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Adiós a las armas

León Valencia hace un recuento honesto y autocrítico de su vida como guerrillero.

Luis Fernando Afanador
6 de diciembre de 2008

León Valencia

Mis años de guerra

Editorial Norma, 2008

286 páginas

Cansado de que el presidente Uribe y altos funcionarios del Estado le dijeran "cuente la verdad" cada vez que denunciaba algo relacionado con la para-política en su trabajo de investigador y columnista, León Valencia, ex guerrillero del ELN, decidió contar su experiencia de 22 años como militante de grupos de izquierda radicales. Su verdad. En Colombia se hacen amnistías, propagandas invitando a la desmovilización, pero si un ex guerrillero, en su nueva vida como ciudadano, expresa opiniones inconvenientes para el gobierno, de inmediato es descalificado y se le endilga su pasado como un prontuario. Como si su reincorporación a la sociedad hubiera quedado condicionada a la obediencia y las leyes de amnistía fuesen palabra muerta.

Por eso, en un primer intento de poner en orden sus recuerdos, según cuenta León Valencia, el libro tenía un sentimiento de rabia y de injusticia que no le gustaba. Botó 40 páginas e intentó de nuevo hasta que encontró el tono que buscaba: un libro honesto, autocrítico, sin segundas intenciones, que simplemente fuera un relato verídico de su vida revolucionaria. Un ajuste de cuentas personal. Y lo consiguió. Pienso que, dentro de sus muchas lecturas posibles, Mis años de guerra es un valioso testimonio, de primera mano, de un testigo de excepción de la violencia colombiana.

León Valencia nació en Andes, una población del suroeste antioqueño. Es uno de los siete hijos de una cocinera y de un padre inválido que le inculcó el amor por los libros. Por cierto, en los duros años en el monte, un ejemplar de El Quijote del siglo XIX que él le había regalado, fue un dulce fetiche al cual aferrarse. Y una de las curiosas anécdotas de este libro es una larga y apasionada conversación sobre la novela Bajo el volcán de Malcom Lowry, entre León Valencia y Álvaro Fayad, del M-19, justo la noche antes de que éste fuera asesinado en Bogotá. "Sentía, como yo, que nada valía en una novela si el autor no conseguía transmitir el hastío o la rabia de un personaje, si no podía, como lo lograba Lowry, llevarlo a una frontera polvorienta y confusa entre México y Estados Unidos. Se nos ocurrió leer la novela en voz alta, un rato él, el otro yo".

Los guerrilleros también hablan de libros. Y de amores: la dificultad de mantener una relación de pareja, de llevar una relación normal con los hijos, son temas recurrentes e importantes en esta narración. No sobra recalcarlo, en tiempos de satanización de los enemigos. No obstante los protuberantes errores de la izquierda armada, nunca hay que perder la perspectiva histórica. León Valencia, como tantos otros de su clase en un país excluyente y cerrado, terminó convertido en guerrillero. El padre Ignacio Betancur, perteneciente a la corriente de la Teología de la Liberación, le descubrió la posibilidad de una sociedad más justa e igualitaria que no se conquistaba por la gracia de Dios sino con las luchas populares. Ellos hacían parte de una época donde la revolución todavía era una palabra prestigiosa. El conflicto colombiano, nos lo reitera este conmovedor testimonio, tiene también hilos conductores y trasfondos; no puede reducirse a un maniqueo asunto de buenos y malos.

Por momentos, Mis años de guerra, me recordó El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince. Tiene una similar actitud de no buscar la viga en el ojo ajeno. Para dar palo, antes hay que darse palo uno mismo. Hay que mostrar todas las cartas sin tratar de presentarse como el bueno de la película. "Veía la infamia del Estado, de los narcotraficantes y de los paramilitares, pero también alcanzaba a ver la ignominia que cobijaba muchas de las acciones de la guerrilla". Necesitamos muchos libros así: más sinceros y menos justificativos e ideológicos. Que todos los actores del conflicto digan sus "verdades podridas del corazón". Es la única manera de romper el círculo vicioso de la guerra sucia. "Tengo además la pretenciosa, y quizás vana, aspiración de que algún día muchos de ellos, incluido el Presidente, tengan el mismo apremio y acometan la tarea de dar cuenta de su pasado".