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BOOGIE NIGHTS

Una aproximación desenfadada y sin manierismos al oscuro mundo de la pornografía.

8 de marzo de 1999

Con toda probabilidad cualquier persona, sin importar el sexo ni la edad, ha sentido en
algún momento de su vida la curiosidad de asomarse al oscuro mundo de la pornografía. Bien desde la
simple observación de las portadas en las videotiendas, bien desde el abordaje directo a una sórdida
sala de cine o desde la intimidad que ofrece una videocasetera. Sin embargo, si un individuo como
Larry Flynt, el magnate de la revista Hustler, demostró que son muchos los dispuestos a ver sexo, la
verdad es que muy pocos pueden contar la experiencia de acercarse a sus protagonistas o,
simplemente, vivir la pornografía detrás de las cámaras.
Eso es lo que ha hecho, precisamente, el director Paul Thomas Anderson. Sin resultados grotescos,
sin el mal gusto que suele acompañar al porno y, en cambio, a través de una historia cinematográfica
que no tiene mucho que envidiarle a los filmes épicos de Martin Scorsese, Anderson le ofrece al
público la oportunidad de rastrear ese mundo que, con todo y la estigmatización moral y social que
implica, no deja de ser un fenómeno digno de análisis.
Boogie nights narra la historia de una compañía de cine porno a través de las vicisitudes de sus
integrantes: las del productor, un indiscreto y arrepentido pedófilo; las del director (Burt Reynolds), un
impávido líder con ínfulas de artista; las de la estrella (Julianne Moore), una angustiada treintañera
que oculta las desgracias de su maternidad consumiendo cocaína; las de su compañera de reparto
(Heather Graham), una hermosa estudiante frustrada que vive negándose una y otra vez su realidad;
las de los actores de reparto, algunos de los cuales están esperando la oportunidad de oro para
salirse del negocio; y por supuesto, las de la estrella principal (Mark Wahlberg), un joven rechazado
por su núcleo familiar que decide explotar el único don _eso sí, tamaño familiar_ que Dios le dio y cuyo
nombre artístico es Dirk Diggler.
Con un ritmo irregular pero intenso, una adecuada ambientación, una excelente música y un impecable
estilo cinematográfico, Anderson no solo cuenta la vida de estos peculiares y trágicos personajes.
También se aproxima a la cara inexplorada de los años 70, la de Garganta profunda y toda esa
serie de secuaces que de alguna manera se convirtieron en estrellas a pesar de que detrás de ellos
se escondiera la más angustiante realidad de la pornografía