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ARIZA, AL NATURAL

El maestro Gonzalo Ariza habla del paisaje, del pasado y de los pintores jóvenes, a propósito de la exposición de sus obras recientes, que inaugura esta semana la Galerí Alfred Wild.

23 de marzo de 1992

ESTAS CASAS DE LA CANDELARIA SE acomodan a la perfección al carácter de nosotros, los pintores, que hacemos tanto mugre cuando trabajamos. Son espaciosas y llenas de recovecos. Además uno se siente como si estuviera en el campo. En los días de lluvia, las ranas no dejan de cantar. Cuando vienen mis nietos, se sientan con paciencia en el borde de ese laguito que se formó al lado de las escaleras, a esperar que algún renacuajo quede atrapado entre el pocillo.
El patio se ve inmenso. ¿verdad? Pero no es tan grande. Lo que pasa es que las matas le dan una dimensión amazónica. Hace 30 años cuando nos pasamos, no había una sola flor. Era un patio triste. Vacío. Gris. Pero poco a poco le sembramos color. Tampoco había caminos. Y los caminos son maravillosos. Fíjese en el que sale de la esquina de mi estudio: no conduce a ninguna parte, pero es agradable recorrerlo. Sobre todo ahora que no puedo salir con tanta frecuencia. Pero en todo caso debo hacerlo, porque ahí está el punto de partida de mi trabajo: en la naturaleza.
En los comienzos llevaba al monte una caja de témperas, y cuando encontraba el paisaje que quería pintar, hacía un boceto con colores. Un boceto mucho más elaborado que los de ahora. Y es que en realidad ya no hago bocetos. Simplemente anotaciones, que no entiendo sino yo. Lo importante es que uno logre captar la poesía que hay en el paisaje. Eso es lo que siempre he buscado, desde que me convencí de que no es uno el de la poesía. La poesía ya está. Por eso, de regreso al estudio, los colores que quedan en el lienzo no son los que uno ha visto, sino los que uno ha sentido.
De cualquier manera, hay que tomar nota, porque en la Sabana de Bogotá el paisaje es fugaz. Los pintores europeos iban durante 15 días al mismo sitio, a la misma hora, y encontraban el mismo paisaje. Acá el paisaje cambia cada minuto. Lo único cierto es que desde las montañas la ciudad cada día se ve menos. Mire este cuadro. Se llama "Bogotá desde Guadalupe". Pero no se ve Bogotá. En su lugar, la contaminación se encargó de diseñar una nube plomiza.
Las cosas han cambiado. Hace 40 años me gustaba ir, en las noches de luna llena, a pescar capitanes en el río Juan Amarillo, que pasaba cerca de Suba. Ya no hay capitanes, el Juan Amarillo pasa por debajo de las autopistas, y el cerro de Suba está plagado de casas y de apartamentos. Pueda ser que en las nuevas generaciones de pintores, que están sorprendiendo gratamente, haya quienes se dediquen a pintar el paisaje colombiano, antes de que más ríos pasen por debajo de nuevas autopistas. Ojalá no le teman al realismo y a la figuración. Al fin y al cabo en el fondo todo es línea, color, profundidad...
Y pueda ser que los jóvenes se decidan a explorar nuestras raíces, para que puedan ser auténticos. Fíjese que el muralismo mexicano llegó muy lejos por eso. Y es que a uno no se le puede olvidar que el arte tiene un compromiso social. Y eso no implica caer en nacionalismos ridículos. -