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El diseño de los edificios de la carrera décima frente al parque Tercer Milenio incluye varios pasajes comerciales. Cada uno de ellos estaría especializado en un arte. Uno sería el de los libreros, otro el de los sastres y uno último para los cocineros de comida típica. | Foto: Render: Juan Pablo Ortiz

URBANISMO

Bogotá 2.0

Para 2030 el centro histórico de la capital tendrá otra cara. El proyecto Ministerios propone que todo el Ejecutivo se traslade al barrio del presidente. Pero hay quienes se oponen.

20 de junio de 2014

En la mayoría de las capitales del mundo el barrio del presidente y del alcalde rebosa de vida con cafés llenos de gente y turistas que admiran la arquitectura; pero en Bogotá es casi desierto.

Sumado a este deterioro está el hecho de que muchos funcionarios públicos trabajan en edificios viejos y mal cuidados que no son emblemáticos del poder de un gobierno. A causa de la militarización que rodea el Capitolio y la Casa de Nariño se perdió la conexión entre el oriente y el occidente del barrio.

Esto ha causado un enorme deterioro en una zona que más que recordar la grandeza de la patria hace pensar en la realidad de la guerra. El centro se ha convertido en un lugar antipático y las calles son inseguras a pesar de los policías. Las personas caminan con ambas manos cuidando el maletín porque no confían en los demás.

Por eso, el proyecto Ministerios  propone reinventar algunas manzanas del centro histórico entre las calles 6 y 10 y las carreras 7 y 10 para agrupar varios ministerios y, por ejemplo, aprovechar el parque Tercer Milenio que se está hundiendo en la soledad. Las construcciones comenzarán sobre la carrera 10 y el parque será testigo de los cambios más significativos del proyecto. Como explica Juan Pablo Ortiz, el arquitecto ganador del concurso que abrió la Empresa Nacional de Renovación Urbana Virgilio Barco para escoger el mejor diseño de la zona “el proyecto Ministerios se crea por la necesidad de las entidades públicas de organizarse en un mismo sector y por la revitalización que hace años pide a gritos el centro.”

Él mismo agrega: “Construi-remos una torre de 40 pisos con oficinas para uno o dos ministerios. En los primeros pisos queremos que haya tiendas, restaurantes y hasta un gimnasio para que lo público permee los espacios gubernamentales,”. Junto a la torre los arquitectos diseñaron un conjunto de edificios entrelazados por pasajes comerciales y pequeñas plazas que se atienen a las características arquitectónicas del centro e invitan a que la vida continúe después de las cinco de la tarde. La idea de las plazas la tomaron de las casas-patio típicas de la colonia y los pasajes comerciales de la arquitectura republicana. “Queríamos retomar ciertas características de las diferentes épocas que han dejado su huella en el centro”, explica el arquitecto.  

Para Ortiz y para los jurados que lo escogieron entre seis buenas propuestas de los mejores arquitectos urbanistas del país, lo más interesante del diseño era crear un espacio público pensado para revitalizar esa zona y conectar una vez más a oriente y occidente. El arquitecto se imagina esos pasajes llenos de gente que para a tomarse un tinto, a medirse un traje o a mirar libros. Los primeros pisos de estos edificios que dan sobre la carrera décima también estarán destinados al comercio. Para que las construcciones contemporáneas, que sin duda cambiarán el paisaje, no hagan desaparecer las costumbres del centro, Ortiz propuso que cada una de las plazas acogiera un arte distinto; una estaría destinada a los libreros, otra a los sastres y una última a los cocineros de comida típica. “El diseño me gustó porque incluía una propuesta clara para mantener vivas las costumbres y los hábitos del centro. Ese es el reto más grande de un proyecto como este”, dice Alberto Escovar, uno de los jueces del concurso.

El proyecto Ministerios es a largo plazo y estará listo dentro de diez o 12 años. En la primera fase se construirá la torre y un pequeño edificio cerca de la Vicepresidencia, que tendrá un helipuerto. “Se piensa que estas dos cosas estén listas para 2018 y a partir de ahí son más o menos dos años por manzana. El costo total es todavía incierto”, dice Carolina Caycedo, gerente de Gestión Social y Divulgación de la Virgilio Barco, la empresa que planteó el proyecto. Intervenir el centro histórico de la ciudad no es fácil. Los planos deben ser aprobados por el Patrimonio Distrital y el Ministerio de Cultura, entre otros, y solo después de un sí unánime pueden empezar las obras. Los planos de Ortiz no ponen en riesgo las construcciones consideradas patrimonio cultural y además las asimilan dentro del proyecto para protegerlas de las grietas de la indiferencia. Eso mismo proponen hacer con el teatro Ayacucho que no es patrimonio cultural pero sí un lugar de encuentro importante para la zona.

Las principales dificultades del proyecto –dice Caycedo– provienen de la renuencia de los ciudadanos a las obras públicas por el mal manejo que han tenido en los últimos años. A la desconfianza se le suma el hecho de que el cambio no es fácil de asimilar y para quienes viven y trabajan en el sector el proyecto implica otra casa u otra oficina. Es necesario desalojar, remunerar adecuadamente y reubicar a muchos. Todo ello requiere de tiempo y de dinero y no falta quien opine que estaría mejor invertido en otras cosas. Pero las críticas y dificultades no hacen que el proyecto Ministerios sea inviable. Todo parece indicar que a futuro el centro de Bogotá será testigo de un proyecto de tal envergadura que le cambiará  la cara. Además del plan Ministerios se va a ampliar el Teatro Colón y la idea es que en unos años la seguridad no esté dada por el exceso de policías sino por la cantidad de gente que lo habita.

El cambio no está mal. Los centros históricos no pueden ser museos estáticos sino que deben ser capaces de transformarse y responder a las necesidades del momento. “El poder del centro de Bogotá –dice Escovar- está en que tiene vestigios del siglo XVI, XVII, XVIII, XIX y XX.”  Es hora de que el siglo XXI deje su huella y los bogotanos tienen el deber de exigir que se haga bien.