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BOLETERIA AGOTADA

"País paisa", un fenómeno teatral que, en Medellín, obligó a aumentar las sillas de una sala e invita a pensar que sí existe un público multitudinario para este arte.

28 de julio de 1986

En un país donde el teatro va de grande a pequeño en número de sillas, hay en Medellín por estos días un fenómeno que resulta extraño: un teatro que se quedó chiquito ante la demanda del público y tuvo que cerrar sus puertas, ampliarse y después volverlas a abrir para recibir un centenar de espectadores cada noche.
El milagro -porque resulta un milagro que en un medio donde el teatro siempre se ha asimilado al bostezo por el acartonamiento o por la seudointelectualidad de las obras- se está viviendo en el sector de Laureles, tiene nombre de tomadura de pelo ("El águila descalza" se llama el grupo) y se logra por obra, chiste y actuación del montaje "País paisa", que es una hora y media larguita de recorrido por la historia de eso que el país suele llamar "paisolandia".
"Es una excursión al cuarto de San Alejo, una obra tejida como una colcha de retazos que empieza en los tiempos de Upa y llega hasta la actualidad", define Carlos Mario Aguirre, un teatrero joven pero ya experimentado que actúa y dirige esta obra. Esa excursión por la memoria antioqueña la empezaron a mostrar al público en marzo de este año y muy pronto la sede del grupo quedó pequeña: casi todas las noches debían devolver de la puerta a cuarenta espectadores frustrados y resolvieron, entonces, hacer un pare y remodelar por dentro la sala para duplicar su capacidad de 55 a 110 personas.
Ese es el fenómeno extraño que sucede allí, en medio de grupos de teatro que, infortunadamente, se dan contra la realidad de un público remiso y deben dedicar parte del espacio de sus sedes a cafeterías o librerías o viviendas.

DE SENTIDO COMUN
Aparte de las virtudes actorales y de la versatilidad de Aguirre; de la gracia, superación, buena compañía y talento que demuestra la actriz Cristina Toro; de la escenografía exacta y el diseño creativo de Francisco Londoño, "País paisa" es, además de conquistador del público que concurre a verla, un fenómeno teatral revelador y, quizás, indicador de hacia dónde debe apuntar esta actividad tenida por muchos como algo que necesariamente debe ser densa, trascendente o aburrida, para decirlo con esa palabra.
Con todo el respeto que merecen los montajes de obras solemnes de la dramaturgia universal; a pesar de todo el esfuerzo que los grupos hacen para representar bien un cuadro que se desarrolla en Islandia a finales del siglo XIII, por decir algo, el sentido común de este montaje, la cercanía con la realidad, la asimilación de la cotidianidad, son la clave de su éxito y, con ella, viene pegada la creación de un público nuevo que pensaba que, de verdad, ir a teatro era ir a aburrirse.
"País paisa", que va desde el campo a la ciudad, con historias de brujas, de conquistadores, de fonda de doña Rosario, de machismos y de emigraciones, de tenderos y de culebreros, de violencia, confesiones, Guayaquil, llegada de diciembres y casa de Jesusita Restrepo a la orden, es, además, una muestra de que no todo viaje al pasado es necesariamente la incursión nostálgica con que suele aparecer el costumbrismo, sino que, tomados elementos típicos, se puede hacer una obra contemporánea que toque a la gente.
Y eso -tocar la gente, reflejar su actitud, recordarle de dónde viene- es lo que hace este "País paisa", excelente por su renovadora propuesta teatral y por conquistar para el arte un público esquivo.