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ALERTA ROJA

En el mundo, los altos precios de las boletas alejan al público de los teatros. Bogotá no es la excepción.

13 de agosto de 1990


Si por Bogotá llueve, por París no escampa.

Un curioso fenómeno se está apoderando de estas ciudades, donde los melómanos no quieren, no pueden, o no tienen con qué pagar los costos de boletería de espectáculos musicales. Las causas pueden ser muchas, pero el hecho es que los músicos están tocando para auditorios semivacíos, ocasionando pérdidas millonarias a las salas que los contratan.

En Bogotá la anómala situación se registra desde hace algún tiempo, con excepción del auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional, que como extraña paradoja, no viven llenos sino superllenos en algunos de los conciertos que allí presenta la Orquesta Filarmónica de Bogotá. En el resto de teatros escasamente se vende la mitad de la boletería. Se barajan causas como altos precios y programas mil veces oídos en interpretaciones que no pasan la línea del medio. Hay quienes aseguran que el problema está en la inseguridad reinante, en la ubicación incómoda de los teatros en pleno corazón de la ciudad, y hay quienes también le echan la culpa a las mismas instituciones que no se han preocupado por conquistar nuevo público que renueve a la vieja afición. Todas estas razones son válidas pero lo grave no es que la situación se registre, sino que nadie parece interesado en analizar a fondo el problema para combatir el mal desde la raíz.

Y si lo anterior acontece en Bogotá, lugar pobre en escenarios y escaso en espectáculos, en París, ciudad con decenas de auditorios donde actúan artistas de primerísima línea, la situación parece ser similar. Los directivos de salas de ópera y conciertos empiezan a quejarse de ausentismo de público y las causas que citan algo de parecido tienen con Bogotá: indiferencia o bien por los artistas o por los programas que se presentan y altos costos en precios de boletería.

No cabe duda de que los problemas que aquejan a estas ciudades no pueden medirse con el mismo termómetro, pues algo va de una a otra. Pero lo que sí es incuestionable, es que los altísimos honorarios que están cobrando las grandes figuras de la música mundial se están volviendo impagables aquí y en Cafarnaún. Cuando se piensa que un Luciano Pavarotti cobra más de 60 mil dólares, por recital, es lógico que el escenario que lo contrata, así tenga subvención estatal, sólo por ingresos de taquilla no va a recuperar la inversión. Por estos lares obviamente Pavarotti ni se asoma, pero vienen artistas que cobran cinco, ocho, diez y hasta quince mil dólares presentación, y con recintos de apenas 400 butacas resulta imposible sufragar los gastos con precios inferiores a 10.000 pesos boleta, que sólo una minoría pueda pagar.

Como es apenas comprensible que los artistas no van a rebajar sus honorarios y los agentes que negocian sus contratos tampoco están dispuestos a percibir inferiores intereses, resulta difícil imaginar qué ocurrirá en el futuro. Lo que sí en un hecho es que tanto Bogotá como París, hoy por hoy, son ciudades que se encuentran en alerta roja musical.-