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BOSQUEJOS TEMPERAMENTALES

Una nueva edición de "La bienamada", de Thomas Hardy, revive el interés hacia este olvidado poeta inglés.

4 de julio de 1983

Hace varios años, la realización cinematográfica de "Tess D' Ubervilles" dirigida por Roman Polansky y la casi simultánea reedición de la novela, colocaron de nuevo a Tomas Hardy en el centro de la atención de los lectores.
Arquitecto, novelista y poeta inglés (1840-1928), Tomas Hardy fue al final de su vida una figura venerada en todo el país, a pesar de las dificultades que debió afrontar durante toda su carrera literaria, producto de la mezquina reacción intelectual de su público. Precisamente, uno de los temas fundamentales de toda su novelística, si no el principal, es el conflicto entre los impulsos primarios y elementales de sus personajes y la moral, las leyes los prejuicios sociales. Y de ese conflicto sus personajes salen casi siempre vencidos.
Es Tomas Hardy, además, quien con su narrativa difunde la moda del llamado color local. La mayoría de su obra, ubicada en la región de Wessex, constituye una descripción a veces irónica, a veces tragica, de la vida rural.
El estado de postración en el que la prosperidad industrial de Gran Bretaña sumió a la agricultura y a quienes trabajaban en el campo, fue un acuciante problema para el novelista, que se esforzó en presentarlo en sus distintas facetas en varias de sus narraciones.
"La bienamada" (The Well-Beloved), 1897, la novela que Siglo XXI incluye dentro de su colección De la gran literatura, no forma parte de las cinco novelas que constituyen lo mejor de su obra. Y sin embargo, como "Tess" o "Lejos del mundanal ruido", también llevada al cine, es una clara demostración de su arte narrativo pero, por encima de todo, de su concepción fatalista.
"La bienamada" es, ante todo y como lo dice claramente el subtítulo, Bosquejo de un temperamento. Esto último ha llevado a muchos lectores a considerarla como una sátira contra la peculiaridad temperamental del Artista. Al fin y al cabo, esta novela es el relato de un escultor enamorado de un ideal producto de su universo culto y refinado y dudosamente realista. Y la sátira está en la trayectoria de ese artista que a los 20 años ve, o cree ver, la encarnación de su bienamada en una muchacha de provincia y que él abandona el día del compromiso. Pero veinte años más tarde, cortejará a la hija, pretendiendo rescatar no sólo su ideal, si no también el pasado y, finalmente, a los sesenta terminará comprometido y a punto de casarse con la nieta. Su obstinada fidelidad al modelo preconcebido lo convierte, de antemano, en un inconstante, un voluble y un veleidoso. En esa singular situación se asienta la novela. A partir de allí el relato se despliega en la terca búsqueda del ideal, o se repliega en la reflexión obsesiva, reconcentrada del artista.
Al final, abandonado por la nieta de la primera encarnación el día del matrimonio, Piertson, el protagonista de esta insensata búsqueda, comprende la inutilidad de semejante propósito. Hemos llegado entonces al final y resulta ser un callejón sin salida.
Este es el fatalismo, la visión pesimista y muchas veces lúgubre, que fue ácidamente criticada y que llevó al novelista, en repetidas ocasiones, a mutilar sus obras para sus publicaciones por entregas en las revistas de la época.
Sólo las posteriores ediciones en libro restituyeron, por voluntad expresa del autor, las condiciones y estados originales de sus obras. Así lo confirma, por ejemplo, el prólogo a la primera edición y el Post Scriptum de "Jude, el oscuro".
En sus últimos años, contrariado por los escándalos y los caprichos de lectores insatisfechos, Hardy decidió abandonar la narrativa y optó por la poesía. Y aunque publicó más de 10 volúmenes y hay allí páginas memorables, la mayoría de su producción poética no tiene comparación con su novelística.
A despecho de lo que unos años más tarde afirmara D.H. Lawrence, Tomas Hardy fue, es cierto, un enamorado de su tierra, pero eso no le impidió ser; también, un magnífico artista acosado por los dramas humanos que veía surgir y estallar cada vez que alguien hacía a un lado los preceptos morales y seguía el impulso de sus sentimientos.
Por eso, para él, sus obras son, por encima de cualquier consideración, tratados morales sobre la conducta de los hombres. -
Conrado Zuluaga Osorio -