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Fernando Savater ha sido un gran divulgador de la filosofía y la literatura.

LIBROS

La guarida de los escritores

El nuevo libro de Fernando Savater es un viaje a los lugares donde vivieron y escribieron sus autores preferidos.

Luis Fernando Afanador
6 de agosto de 2016

Autores: Fernando Savater & Sara Torres

Título original: Aquí viven leones

Editorial: Debate, 2016

Cantidad de páginas: 246

El escritor español y su esposa hacen un recorrido por algunos de los lugares y personajes más importantes de la literatura universal.

Fernando Savater nos propone que viajemos con él a visitar los lugares donde vivieron y escribieron ocho escritores: William Shakespeare, Ramón del Valle-Inclán, Edgar Allan Poe, Giacomo Leopardi, Agatha Christie, Alfonso Reyes, Gustave Flaubert y Stefan Zweig. Una lista variopinta, como corresponde a un lector hedonista y caprichoso que entiende que “la literatura no es solo caviar sino también sardinas en escabeche”. Y un libro muy personal, escrito en complicidad con su pareja, Sara Torres, quien enfermó y murió durante el proceso de su elaboración, lo cual lo hace aún más personal. Para el lector, una buena introducción a la obra de dichos escritores y para el fetichista literario todo un banquete poder ver, entre otras delicias, el pabellón de la Croisset, en Normadía, donde Flaubert escribió su obra, o la Villa delle Ginestre, cerca de las laderas del Vesubio, donde el enfermizo y melancólico Leopardi descubrió la pasión por la vida.

Además de las fotos de las casas, las villas, los cafés, las tumbas o los paisajes urbanos y rurales que fueron importantes para los autores, cada semblanza viene precedida de un cómic de la dibujante Anapurna, alusivo a algunas de sus obras. A seis manos fue hecho este libro que se emparenta con La infancia recuperada, de 1976, el ensayo que le dio celebridad a Savater, por su acercamiento vitalista y antiacadémico de la literatura, aunque no carente de rigor y profundidad.

¿Qué tanto sirve conocer la biografía de un escritor? Para algunos, resulta irrelevante, lo importante son sus obras. Para otros, ayuda a entenderlos mejor, en su dimensión humana. La discusión es inacabable y ha tenido sus predominios a lo largo de la historia. En el siglo XIX, la biografía del autor era imprescindible; en el siglo XX, por contraste, se volvió prescindible y se impuso una perspectiva formalista e historicista. El siglo XXI parece ecléctico, en todo caso ha resurgido el interés por los hechos biográficos y ‘lo personal’. Por cierto, uno de los personajes de este libro, Stefan Zweig, famoso por sus biografías que exaltaban “los grandes acontecimientos” y “los grandes hombres”, fue reducido al ostracismo en la segunda mitad del siglo XX y reivindicado con furor a comienzos del XXI.

En el prólogo de su libro, Savater defiende muy bien, a mi juicio, su interés en los aspectos biográficos: “A través de esas pistas evocamos su figura, y ese conjunto personal sirve para complementar nuestra lectura de su obra, aunque nunca para sustituirla. Más bien al contrario, es un pretexto para volver sobre ella y recaer en el placer que nos causa, pero ahora con un decorado y un paisaje que nos permiten quizá comprenderla mejor… ¡o que nos intriga aún más sobre el hechizo que encierra!”. Complementa nuestra lectura pero no sustituye la obra y finalmente acrecienta su valor: cómo alguien hizo de una vida corriente algo extraordinario. Sin duda, hay en la biografía hechos relevantes, esclarecedores, para vislumbrar esa alquimia entre la vida y la obra. Algo que, por supuesto, no siempre se cumple. Como todos sus biógrafos, Savater se acerca a la inasible vida de Shakespeare y, como todos ellos, concluye que hay más huellas de él en sus sonetos que en el mobiliario de su casa en Stratford-Upon-Avon.

Vale la pena aclarar que en la intromisión no debe haber lugar para el morbo. Así lo confirma Savater en su semblanza de Poe: “Hablar de impotencia como fuente fisiológica de su angustia (también lo fue en el caso de Kierkegaard, la notoria astilla clavada en la carne) es ya un tópico de sus estudiosos, que menciono de pasada porque me repugnan las intimidades excesivas que carecen de relevancia propiamente literaria”.

Queda el tema de la visita a los lugares donde vivieron los escritores, ahí sí, el puro fetichismo literario. Que tal vez no es defendible, pero sí justificable. Dice Savater: “¿Fetichismo? Pues adelante con el fetichismo, que también es una forma de amor. O mejor dicho, cualquier amor –balbuceante o sublime- siempre es una forma de fetichismo”. Suscribo.