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ARTE CERCADO

Beatriz Angel expone por primera vez en Bogotá

18 de enero de 1988

La reciente apertura de la exposición de Beatriz Angel en el Museo de Arte de la Universidad Nacional en Bogotá, estuvo marcada por el signo contundente de la situación actual del pais. Un par de camiones "jaulas" de la policía hicieron devolver asustados a los invitados que trataron de llegar por la entrada de la 45 con 30. Problemas estudiantiles: esta vez una marcha de protesta por el cierre de la Universidad. De manera que los 14 cuadros se quedaron colgados sin rito de inauguración.

A los pocos días se reabrió la Universidad, pero los celadores únicamente dejaban entrar a estudiantes con carné. Las pinturas no figurativas de esta artista bogotana que por primera vez expone individualmente en Colombia, conformaron una exposición sitiada, dentro de una Universidad cercada. Ahora, el clima ha tomado un cariz más de exámenes finales y más navideño, y cualquier ciudadano puede ingresar mostrando únicamente la cédula.

Lo primero que sorprende al caminar por el pasillo de acceso a la sala uno del Museo es el llamado de los colores. Es imposible pasar de largo cuando allá adentro fulgura la llama de los rojos, amarillos y azules nitidos, combinados irreverentemente con unos grises, blancos y negros, que reclaman para si la categoria plena del color.

Una vez adentro, golpea la ruptura de las formas. Los cuadros se salen de madre. No se contentan con no tener marco, ni vidrio, ni nylon para pender de las puntillas, ni bastidor. Necesitan--"por razones de equilibrio" dice la pintora--estirar sus extremidades, desperezarse, violar el rectángulo o el cuadrado convencional. Se puede decir, entonces, que dejan de ser cuadros y se vuelven objetos, interesantes objetos evocadores.
Al acercarse surge insolente el lenguaje de los pliegues. Las arrugas se hacen trazos y la superficie donde reina el color crea obstáculos toscos.
Se descubre así que la pintura está hecha sobre elementos cotidianos: retazos de tela, forros de silla, cortinas, camisas, faldas, manteles, delantales, edredones. Todo pegado con colbón sobre un gran pedazo de lona costeña limpia.

La artista crea su superficie, trabaja el cuadro sobre el piso, nunca en caballete. Cuando surge el color como una necesidad, utiliza el vinilo. Sí, la sencilla pintura de paredes, que para muchos es escasa en posibilidades.
Los colores primarios salen directamente del tarro de la superficie montañosa, sin mezcla previa. Jamás hay un boceto. Jamás se retrabaja un cuadro. O fluye o se abandona. Catarata o nada.

El hecho pictórico y no la anécdota
"A primera vista --afirma sobre Beatriz Angel el crítico Germán Rubiano Caballero--y sobre todo para gente poco familiarizada a mirar arte moderno, las pinturas de la artista pueden parecer agresivas, toscas y casi primarias. Nada más equivocado... Por el contrario, su primera virtud reposa en esa realización disciplinada y con muchos años previos de experiencia que hace posible una creación tan fuerte y cargada de intensidad como madura".

La obra de Beatriz Angel no tiene fórmula, no obedece a cartillas. Por eso cada cuadro es único y en ellos se logra esa armonia de color, forma y textura, tan difícil de lograr como totalidad. El resultado es una especie de cuadro infinito, frente al cual uno puede sentarse con la mente en blanco y dejar al cuerpo ver todo lo que no se ve con el ojo.

Varios años, ciudades y dolores fueron necesarios para que la artista cobrara la conciencia de que en su caso la pintura es algo esencial. Licenciada en bellas artes de la Tadeo Lozano, se residencia en Cartagena refugiada en la docencia. Vienen luego Londres y París, donde descubre que en el arte todo es posible como en la vida misma que es múltiple. Nuevamente de regreso a su natal Bogotá, hace año y medio, abandona lo figurativo, lo literario, aquello que "es más un cuentico, que un problema plástico", y decide entrar de lleno "al juego de color y forma que es la pintura, el hecho pictórico, más allá de la simple anécdota". --