AL PAN, PAN, Y A LA TIERRA...
En su último libro. Echavarría Olózaga le pone sentido común a la cuestión agraria
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HERNAN ECHAVARRIA OLOZAGA. "El sentido común en la Reforma Agraria". Bogotá: Editorial Andes, 1985. 195 págs.
Hernán Echavarría Olózaga, -ampliamente conocido como dirigente gremial de los industriales, ex ministro de Estado y ex presidente de la Comisión de Valores, también se dedica a discutir los problemas económicos, políticos y sociales de nuestro país. Regenta una suerte de cátedra magistral desde sus libros, siempre tendientes a simplificar los fenómenos más complejos, presentándolos al gran público desprovistos de la caparazón terminológica de los economistas, sin las elucubraciones teóricas envueltas en fórmulas matemáticas que hacen tan difícil su comprensión para el lector lego en la materia. Al conocido libro sobre "El sentido común de la economía colombiana" en el que exponía de manera didáctica las líneas gruesas de la industria, la agricultura, el comercio, el dinero, el interés, aplicadas a nuestro país, se agrega esta nueva contribución al debate sobre la cuéstión agraria que tiene tres objetivos fundamentales, como son los de clarificar el problema, hacer un diagnóstico y proponer una solución.
El autor sigue a pie juntillas la argumentación del reformista americano Henry George quien escribió en 1879 un libro titulado "Progreso y Pobreza", en el que fustigó a los poderosos terratenientes y les adjudicó la responsabilidad por las condiciones miserables de la población. Según él, la propiedad del suelo se convierte en un dique a la inversión productiva, sobre todo porque con el aumento de la población, los productos del suelo se hacen más caros, y los propietarios extraen una ganancia mayor por tener el control de un elemento pasivo como es la tierra, desestimulando así la industria o el comercio. Los mismos industriales y comerciantes buscan la colocación de sus capitales acumulados en ésta para preservar su valor e incrementarlo. George proponía entonces el Impuesto Unico sobre el mayor valor de la tierra, con lo que se estimularia la inversion en la industria y el comercio, los que no pagarían impuestos, además de obligar a los propietarios a producir en la agricultura para compensar el pago en tributos.
De la misma manera, Echavarría Olózaga sostiene que Colombia, al igual que el resto de América Latina, está dominada por una oligarquía terrateniente que ha convertido el suelo en un elemento de enriquecimiento parasitario, favorecida por el aumento de la población y el manejo especulativo que la propiedad de la tierra les confiere. Por esta razón, se ha desestimulado la inversión industrial y comercial. El propio Echavarría admite tener propiedades en la Sabana y se ha beneficiado de las alzas en el precio de los últimos años.
Según él, aparte del café, caña de azúcar, banano y otros cultivos comerciales, que no ocupan la mitad de los terrenos cultivables, la mayoría estan dedicados a pastos en grandes extensiones, los que podrían dedicarse a cultivos si no hubiera una resistencia tan marcada por parte de los terratenientes a permitir las innovaciones.
El ataque contra la estructura semifeudal de la tierra, como lo denomina Echavarría Olózaga, no puede concentrarse sobre la expropiación, puesto que tal cosa equivaldría a derribar los cimientos del sistema de libre empresa, tan estimado por él, y que sólo permite la modificación del impuesto. La ley 35 de 1961 se dedicó a la colonización y la adjudicación de tierras a los pequeños campesinos, con efectos muy limitados. La ley 4a de 1973 gravó el valor catastral de los predios con una renta presuntiva calculada en un 10% de este valor, así como que gravado todo patrimonio con una sobretasa del 10% sobre el impuesto de patrimonio. En 1974 se reuniron estas medidas y se conformó un solo impuesto de renta presuntiva para todos los patrimonios, en 8%.
Allí está la fuente de nuestros males, según Echavarría Olózaga, pues se presionó a la industria, al comercio, y aún a la agricultura intensiva, con un gravamen sobre su capital de trabajo, mientras las tierras ociosas se dejaron sin esta presión, y se permitió a los terratenientes dejar sus predios sin inversión. Al no incrementar su patrimonio con innovaciones tecnológicas u otros insumos, el terrateniente mantiene sus tierras ocupadas con pastos y unas cuantas cabezas de ganado, con posibilidades enormes de evasión fiscal. Su fórmula consiste en revertir la legislación sobre tierras y gravarlas de acuerdo con el avalúo catastral que, de todas maneras, debe mantenerse actualizado permanentemente para reajustar así la tasa de la renta presuntiva. Debe retirarse, por tanto, la renta presuntiva sobre el patrimonio. Sólo así se logrará detener la avalancha de pobreza y miseria que amenaza nuetro sistema de libre empresa y se evitará la entronización de un régimen colectivista, marxista, que daría al Estado la prerrogativa para expropiar los terrenos, cultivados o no.
El dilema de escoger entre feudalismo o capitalismo agrario que propone Echavarría Olózaga es tal vez demasiado simplista. ¿Puede decirse que no ha habido un capitalismo agrario durante la década del 70, cuando se intensificaron los cultivos de caña de azúcar, palma africana, banano, arroz y algodón? ¿No estará el cuello de botella en la dificultad que existe de equiparar los niveles de productividad en Colombia con los que rigen en el mercado capitalista mundial? ¿Se puede decir que la estructura agraria es la causante del desestímulo en las inversiones industriales sin tener en cuenta que el ciclo económico actual es recesivo y afecta a todas las inversiones por igual? Quedan muchos interrogantes en el aire si se culpa sólo a los terratenientes ociosos de la ruina del pais y se les considera como la única carga social que repercute en ganancias extraordinarias. En lo que si tiene razón Echavarria Olózaga es en la necesidad de resolver el problema agrario de nuestro país de acuerdo con un plan coherente y sistemático, y no con la simple palabrería que caracteriza las políticas en este sector en todo el continente latinoamericano, como lo subraya la FAO en sus balances. -