antagónica a la alta cultura. SEMANA: En su más reciente novela, 'En América', un grupo de artistas europeos del siglo XIX viajan a Estados Unidos en busca de un mejor futuro. De hecho, en ese siglo, Estados Unidos era visto como una tierra prometida. ¿Usted cree que el sueño americano todavía existe? S.S.: Yo creo que mucha gente viaja a Estados Unidos con una esperanza tremenda. En ese sentido, mi país continúa siendo una tierra prometida. Pero, sin duda, esta esperanza se basa en un ideal de prosperidad y bonanza económica. Esta es la mayor fantasía de los inmigrantes. Recuerdo una anécdota. Hace muchos años yo estaba en un taxi en Nueva York, antes de la caída de la Unión Soviética. Me di cuenta de que el taxista era de la Unión Soviética cuando vi su apellido. Le pregunté si le gustaba Estados Unidos. El me respondió: "Me gusta mucho. Es el único país donde uno es libre. Libre para ganar mucho dinero". Entonces yo creo que el sueño americano es algo que significa muchas cosas diferentes. Los inmigrantes vienen y trabajan muy fuerte para darles un futuro a sus hijos. Y casi siempre logran que sus hijos vayan a la universidad y prosperan, así tengan que trabajar 100 horas semanales. Estados Unidos es un país muy rico, donde está el 6 por ciento de la población y algo así como el 50 por ciento de la riqueza. Estamos hablando de un imperio. Además, es un país que ha tomado la decisión de convertirse en un poder imperial. La prueba de esto es que hemos peleado 20 guerras desde la Segunda Guerra Mundial. Y tenemos bases en alrededor de 60 países. Y esto era antes de George Bush. Ahora vamos a empezar la conquista del mundo. SEMANA: Estados Unidos siempre ha tenido esta vocación imperialista pero lo que ahora resulta alarmante es esa minoría religiosa y fundamentalista actualmente en el poder. ¿Cómo se puede luchar contra esta amenaza? S.S.: Estamos en una situación muy difícil. Ahora en Estados Unidos sólo hay un partido político: los demócratas cometieron en cierto sentido un suicidio. Ya no hay diferencias ideológicas ni desacuerdos entre los que se hacen llamar demócratas y los que se hacen llamar republicanos. Los políticos creen ahora que es un suicidio político oponerse a Bush, porque en el país hay un consenso. Ahora sólo hay un partido real en Estados Unidos y está manejado por derechistas fanáticos y fundamentalistas cristianos. Y sus afirmaciones realmente tienen un eco entre los norteamericanos. Los demócratas no son lo suficientemente valientes para oponerse. Incluso Clinton ya tenía políticas republicanas. Ya no hay demócratas que se atrevan a criticar o a oponerse a las políticas republicanas. SEMANA: En una entrevista con el periodista Charles Ruas en 1987 usted dijo que escribir ensayos era una forma de liberarse de sus obsesiones. ¿Todavía es así 20 años después? S.S.: Bueno, realmente no me gusta escribir ensayos, es como una adicción terrible. A veces siento que soy una adicta a escribir ensayos, como si fuera una adicta a la heroína o a la pedofilia. Siempre estoy tratando de dejarlo, pero no puedo parar. Es más, ahora mismo estoy pensando en escribir un ensayo sobre mi experiencia en Colombia. Sucede que dentro de mí siempre hay una lucha interna entre lo que encuentro placentero y lo que encuentro necesario. Creo que en el mundo hay muchas cosas interesantes sobre las que se puede escribir, pero siento que mi responsabilidad es escribir sobre algunas cosas que son ignoradas y que no pueden pasarse por alto. Claro que prefiero escribir ficción, porque siento que en la ficción se pueden presentar diferentes puntos de vista sobre un mismo problema. A diferencia del ensayo, la ficción permite la contradicción. En un ensayo siempre hay que seguir una misma posición y esto es un poco tormentoso. Por ejemplo, mi último ensayo parte de mi experiencia extraordinaria en Sarajevo. Esta experiencia me llevó a reflexionar sobre la diferencia entre la realidad de la guerra y la manera como ésta es representada. Yo sentí que era mi obligación escribir sobre el tema, así que lo comencé a hacer a finales de 2001 y lo terminé este año. Mientras lo escribía sucedieron los ataques del 11 de septiembre y, cuando lo terminé, Estados Unidos ya estaba planeando el ataque a Irak. Durante ese año y medio descubrí que nada podía detener la guerra, que los que tienen el poder iban a utilizar cualquier excusa -o todas las excusas- para atacar. Por eso sentí que lo que decía en mi ensayo era pertinente y necesario. SEMANA: ¿Cómo fue su experiencia en Sarajevo? S.S.: Muchas personas creen que yo fui a Sarajevo sólo a montar una obra de teatro, lo que sería completamente estúpido. Yo decidí ir allá en abril de 1993 para acompañar al director de la ONG Instituto para la Sociedad Abierta. Yo sentía una gran curiosidad de ver cómo era una ciudad europea sitiada casi 30 años después de la Segunda Guerra Mundial. Y de ver, también, cómo aún podían existir campos de concentración en el norte de Bosnia. Mi amigo y yo fuimos junto con un grupo de soldados de la ONU. Después de pasar un par de semanas decidí que debía quedarme un largo período. Conocí algunas personas en la ciudad y me quedé con ellos. Mi idea inicial era trabajar en una clínica (yo siempre quise ser doctora) o ayudando niños, es decir, un trabajo muy elemental. Ahora bien, en esta ciudad no había nada, no había agua, no había luz y no había calefacción. Sin embargo estas personas me dijeron que mi trabajo debía ser montar una obra de teatro. Ellos me dijeron que no eran animales y que también les gustaba el arte, que antes en Sarajevo había cultura. Yo, desde luego, me sorprendí muchísimo: esta gente, en medio de su tragedia, tenía una gran dignidad. Tenían más intereses que sus necesidades básicas. Así que empezamos a presentar la obra en el sótano de una casa, alumbrados por velas. A cada presentación venían unas 100 personas y se sentaban en el piso. Nunca pudimos usar el teatro porque había sido destruido y tratábamos de hacer las presentaciones a las 10 de la mañana para que no coincidieran con los bombardeos. Bajo estas condiciones presentamos Esperando a Godot durante un año. La vida seguía su curso normal en medio de la guerra. Y la gente que no está allí no entiende esto. Por ejemplo, veo que en Colombia pasa algo muy similar. A pesar de la guerra la vida continúa.