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Broadway criollo

Con el montaje de "Sugar" se inicia la era de los musicales en el teatro colombiano.

7 de agosto de 1989

La escena representa un sofisticado lugar de diversión en el Chicago de los años veinte. Una orquesta anima la noche. Sugar es la atracción principal en aquel lugar: Sugar, una cantante algo tímida, con un encanto indecifrable.
Cuando se levanta el telón del Teatro Municipal Jorge Eliécer Gaitán para dar comienzo a la representación de "Sugar" este ambiente de los años locos sitúa al espectador en uno de esos episodios mitológicos consagrados por el cine y el music-hall. Pero antes que se inicie cualquier acción antes que la historia eche a rodar y cautive al espectador con su fantasía, ya con el primer cuadro, con su coreografía y el coro, con la primera pieza musical, el espectador puede comprender a ciencia cierta que "Sugar" es un espectáculo montado en Colombia al nivel de las más altas exigencias del género. Nunca antes se había realizado en el país un musical y como todas las cosas que se emprenden por primera vez encuentran una serie de problemas imprecedecibles, los productores de "Sugar" tuvieron que recorrer este largo camino, haciendo escuela y, tras dos meses y medio de ensayos, felizmente, venciendo obstáculos, culminaron en la realización de un éxito. La importancia de "Sugar" es doble o triple. Con esta pieza musical se intenta algo absolutamente nuevo en un país sin tradición en este tipo de espectáculos.
En verdad el público colombiano merece esta nueva propuesta. Ya ha demostrado su gusto por el teatro. Si se tienen en cuenta las experiencias del pasado Festival Iberoamericano de Teatro se tendría que concluír que hay un público que exige espectáculos de calidad. David Stivel y Fanny Mikey han invertido un enorme esfuerzo artístico y económico para hacer de Bogotá, después de Nueva York, Londres, Buenos Aires y México, la quinta ciudad musical en el mundo.
El proyecto de la producción fue concebido y elaborado por Fanny Mikey y el Teatro Nacional, con la participación de Caracol, que esta vez con sus aportes experimenta con un género inédito en el país. Si es cierto que se llega con considerable retardo a esta etapa del desarrollo escénico, también lo es que las condiciones para ello no se habían dado como hoy se presentan. Dieciséis actores en escena, 230 vestidos de fantasía, 13 canciones, 17 números coreográficos, 28 técnicos en la trasescena y 148 personas trabajando fuera de la escena, fueron necesarios para hacer posible "Sugar". Cuantitativamente esto muestra las dimensiones de su ambición y la riqueza de su realización.
COMO SE HIZO "SUGAR"
"Sugar" es una comedia original de Peter Stone, adaptada al cine en Hollywood en los años 60 y conocida en el país con el título "Una Eva y dos Adanes". Marylin Monroe, Jack Lemonn y Tony Curtis interpretaron en la película los papeles estelares. La versión de David Stivel es en realidad una adaptación de la historia, en el texto y en la música, de aquella película norteamericana. No obstante, otros antecedentes sirvieron al director para realizar el proyecto de llevarla a la escena en el país. El compositor y arreglista argentino Juan Carlos Cuacci, director musical de Susana Rinaldi, había trabajado con anterioridad en esta versión en Buenos Aires. Stivel lo buscó allí y quedó encantado cuando conoció su trabajo. Cuacci, conservando algunas canciones de la versión original, mantuvo la estructura básica de la obra, pero adaptó la partitura, introdujo arreglos y reelaboro el plan musical, para darle a la pieza ese ritmo sostenido, esa combinación de orquestación, evocación ambiental y canciones que tan acertadamente conforman este aspecto, sin duda lleno de matices e ingenio en el desarrollo de "Sugar". Rob Barron, quien viniera de Nueva York, realizó la escenografía de la obra o sea, fue el creador de toda esa movilidad escénica, esa respiración, ese movimiento con el que se hilvanan los temas y que constituye desde el punto de vista creativo, un arte y una técnica encuadrados dentro de la expresión clásica. Luego Stivel, en la búsqueda del escenógrafo, se encontró con el mexicano David Anton, de larga trayectoria, pintor, inventor, y diseñador, quien proyectó la escenografía bajo la óptica sugerida por Stivel.
Y es que el director es en realidad el portador de las ideas; las nociones de estilo y de forma parten de su concepción escénica. El desajuste de una sola unidad implica el desajuste del conjunto. De ahí que de la sincronización dependa el ritmo de la obra y es claro que el musical ha confiado al ritmo toda su eficacia. Y en eso Stivel ha trabajado arduamente. En un ensayo general, esto no puede ser percibido, pero es en estos momentos cuando por otro lado se comprende que, como dice el director "el escenario es solo la punta de iceberg": entre bambalinas acontece una gran agitación, un movimiento disciplinado, incesante, con el desplazamiento de telones fondos, utilería y escenografía para crear esa gran ilusión que es el musical. Con la música, la coreografía de teatralidad cómica, pero también dramática, el espectador de "Sugar" se ve atravesando los diversos episodios de esta historia romántica, de enredos, equívocos y dulce complacencia femenina, que lo lleva desde el suspenso hasta el innegable encanto de un mundo de pícara fantasía provocativa. Un viaje en tren, el enfrentamiento de los gansters en el fondo del sombrío lugar de sus guaridas, el hotel, la habitación, el buque, la estación de ferrocarril, las terrazas, el bar, en fin, los 15 cuadros con sus 26 escenografías que componen la rica ambientación de la obra, han sido trabajados con el estilo dominante de la epoca del Art Nouveau y que evoca con delicadeza e imaginación la moda allí desplegada, con reminiscencias de Erté. Visualmente se multiplican los motivos a la vez que la historia realiza sus variaciones sobre su tema central: el amor.
Joe y Jerry se han enamorado de Sugar, pero al ser perseguidos tras presenciar un crimen, deben cambiar su personalidad. Es esta la situación que impulsa los equívocos y que hace que su comicidad funcione maravillosamente bien en el público. Es obvio que la invención coreográfica sería muy poca cosa si las ideas escénicas del director no pudieran materializarse en personajes que evoquen con convicción, viveza y verdadero talento teatral a aquellos seres. Perfectamente integrados al elenco y a la estructura de la obra, María Cecilia Botero, como "Sugar"; Luis Eduardo Arango y Bruno Díaz como Joe y Jerry; César Mora como Polainas y la cantante profesional Martha Patricia como Pandora, realizan sus papeles con tal autenticidad, arrojo y encanto que los grandes momentos de la obra recaen necesariamente sobre sus personajes. Pacheco, haciendo un poco de sí mismo, pone esa nota de alegre naturalidad y frescura que lo ha caracterizado.
María Cecilia Botero, hay que repetirlo, en ese difícil papel de Sugar de cantante sensual, algo tímida, tan femenina, algo alocada, por momentos insatisfecha y finalmente enamorada, llama inmediatamente la atención, ilumina la escena y la contagia de esa felicidad que sólo el musical sabe transmitir: es uno de los gozos más estimulantes que una pieza así puede ofrecer y en pocas palabras, es lo que David Stivel ha conseguido cabalmente con "Sugar".