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CADA HORA TRAE SU AFAN

El irrespeto por las normas clásicas caracteriza la exposición de pinturas recientes de Bibiana Vélez.

17 de septiembre de 1990

El tiempo ha sido un tema recurrente en el arte. Pintores de todas las épocas y de las más diversas tendencias han querido detenerlo para plasmarlo en el lienzo. La muestra de Bibiana Vélez que expone actualmente la Galería Garcés Velásquez de Bogotá constituye otra interpretación del tiempo. De ese valor abstracto que cada quien representa a su antojo.

Y en el caso de esta pintora cartagenera de la nueva ola, el tiempo se convierte, además, en un intangible. En una disculpa para evocar las ilusiones y los temores que un ser experimenta de manera distinta según el transcurso de los minutos, de los días y de los años. Inspirada en los "Libros de horas" medievales, en los que cada fragmento del día y de la noche tenía su afán, Bibiana Vélez indaga lo más profundo de su propio yo, el caos interno de su mente, para demostrar la incongruencia que existe entre esa faceta inconsciente del hombre que no conoce el tiempo, y la consciente que pretende ajustarlo todo al ritmo de un reloj que jamás se detiene.
Quince cuadros de formato mediano, elaborados en acrílico sobre lienzo, confomman la exposición. Como telón de fondo del salón se dispuso una obra - quizás dos que son una misma- que representa el día y la noche. El planeta se pierde al mismo tiempo en un océano claro y en un océano oscuro. Se trata del punto de partida de esta colección. De una referencia para entender que también las horas nocturnas tienen cabida, más allá del propósito medieval de entregarlas al cuerpo para su descanso.

Bibiana Vélez no respeta los parámetros de escuela alguna. Aunque prima el enfoque posmodemista, lo cieno es que su obra refleja la tendencia contemporánea de tomar de aquí y de allá lo que interese para lograr su cometido. Es una clara muestra de la rebelión de los anistas jóvenes contra el rigor académico del pasado. El punto más contundente al respecto es la contravención a la perspectiva clásica.
Las figuras, cuando las hay, se pierden en un océano de diversas tonalidades que se va haciendo difuso hasta alcanzar el horizonte. Prima el elemento agua, que evoca su entorno caribe, al igual que las palmeras que entran en escena desde diversos ángulos. Pero el agua no es sólo un marco de referencia geográfica. Es, ante todo, el símbolo de la movilidad. El hombre se mueve en ella para encontrar la fertilidad y la regeneración. El mar ha inspirado a los artistas de todas las épocas y Bibiana Vélez quiere dejar en claro que ella no es la excepción. En su obra transmite la experiencia del regocijo que inspira el piélago. La mente se aclara con su contacto y el éxtasis aparece pronto. El agua, entonces, se conviene en el vehículo para abandonar lo terreno y sumirse en el plano sobrenatural.

Y es ahí precisamente, en lo metafísico, donde radica el fondo de la obra. Si bien en esta muestra no aparecen las cruces, ni las bóvedas, ni los demás signos religiosos que fueron constantes en el trabajo de esta pintora cartagenera en los últimos años, su interés por el tema, lejos de desaparecer, se ve fortalecido.
Ya no por medio de la figura que se descifra a primera vista. Hay que meditar sobre los trazos informes que recorren el lienzo, hay que perseguir la secuencia de manchas que conduce al mar o al entorno cósmico que se percibe en el horizonte, para advenir que las fuerzas del más allá se reflejan en la naturaleza perdida, que aún entraña grandes misterios para el hombre, y se esconde también en ese infinito que hay que develar mediante la contemplación del entorno cercano, del cósmico y del propio interior. Sólo una tríada de ángeles logró colarse en uno de sus cuadros, como para dejar constancia de la transición.

Lo metafísico es el fondo de las preocupaciones y de las ilusiones que trae consigo cada hora. Porque el interés de la artista fue, desde el planteamiento inicial, plasmar la visión del futuro que se aproxima. Cada día trae su noche. Y después de cada noche hay un nuevo día para volver a empezar. Las preocupaciones de ayer, aunque sean las mismas, se verán desde otro punto. "Flotante", por ejemplo, uno de los pocos cuadros con nombre propio, está en el día y está en la noche. El protagonista es el mismo, pero el océano que lo envuelve ha recibido el efecto de las horas. No es igual y por eso el interior del sujeto, no perceptible, también ha cambiado.

La exposición de la obra reciente de Bibiana Vélez, bajo el marco del "Libro de horas", sigue demostrando que la plástica colombiana está en evolución. ¿Hacia dónde va? La década que comienza tiene la responsabilidad de ofrecer una respuesta. Por lo pronto, lo cierto es que los artistas jóvenes están decididos a innovar, sin ninguna contemplación por las escuelas que los dieron a luz.-