BARETTA AL CUADRADO
"El gran racket", una película con las dosis de violencia que aún no admite la TV.
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Algunos críticos opinan que uno solo debe ver y comentar el cine de calidad, el que cuestiona y exige al espectador. Otros preferimos ver y comentar todo, especialmente las películas de fórmula que tienen éxito de taquilla. Entre otras cosas porque con esta cartelera que tenemos nos reduciríamos a una ida a cine cada dos meses, o tendríamos que ir todos los días a la Cinemateca o repetir indefinidamente las mismas películas en cine clubes y ciclos.
Es como si uno decide ir solamente a los teatros que tiene buena proyección. Hay que tomarlo con filosofía, como se dice. Tiene su misterio ir al Chapinero 2, dotado de algo que hace las veces de pantalla porque ahí se proyecta la imagen, pero que no es sino una pared pintada de blanco que se ha descascarado en largos manchones que contemplan todas las gamas de los grises obligando al espectador a adivinar muchas cosas de la imagen. Aún así se llena para ver "El gran racket". Además nos robaron la plata que pagamos por el cortometraje colombiano que no se proyectó.
La opción de ver todo tipo de cine tiene su lado interesante. Es asistir a una sesión en que aparece con toda su fuerza el conjunto del hecho cinematográfico: el público que vibra, que responde con risas y aplausos, que se prepara cuando siente que todo está listo para la masacre final. Entonces, aunque la película no nos cuestione, el conjunto del espectáculo sí lo hace.
LOS CAMINOS CERRADOS
Una actitud sería decir que "El gran racket" no es sino un "Baretta" llevado a sus últimas consecuencias, usando todos los métodos ilegales pero eficaces "para devolverle un poco de paz al mundo", en palabras de Nico, el protagonista. Aliándose con asesinos, ladrones y hombres que desean venganza porque su hija o esposa han sido violadas y asesinadas o porque han visto masacrar a su sobrino. Todo es válido para superar el legalismo y los trámites regulares que impiden acabar con los malos, en este caso el racket, organización que quiere obligar a todo el mundo a que le pague protección. Y es cierto, lo único que diferencia a esta película de "Baretta" es que sube la dosis de violencia y violaciones que todavía no se puede pasar por la televisión. Pero el modelo es el mismo.
Otra actitud sería clamar contra la explotación de la violencia que se trata de ocultar con un mensaje pacifista: Nico, cuando ha acabado con todos los jefes del racket, destroza su arma en clara decisión de no volverla a usar. No creo que el público comparta esta condena de la película. Me atrevería a pensar que justificaría su entusiasmo durante la proyección y sus aplausos finales afirmando que se trata de una crítica a la ineficacia de la justicia, lo que, entre otras cosas, también critican todos los días las páginas editoriales de los periódicos.
Otro, más filosófico, podría hasta encontrar en "El gran racket" un alegato sobre el problema de si el fin justifica los medios.
Estos caminos están cerrados si se quiere condenar la película y sus congéneres. Siempre hay un resquicio para encontrar un mensaje positivo en el mismo plano de los mensajes negativos que se le critican.
LA TRAMPA DEL ALTRUISMO
Primero se presenta a los malos en su perversidad (la risa, el sadismo, el cinismo), luego al bueno en su temeridad pero impotente por falta de pruebas legales. Después viene el primer climax: la victoria del mal. Los que se han atrevido a enfrentársele al racket reciben su lección. El mismo bueno, Nico, sufre graves lesiones, presencia la muerte salvaje de su compañero policía, y, simultáneamente, se le clausuran definitivamente las vías legales. Hasta aquí el mecanismo funciona a la perfección. Todo está preparado para la destorcida: Nico se retira de la policía, reúne a las víctimas de los malos y triunfa.
Pero en esta destorcida se van enredadas muchas cosas: del grupo que acaba con el racket el único que sobrevive es Nico, el que actuaba "por devolverle un poco de paz al mundo", los demás, los que estaban motivados por venganzas personales, mueren en el tiroteo. Nico los utilizó porque los necesitaba en su lucha contra el mal, pero él, el altruista era el único predestinado a sobrevivir.
Por este lado podemos encontrar algo más interesante en la relación del público con la película que la simple condena por exceso de escenas de violencia. Es la forma como la película recoge las rabias de la gente, la inconformidad, que son muy concretas, para dirigirlas hacia esa abstracción de "la paz del mundo". Abstracción en cuanto que es algo que no tiene nada que ver con la cotidianidad de la mayoría.
Para canalizar así esas rabias y frustraciones la película retoma muchos elementos que caracterizan unas formas de narrar que podríamos llamar populares: la dicotomía bien-mal, la acumulación de acciones fuertes que hacen innecesaria la palabra, la dramaturgia de pasiones límites, los personajes arquetípicos.
Claro que por otra parte está la actividad del espectador que, a pesar de ser atraído por esos elementos narrativos, puede ver en la película aspectos insospechados. Puede que le atraiga más la impaciencia concreta del hombre cuyo sobrino había sido asesinado que la ilusión teórica de Nico de salvar al mundo matando a los malos. Puede preferir personajes más reales -como el campeón de tiro, el ex mafioso o el dueño del restaurante- al de Nico que se va configurando como superhéroe (el salvarse de la paliza que le dan los matones, la curación repentina de sus fracturas, la inmunidad en medio del cruce de balas en el asalto al banco).
Todo esto puede explicar el éxito de taquilla y la respuesta del público. No es porque la película le estimule instintos primarios como la violencia, sino porque los pulsa en sus múltiples rabias y en sus formas de comprender.
Hernando Martínez Pardo