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Elisabeth Schwarzkopf sabía medir su fuerza como pocos cantantes saben hacerlo. Jamás se permitió abordar personajes que no estaban a su alcance. Fue considerada la gran mozartiana y sus actuaciones en el festival de Salzburgo son inolvidables

homenaje

Adiós a ‘La Mariscala’

A los 90 años murió en Austria la soprano Elisabeth Schwarzkopf, una de las grandes leyendas de la ópera del siglo pasado y calificada por sus detractores como 'diva de los nazis'.

Emilio Sanmiguel
19 de agosto de 2006

E n 1939 Elisabeth Schwarzkopf, de 24 años de edad, solicitó su admisión como miembro del Partido Nazi; el 13 de abril del año anterior la Ópera Alemana de Berlín la había contratado como soprano estable y a los dos días debutó con Parsifal, de Wagner. El hecho no les hizo mucha gracia a sopranos más veteranas que vieron en la excepcionalmente talentosa y bella cantante una auténtica amenaza, por lo que no ahorraron esfuerzos para enrarecerle el ambiente.

Pero Schwarzkopf era ambiciosa -como cualquier cantante lírica en los años iniciales de su carrera- y la afiliación le allanó el camino para ascender al lugar que ameritaba su talento: cantó en muchísimas óperas, participó en películas propagandísticas de Goebbels y en septiembre de 1941 fue seleccionada para cantar en Die fledermaus (El murciélago), de Johann Strauss, en la Ópera de París, durante la ocupación nazi.

Al terminar la guerra se trasladó a Viena y fue aceptada en la Ópera Estatal, donde cantó hasta 1950, cuando se consideró que estaba lista para una carrera internacional. Pero pesaba sobre sus espaldas ese pasado nazi. Aunque tras la guerra su vida fue escrutada minuciosamente, sufrió el rechazo especialmente en Estados Unidos, donde fue calificada por el New York Times como 'diva nazi'.

Por suerte, Schwarzkopf no era una buena cantante del montón. Hasta sus más encarnizados detractores tuvieron que rendirse ante el fenómeno único de su arte. En términos absolutamente objetivos no es que hubiese algo extraordinariamente excepcional en ella, pero su interpretación era inteligente y estaba rodeada de un halo de perfección, refinamiento y elegancia como pocas veces ha ocurrido en la historia del canto.

Talentos y discos

En marzo de 1946 hizo una audición para Walter Legge, director artístico del sello británico EMI. En palabras de Herbert von Karajan, quien estaba presente en la reunión, la sesión fue particularmente severa y cruel. Pero dio sus frutos porque el ejecutivo la contrató como artista exclusiva, con el tiempo se convirtió en su protector y finalmente se casaron en 1953.

Fue así como nació el mito de la gran mozartiana que los discos divulgaron a lo largo y ancho del planeta con su Condesa de Las bodas de Fígaro, Fiordiligi de Così fan tutte y Elvira de Don Giovanni. Pero sobre todo surgió la leyenda de su Mariscala de El Caballero de la rosa, de Richard Strauss, papel que aún no ha sido superado por ninguna otra cantante.

Esa Mariscala fue la rúbrica de sus 33 años de carrera porque se retiró el 31 de diciembre de 1971, en el Teatro de la Moneda de Bruselas, con la interpretación de esa ópera. No obstante continuó con sus presentaciones como liederista, su otro gran aporte como inigualable intérprete de Schubert, Strauss y Wolf.

Aunque nacionalizada inglesa (fue nombrada Dame del Imperio Británico en 1992 por Isabel II) vivía en Austria, donde murió el pasado 4 de agosto a los 90 años. Deja un legado discográfico de primera importancia y un ejemplo único en su profesión: saber medir sus fuerzas. Jamás se permitió abordar personajes o estilos por fuera de sus capacidades naturales, lo que en el mundo de la ópera es rara avis.