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AMERICA LATINA Y SUS ESCRIBIDORES

Con muchos descubrimientos y varias herejías, una historia de la literatura latinoamericana se publica después de 12 años de investigación y dos de peregrinaje por las editoriales.

23 de octubre de 1995

ESCRIBIR ENCICLOPEDIAS NO ESTA DE moda. En la cultura de la comida rápida, los preservativos desechables, el videoclip y el bombardeo de estímulos de los medios, es difícil encontrar a alguien que albergue ideas que duren más de lo que se deja un chicle en la boca. Sin embargo, Harold Alvarado Tenorio, un poeta de lecturas pausadas y juicios demoledores, como un Funes memorioso se sentó durante 12 años a hilvanar los hilos del laberinto de Las literaturas de América Latina. Una obra sin precedentes, que tal vez sólo tiene un eco lejano en la clásica obra de Enrique Anderson y Eugenio Florit, publicada hace más de tres décadas.
Y lo hizo con la irreverencia que lo ha convertido en uno de los profesores más polémicos de la Universidad Nacional, con la contundencia de su clara poesía, con la puntería de los dardos de su conversación cotidiana y con la sencillez de quien maneja el tema al revés y al derecho, acostumbrado a introducir en ese mundo mágico a los estudiantes de la cátedra que dicta desde hace más de 25 años.
En este libro, que no es exactamente una enciclopedia, un manual, una antología, ni una historia, pero que tiene de todo un poco, Alvarado Tenorio jugó a ser el cartógrafo de una región apenas explorada por los héroes dudosos de las cartillas escolares o los ídolos manipulados de la sociedad de consumo. Pues aunque los libros de Jorge Luis Borges se agoten en las librerías o las historias de Isabel Allende tengan las puertas abiertas de Hollywood, apenas si se ha realizado una observación panorámica sobre la literatura latinoamericana .
Alvarado Tenorio, un viajero incansable, que descubrió la exuberancia de las letras brasileñas en una universidad de Nueva York, durante más de una década vació varias bibliotecas de Colombia, Estados Unidos, España, Brasil, México y otros países del continente buscando reconstruir a nivel macro ese mundo latinoamericano que tiene en común: "haberse inventado - dice- una lectura que rompe con el pensamiento occidental, que se burla de la realidad prometida por los europeos y resuelve su relación con la realidad a través del pensamiento concreto".
Estas características que ya son aceptadas popularmente en Las famas y Cronopios de Cortázar, en los muertos insomnes de la Comala de Rulfo, en los astilleros cargados de fantasmas de Juan Carlos Onetti y en todo el descubrimiento del realismo mágico, tal vez no se había reconocido con la misma claridad en las primeras obras de las repúblicas del siglo XIX.
Alvarado Tenorio dirige su mirada hacia esas literaturas incipientes que incluso en libros tan supuestamente clásicos como El periquillo sarniento de José Joaquín Fernández de Lizardi (primer autor citado en el libro) ya están demostrando el vigor del nuevo mundo conquistado por las plumas latinoamericanas con la ingenuidad del que apenas descubre, con la irreverencia del que no tiene una tradición milenaria y se puede dar el lujo de inventarse a sí mismo.
Por eso el recuento, que excluye el florecimiento de las visionarias literaturas precolombinas y los intentos literarios coloniales, empieza en el siglo XIX para centrarse en el momento del mestizaje, y termina, entre otros, con la prosa alucinada y erótica de Guillermo Cabrera Infante.
En tres tomos, varios ensayos históricos como La declaración de la independencia intelectual, La barbarie, positivismo y organización y Literatura y mestizaje, entre otros, crean una estructura sobria y clara sobre la que el lector principiante puede apoyarse, antes de adentrarse en el vuelo lírico del romanticismo, los atrevimientos del modernismo, las verdades del positivismo, las nostalgias del buen salvaje y el delirio salvador de los lenguajes desestructurados de la nueva novela.
En su paseo por la gran obra latinoamericana, Alvarado Tenorio se aparta de muchas verdades consagradas por la crítica, suelta algunas herejías y rescata las visiones de autores a quienes muy pocos les conocen el apellido. Por ejemplo, por encima de Cien años de Soledad o El señor presidente (cuyos autores han sido condecorados con el premio Nobel), Alvarado considera la obra maestra del siglo a Grande Sertao: Veredas del brasileño Joao Guimaraes Rosa, un escritor casi desconocido que no suele aparecer en los textos del Ministerio de Educación. También descabeza a varios personajes centrales de esa historia oficial. De Gabriela Mistral opina que "sobresale por ciertas habilidades métricas bien repetidas de las experimentaciones de Darío pero nada más"; cree que para Alvaro Mutis: "la literatura es entonación y estilo, pero no comunicación" y La vorágine de Jose Eustasio Rivera es descrita como "una extensa sinfonía radial que imita la obra de Euclides da Cunha".
Otras figuras reconocidas como Mario Benedetti, Isabel Allende, Fernando del Paso o R. H. Moreno Durán ni siquiera son incluidas.
Pero si tumba pedestales, también construye sólidas estructuras alternas, basadas en juicios inteligentes y a veces insospechados. Por ejemplo, el que reconoce en Bolívar no sólo al gran orador, sino al verdadero iniciador de la crítica literaria moderna.
Este libro sobrio, sustancioso, polémico y de una exhaustiva investigación trata de proponer una lectura, de seguir junto al lector las huellas de una gran cultura atomizada por dudosos esquemas educativos, de devolverle el placer a la palabra y al ensayo y la exactitud a las expresiones. No se va a encontrar rasgo alguno de herméticas teorías literarias (como es la gran moda de las exégesis actuales) ni se van a escuchar las verdades oficiales. Sólo se hallará la lectura de un investigador apasionado que al fin, después de las negativas de Colcultura y la Universidad Nacional recelosas de sus contenidos y de las evasivas de las editoriales comerciales temerosas de sus resultados lucrativos, publica la Universidad del Valle. Una edición que permitirá conocer la invaluable obra de un escritor con una profunda formación, sin pelos en la lengua y enamorado de las raíces de esta cultura.-