ACADEMIA
La inspiración no es suficiente
Los estudios en escritura creativa cada vez toman más fuerza en el país y pasan por alto las clásicas críticas sobre su utilidad.
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En Colombia aumenta cada vez más el interés por escribir. Esto se percibe por el número de programas de educación formal y no formal que se han creado en los últimos diez años alrededor del país. Universidades como la Central ya no solo ofrecen talleres de escritura, sino pregrados, maestrías, especializaciones y otros posgrados.
Según Adriana Rodríguez, coordinadora académica de esta institución, “América Latina está despegando con respecto a la formación de escritores. El pregrado acá, por ejemplo, comenzó con cuatro estudiantes y en este momento tiene más de 140”. Un gran avance, si se tiene en cuenta que solo en 2007 nacieron las primeras maestrías en creación literaria en las universidades Nacional y Central.
Tal es el auge, que en las carreras clásicas de literatura le han abierto espacio a materias sobre creación. Incluso instituciones del Estado se han unido a esta tendencia. En este momento, la Red de Escritura Creativa del Ministerio de Cultura dicta alrededor de 60 cursos por todo el país, en los que participan 1.000 personas. Por su parte, los talleres de Idartes sobre géneros literarios tienen más demanda.
Para el escritor Ricardo Silva Romero, la profusión de estudios de escritura creativa prueba que hay mucha gente que necesita un estímulo para ser escritor. “La gente que quiere escribir inmediatamente se enfrenta al obstáculo de tener tiempo, y para tenerlo hay que comprarlo. Esos estudios lo obligan a ensayar y a leer, y si bien ninguno garantiza que va a enseñar el talento, sí puede darle elementos y lecturas claves a personas que tienen esa vocación”.
De hecho, los talleres de escritura tienen una tradición en Colombia. El más emblemático es el de Isaías Peña Gutiérrez, quien comenzó hace 35 años y continúa hoy en la Universidad Central. Por allí han pasado escritores reconocidos como Jorge Franco (Rosario tijeras), Germán Gaviria (Olfato de perro) o Juan Álvarez (La ruidosa marcha de los mudos). Este último ahora trabaja en el diplomado de escritura creativa del Instituto Caro y Cuervo y sostiene que hace dos años, cuando comenzó el proyecto, pensaron que no había tanto público, pero se dieron cuenta de que hoy hay más gente interesada no solo en la literatura, sino en producir otro tipo de contenidos.
El aumento de la demanda ha llevado al instituto a estructurar su propia maestría. “En nuestro caso –dice Álvarez–no hacemos énfasis en la escritura literaria, la de autor, sino en una cosa mucho más amplia, que se refiere a la producción de contenidos creativos, porque con el auge del internet se hace evidente que se requiere de una formación y estímulo para responder a esas demandas del mercado”.
Este amplio panorama de ofertas demuestra que en Colombia se desmitifica la idea de que la escritura es una labor que solamente pertenece a las elites o a quienes tienen un talento casi innato. “La existencia de estos programas revela que el talento por sí mismo no basta y que, de pronto, es mucho más rápido entrar en ese proceso de escritura con la ayuda de alguien”, dice Andrea Salgado, profesora de las maestrías de la Nacional y la Central.
Sin embargo, esta proliferación de cursos, carreras y talleres ha reabierto el debate de si el escritor nace o se hace. Por ejemplo, el escritor británico Hanif Kureishi hace dos años afirmó –a pesar de enseñar en uno de ellos– que los cursos de escritura creativa eran “una pérdida de tiempo”. En cambio, la académica y escritora Carolina Sanín cree que estos espacios permiten que la gente afine su interés por la escritura, en la medida en que pule sus textos y su percepción de la realidad. “Funcionan a todo nivel. Sirven para que haya mejores obras literarias porque allí se puede cultivar con cuidado una vocación”.
El escritor que estudia estas maestrías, “está todo el tiempo subvirtiendo las formas, más que los demás”, dice Silva. Y ese fogueo, sostiene, hace falta en la carrera de literatura, donde se suele dar una formación más en gramática, semántica, historia o lenguaje. Esto ya no es suficiente para alumnos que están acostumbrados a tener una página propia que motiva su creatividad.
Según Álvarez, hay que dejar de discutir si se puede enseñar o no a escribir, pues estos cursos están diseñados más que para formar nobeles, para responder a una creciente demanda de personas que quieren convertirse en mejores redactores, lectores o profesores. Si bien unos quieren dedicarse a este oficio, otros simplemente tienen una historia y no saben cómo contarla, o quieren hacer un proceso de catarsis. Algunos, también, deciden tomarlo porque necesitan un título o porque quieren ver la vida desde diferentes perspectivas. Los perfiles, dice Salgado, son infinitos y cada uno, quizás, tiene un interés diferente.
Samuel Salinas, exalumno de la maestría de la Nacional, asegura que allí le enseñaron el cómo se dice y a entender las diferentes formas de narrar. Es consciente que se necesita disciplina y mucho tiempo, y el programa puede dar aliento, pero la única manera de mejorar sus habilidades es escribir mucho.
Si bien, grandes escritores como William Faulkner o Franz Kafka nunca pasaron por un programa de estos, otros como Flannery O’Connor (Sangre sabia) o Raymond Carver (Catedral), sí lo hicieron. En el caso de América Latina comienza a surgir una generación de escritores liderada por el pulitzer Junot Díaz (La maravillosa vida breve de Oscar Wao) y Yuri Herrera (Los trabajos del reino), que se formaron en un programa de escrituras creativas. Esto demuestra que aunque no existe una fórmula mágica para crear relatos, sí es cierto que en la región se forjan talentos a partir de un aprendizaje. Esto, además, afecta positivamente a la profesión literaria y, a la vez, a la industria del libro porque ha creado editores, escritores y lectores diferentes. Pero, sobre todo, abre nuevos espacios, “que siempre son de agradecer en cuestiones artísticas”, resalta Silva.