Home

Cultura

Artículo

AL DESNUDO

Con una muestra heterogénea de pintores nacionales y extranjeros, La Galería El Museo cierra su actual temporada.

9 de enero de 1989

El desnudo ha sido una constante en la historia del arte. El culto al cuerpo humano se remonta a las más antiguas civilizaciones, que llegaron a ver en él connotaciones divinas. Para los griegos clásicos, la belleza del cuerpo iba a la par con la grandeza de espíritu. Sus dioses eran representados con formas humanas de la más extraordinaria belleza. El desnudo en la pintura logró sobrevivir a los momentos más oscuros de la Edad Media, a la Inquisición española y a las corrientes más reaccionarios de la historia.
El siglo XX no podia quedarse atrás en este aspecto y, a pesar de las innumerables corrientes que han aparecido en los últimos años, el cuerpo humano siempre ha estado presente como paradigma de la belleza. Tal vez es esta permanencia la que llevó a la Galería El Museo de Bogotá, a inaugurar la semana pasada una exposición con el nombre de "El Desnudo", en la que es posible apreciar las obras de artistas de las más diversas corrientes, colombianos y extranjeros, en las que el cuerpo es el gran motivo.
Después de su remodelación, El Museo cuenta con una amplia sala en el primer piso y con una menos grande, pero más acogedora, en el segundo. En la primera planta está buena parte de la muestra, especialmente la de pintores colombianos. Sin ningún tipo de consideración en cuanto a estilo, calidad o trayectoria, lo que hay es una mezcla aleatoria de cuadros en la que prima lo malo. Frente a un Carlos Salazar que parece sacado de un libro infantil, hay un afortunado Dario Morales que un día después de la inauguración todavía mostraba en su vidrio las huellas de polvo y tierra del transporte.
Y así es todo. Un decoroso Obregón está rodeado por lo menos selecto de la producción nacional, con cuerpos desnudos que de arte poco tienen. Sin duda alguna, la labor de procuraduria está bastante descuidada y no se sigue ningún orden o patrón para colgar las obras. Es así como obras de valor pasan inadvertidas al quedar rodeadas por cuadros de escaso valor artístico o, por lo menos, por otras pinturas que por su mala ubicación se opacan mutuamente.
En la segunda planta las cosas cambian un poco. Aunque continúa la anarquia de la primera, la calidad de las obras es muy superior, en lo que al conjunto se refiere. Todavía continúan colgados dos excelentes grabados, uno de Picasso y otro de Bacon, que han sobrevivido a todas las exposiciones hechas por la galería desde que se abrió. Hay fotografías de muestras anteriores pero, en general el material es bueno. Artistas colombianos nuevos y de talento ocupan la mayor parte del salón, alternando con figuras extranjeras de calidad reconocida.
La sorpresa agradable se encuentra en una pequeña sala, un poco escondida, del segundo piso. En ese reducido espacio hay unas seis o siete obras, que son las que hacen valer la exposición. En su mayoría son cuadros hechos en lápiz sobre papel, en los que la belleza del cuerpo humano esta en todo su esplendor. Un Botero de 1970, "El dormitorio", mezcla la sencillez y la maestría del antioqueño para recrear un ambiente íntimo. "El séquito de la locura" es un cuadro pintado por Enrique Grau en 1949, toda una curiosidad para aquellos que sólo han podido apreciar la obra reciente del maestro y que en este cuadro verán a un Grau fresco y renovador.
Un lápiz de Picasso y una sanguina de Darío Morales rodean a un bello dibujo a lápiz del chileno Claudio Bravo, en el que la maestría queda patente en las sombras, el trazo exacto y limpio y la alta calidad estética.
En fin, hay de todo, como en botica. Lo cierto es que, entre tantas cosas de tan disímil procedencia, es poco lo que sobresale. Claro está que, en una muestra así, hay que estar dispuesto para dejar de lado la gran mayoría de lo expuesto y quedarse con lo poco que vale la pena, que es muy bueno.