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ALTA TENSION

"La muerte y la doncella", la ópera prima de Fanny Mikey, aunque inspirada en la dictadura chilena, cuadra perfectamente con los momentos de violencia que está viviendo Colombia.

23 de noviembre de 1992

A PAULINA SALAS NO LA DESAPARECIERON. No la mataron. Pero le dañaron la vida para siempre. Como a los veteranos de Vietnam. Como a los secuestrados que han vuelto a ver a su familia después de varios meses de encierro y soledad, como a los campesinos a los que les han robado un hijo. Su drama no es ya el de la sangre y el de las explosiones de dinamita El de los disparos que dieron en el blanco. Lo suyo va por dentro. En el eco perdido de voces y de instantes que siguen llegando, cada vez más confusos, para iniciar de nuevo la danza de la muerte en el escenario de la memoria.
"La muerte y la doncella", la obra que acaba de inaugurarse en el Teatro Nacional, bajo la dirección de Fanny Mikey, está inspirada en el caso chileno. Pero, de hecho, puede situarse en cualquier país latinoamericano que ha regresado a la democracia después de una larga dictadura. Y, sin necesidad de emprender mayores esfuerzos, puede ajustarse fácilmente a la experiencia de otros tantos países que han vivido, como Colombia, en el imperio del hampa y del terror.
Lo que más llama la atención en "La muerte y la doncella" es la forma como su autor, Ariel Dorfman, logra narrar una historia violenta y repugnante, a través de una historia de amor. Así, lo que hubiera podido ser un montaje amarillista, o incluso un panfleto político, se convierte en un drama que mezcla en su justa proporción la tragedia, el romance, la vanidad y la nostalgia.
Vicky Hernández caracteriza a una mujer que recuerda con locura los excesos de los que fue objeto durante la dictadura. Jairo Camargo personifica a un delegado de derechos humanos que lucha por la paz de su país y por ofrecerle a su mujer la oportunidad de imaginar un mundo diferente al que la sigue torturando en su memoria. Helios Fernandez encarna al hombre utilizado por el régimen, que pasa de victimario a víctima. Con estos tres actores de talla mayor se le dio forma a esa historia, definitivamente actual, que se mueve todo el tiempo entre el amor y el desamor.
El cuarto protagonista es el montaje escenográfico del mexicano Alejandro Luna. Con muy pocos elementos, pero de gran simbolismo, se logra transmitir una sensación de desasosiego y un clima de alta tensión. Ademas, ante la imposibilidad del Público de distraerse con el decorado, resulta prácticamente obligatorio centrarse en el desarrollo de los diálogos.
"La muerte y la doncella" es la ópera prima de Fanny Mikey: dirigir era lo único que le faltaba en una vida entregada al teatro. "Escogí esta obra, asegura, porque a estas alturas de mi vida entendí como una responsabilidad presentarle al público de mi país una pieza dramática con tanto significado para los momentos que estamos viviendo".