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ATRAPADOS CON SALIDA

Alfredo Gamonal en Bogotá y Gerardo Aragón en Medellín: dos propuestas que escapan a la tendencia "vanguardizante" de los 80's.

Ahora que el oficio vuelve por sus fueros en el arte y obliga a revivir técnicas casi olvidadas de representación y simulación de imágenes y situaciones, los pintores figurativos están de plácemes. Con ellos también este país que conserva jugosas reservas de conocimiento y recursos, que algunos se han dado en llamar artesanía. Sin embargo, y dadas las circunstancias que se viven actualmente, lo artesanal resulta ventajoso para armar arsenales de considerable utilidad con los cuales ocupar posiciones envidiables con respecto a las de otros países y situaciones.
Más allá de los circulos claramente establecidos de los artistas maestros consagrados, quienes sin duda dominan las cuestiones del oficio pictórico entre nosotros, la situación a la cual se alude en estas líneas se hace extensiva a quienes teniendo los recursos, no se habían manifestado con suficiente fuerza; ahora, casi que ineluctablemente, aparecen día por día, sorprendiéndonos con la capacidad colombiana para producir este tipo de manifestaciones.
Si los grupos de presión de las llamadas vanguardias nacionales se atrevieron a indicar, hace cuatro años, a través de exposiciones, lo que consideraban debería ser la conducta artística apropiada del arte para los ochenta; si se tomaron la libertad de dar las pautas, bastante estrictas por cierto, por medio de las cuales se debía regir el temperamento artístico nacional, hoy en día, la historia, esa impredecible secuencia de eventos que sigue las aparentemente más caóticas circunstancialidades, ha demostrado que el camino era otro. Ante el panorama de lo que ha pasado en el arte durante los últimos cuatro años, la propuesta vanguardizante para los años ochenta se disminuye considerablemente y menos que intento de indicar caminos, parece fallido chantaje.
En efecto, la creatividad de los colombianos desborda los severos límites del puritanismo artístico y ofrece muchas opciones entre las cuales se pueden señalar dos exposiciones que de manera inmediata motivan estas líneas: ellas se llevan a cabo actualmente, una en Bogotá y otra en Medellín y propone, cada una, derroteros con qué complementar y enriquecer el panorama artístico nacional cuando nos aproximamos a la mitad de la década.
Alfredo Gamonal, en la Galería San Diego de Bogotá, expone cuadros trabajados con pastas considerables acumuladas a través de dudas, ensayos y errores. Eventualmente, y luego de largo proceso, se tornan acertadas obras que no están antecedidas por bocetos ni planes previos a la pintura misma y que por ello ganan significaciones al mostrar muchas de las experiencias vitales que acompañan a la creación desde el primer asomo hasta la revelación definitiva de la imagen.
En la obra de Alfredo Gamonal la materia se superpone y deja huellas claras o pentimenti (arrepentimientos, que llamaban sabiamente los italianos) mostrando que el camino de la creación es azaroso y está lleno de contradicciones, y que, sin embargo, al final, ellas no quedan del todo ocultas, como si se pretendiera indicar, precisamente, que en la inconsistencia y en la falta de seguridad, se ha manifestado la vitalidad del proceso creativo.
Más allá de la disquisición sobre colores, formas, siluetas, e intencionalidad de lo representado, la pintura de Alfredo Gamonal insiste en mantenerse en el territorio ocre desde el cual es lógico alcanzar los lilas y los rosas: esto crea un sabor de tiempo acompasado que detiene el ritmo de la obra y permite mirar dentro de su intencionada lentitud. Despaciosa, asume la total naturalidad de las formas que recrea, para que figuras humanas y animales, así como el paisaje mismo, permitan la aparición de los detalles que resultan de la cuidadosa observación. Afortunadamente para nosotros, aunque parezca contradictorio, el color sosegado y la calma en el explayarse sirven para que Gamonal saque a relucir argumentaciones que tienen que ver con el cuestionamiento de asuntos vitales y existencias: con las preguntas que constantemente, y a través de su oficio, hace sobre lo esencial y lo efímero; sobre lo que vemos y lo que creemos ver; sobre la realidad y lo que quisiéramos que fuese.
De esta manera abre la puerta, menos a conclusiones claras y respuestas finales, y más a preguntas planteadas con candidez pero también con aquello que pudiéramos llamar peores intenciones: las que tratan de revelar lo dudoso de tantas aparentes certezas para que las personas que miren sus cuadros vuelvan a preguntar, desde el principio, ¿cómo son las cosas?
Por su parte, Gerardo Aragón, en la Galería Autopista de Medellín, nos muestra flotantes, casi incorpóreas, las representaciones de cielos vistos en ciertos momentos del celaje. Parece referirse a realidades concretas de escenas que ocurren en la altiplanicie donde vive y, simultáneamente, a una memoria culturalmente interesante de decoraciones dieciochescas de plafones murales o cenitales, con que los venecianos, austriacos y bávaros decadentes, entre otros, manejaron espacios arquitectónicos y los calificaron para la vida elegante y refinada de un período que, artísticamente hablando, fue parco en experiencias definitivas. Para llegar a estas imágenes también usa referencias locales como, por ejemplo, la pintura que durante mucho tiempo ha trabajado ese pintor tan significativo para nosotros como es Gonzalo Ariza, así como su no siempre consistente heredero Antonio Barrera, y otros que recientemente han lidiado el asunto de nuestros cielos como Ana Mercedes Hoyos, y varios artistas más.
La entrada de Gerardo Aragón en este tipo de visiones es reciente e insólita si se considera que durante muchos años dedicó parte considerable de su energía creativa a trabajar figuras femeninas poco interesantes que no superaban lo anecdótico; además, otras actividades suyas servían para disipar una educación artística consistente en que no había sido sería ni efectivamente canalizada. Es debido a las razones anotadas que la excelencia de la obra que ahora produce nos impacta frontalmente.
A las experiencias que se acaban de mencionar en el ámbito de la pintura colombiana, Aragón añade un específico buen gusto en el conocimiento técnico que le permite la sólida construcción del color a partir de estructuras cromáticas sabiamente manejadas con el óleo más tradicional, para componer visiones aéreas y vibrantes que, de ser trabajadas con intensidad, disciplina intelectual y constancia, pueden llegar a ser más que decoración o símbolo de elegancia fatua, para entrar definitivamente en el territorio de una poética que revele visualmente los sistemas cambiantes con que el universo superior, el cielo que nos cubre, da herramientas para que los artistas hablen de ámbitos liberados. Es éste el caso de un pintor que después de los cincuenta años se ve arrastrado por la corriente de su propia creatividad. Y es que, en arte, la edad puede producir cosas maravillosas: si en el esfuerzo de deportistas y otros que trabajan con el cuerpo los años señalan el fin de la carrera, en estas cuestiones sucede todo lo contrario. La pintura de Gerardo Aragón promete ir más allá del fogonazo creativo después de un largo receso y convertirse en lineamientos para una significativa madurez.