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BAUL DE LOS RECUERDOS

El humor de las cosas de todos los días en un libro que recoge las columnas de Juan Gossaín.

8 de enero de 1990

Si alguien pide un ejemplo del estilo utilizado por Juan Gossaín para escribir (cartas, crónicas, comunicados o simples esquelas furtivas), basta que reproduzca el primer párrafo de su crónica "El solitario", bajo cuyos augurios ha sido preparado este libro divertido y nostálgico: "El alcatraz es el animal más bello de la creación. No tiene el plumaje opulento del pavo real, ni el canto melodioso del canario, ni la hiriente imponencia del águila, ni el estremecimiento wagneriano de los turpiales, ni la buena prensa de que disfruta la paloma. No es astuto como la zorra. Le faltan la audacia del conejo y la velocidad demoníaca de la víbora. No posee la paciencia de la lechuza ni la sabiduría del búho. Es, para colmo, un poco torpe y mal pescador".

Pocos autores tan engolosinados con el idioma como este. Lo paladea, lo pasa por un cedazo, lo extiende como si fuera pasta de hojaldre, lo prueba, lo recoge y así se pasa un buen rato mientras el lector se siente empalagado con ese despliegue verbal. A ese engolosinamiento hay que añadir el sentido común, la simplicidad, la aparente transparencia de los cuales echa mano para contar sus historias personales, nacidas de una imagen pequeña o una situación doméstica, un sueño o un recuerdo. Con un material cotidiano que muchos desprecian por lo que encierra de folclor, Gossaín ha escrito estas crónicas que durante todos estos años han sido editadas en SEMANA, a veces con largos intervalos y otras con mucha disciplina, con más frecuencia.

Veinte años atrás, cuando comenzó a escribir, Gossain estaba desdibujado por influencias expresas y voluntarias. Después, en un proceso de decantación, encontró su propio lenguaje, supo sobre qué quería escribir, identificó plenamente los seres de su entorno más cercano y la muestra se halla en esta antologia donde roza muchos temas, desde los más ridiculos y pequeños, hasta los más poéticos y sublimes. Leyéndolas otra vez, uno descubre con la distancia del tiempo que el tono y el tema han sido sacados de ese lenguaje utilizado por los choferes de Barranquilla o los albañiles de La Matuna o los vendedores de raspao en las calles de Montería. Que nadie lo dude.
La isla de la pasión o isla Clipperton esta ubicada en el Océano Pacífico, a 10 grados, 13 minutos latitud norte y 105 grados, 26 minutos longitud oeste, y el lugar más cercano es el puerto de Acapulco, a una distancia de 511 millas naúticas o sea 945 kilómetros. Fue bautizada por Fernando de Magallanes, quien ni siquiera llegó hasta sus playas. Está rodeada por arrecifes que desestimulan cualquier desembarco.

Esta isla es el escenario escogido por Laura Restrepo para contar una historia insólita, la de un joven oficial del ejército mexicano, el capitan Ramón Arnaud quien, con su recién desposada mujer, Alicia, y once soldados con sus familias, se instala en Clipperton con una misión específica: defender la soberanía mexicana en el Pacífico. Entonces estos personajes tendrán que defenderse, como dice la autora, de enemigos reales e imaginarios, siendo estos más peligrosos.

Rastreando en la memoria de quienes conocieron esta historia, buscando en archivos dispersos, acudiendo a documentos y papeles que muchos habían olvidado, Restrepo logra reconstruir la historia del oficial que hablaba mejor el francés y la trágica y romántica crónica que debe protagonizar. Mientras descubren y doman la isla pasan nueve años, se presenta la Revolución, suben gobiernos, caen gobiernos, los funcionarios se olvidan de esos militares que están defendiendo el nombre de México y al final todos entienden que la muerte es una manera menos penosa de acabar con ese infierno.

En los archivos de la armada norteamericana y el ejército mexicano, en la memoria de algunos sobrevivientes y sus familiares, en los periódicos de 70 años atrás, la autora ha encontrado un material insólito, lleno de presagios y advertencias mientras las figuras románticas de este universo primitivo van creciendo ante el lector quien, una vez más, se asombra con las dotes de excelente reportera e investigadora que hay en Laura Restrepo.-