Farmacéutico, corresponsal de guerra, secretario de la Real Academia de Artes de Prusia y autor de dos libros de guerra, cuatro volúmenes de viajes, un tomo de baladas y otro de impresiones sobre la ciudad de Londres, Theodor Fontane (1819-1898), escribió su primera novela a los 56 años. Sus diversas ocupaciones, así como su incisiva capacidad analítica --de la que luego haría gala en su obra--, le brindaron la oportunidad sin igual de participar muy de cerca de las variadas esferas de la sociedad de su tiempo: el árido matrimonio y los divorcios, las sutiles pasiones y los duelos insoslayables como destinos amargos, las sofocantes maneras de una aristocracia frugal; el inobjetable transcurrir de la vida rumbo hacia la muerte. Todo eso, Fontane lo incorporó a sus novelas.
Para muchos, su obra más destacada, y una de las más perfectas novelas históricas, es "Antes de la tormenta" (1878), una narración en donde la aristocracia prusiana, los ideales de la Revolución Francesa y la patriotería inhumana, constituyen algunas de las preocupaciones de los personajes. Para otros, en cambio, esa pieza, obra maestra además del realismo alemán, es "Effi Briest" (1895), la última novela que él publicara y que, ahora, Alianza Tres --parece que también lo hizo Bruguera-- ha incorporado a su ya célebre fondo editorial.
Como Madame Bovary, su línea argumental se teje en torno al conflicto que, desencadenado por el adulterio, vive la sociedad y la conciencia. Pero, al igual que su predecesora, no es sólo eso. Sus severos límites alcanzan otros ámbitos. Escrita con mesura, contenida, "Effi Briest" es un ejemplo maravilloso --ahora que esta tan de moda confundir la literatura con el chisme insidioso, la procacidad y la maledicencia-- del arte de nombrar sin aspavientos, sin dramático patetismo, de decir a media voz, de callar.
Effi, una muchacha criada en la atmósfera de inocencia campestre que genera la nobleza rural, es agobiada durante los primeros años de su matrimonio por un anhelo de amor. En su marido, otro noble mucho mayor que ella, ha encontrado abrigo, seguridad, mejor posición social, hasta cariño, pero su deseo --aunque sin fuerza y sin inteligencia, ingenuo e infantil-- se debate insatisfecho. Siete años después, liberada con el tiempo de su culpa, ha encontrado o creído encontrar la felicidad en la vida conyugal y el roce social que le impone el cargo público de su esposo. Pero la aciaga fortuna permite que el barón conozca la olvidada correspondencia que ella, en su falta, sostuvo con el capitán Crampas, el desilusionado y pobretón comandante de distrito, engrillado a una esposa anciana y celosa.
Esclavo de sus prejuicios y de los valores de la sociedad, el barón, sin celos, sin rencor personal --él mismo se pregunta cuándo prescribe una culpa de esa naturaleza-- acepta la implacable rigidez de las leyes y las ideas, de las "virtudes" de la sociedad en que vive. Entonces el código se cumple. Así mismo, la acción de la novela. Ante todo las formas, la sociedad, pues aunque se esté sujeto a unas normas en las que no se cree, o es apenas a medias, éstas generan un orden. Sustentación y destrucción tienen, por tanto, un mismo origen.
La sociedad se "salva" a costa del individuo, anulando sus posibilidades de felicidad. Al final de la novela, Effi, reconciliada consigo misma --"Me da asco lo que hice..."-- rechaza ese mundo que la ha repudiado en aras de la forma--"...pero aún más asco me da vuestra virtud".
Al borde de la última frase, el padre de Effi, la figura más humana del libro y una de las caracterizaciones más sobresalientes, exclama: "...no somos tan importantes coma nos creemos. Siempre estamos a vueltas con el instinto, y a fin de cuentas eso es lo mejor, es instinto".
Indudablemente "Effi Briest" es una magnífica novela, lejos del farragoso frangollo que pretenden darnos hoy a cambio de literatura ciertos políticos de letras.--