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Las manos que tallan el Carnaval de Negros y Blancos

SEMANA estuvo con los artesanos nariñenses, quienes durante meses sacrifican horas de sueño y tiempo con el fin de conservar la identidad de un pueblo.

Manolo Villota Benítez
6 de enero de 2018

Son cerca de las diez de la noche y  San Juan de Pasto está envuelto por un frío sin tregua. Las calles, que en el día estában abarrotadas de turistas y lugareños, a esta hora están solitarias. El silencio, a excepción del paso esporádico de algún vehículo, es casi absoluto. 

Sin embargo, el anochecer no significa descanso para todos. En  diferentes sitios, 3 hombres y sus equipos de trabajo están más ocupados  que nunca. Rodeados de latas de pintura, estructuras de hierro y moldes de Icopor, corren contra el tiempo tratando de terminar su obra: las carrozas que desfilarán por las calles de Pasto en el cierre del Carnaval de Negros y Blancos. El evento cultural es el más representativo de la capital del departamento de Nariño y tiene lugar desde el 2 hasta el 6 de enero.

"Esto es una pasión que se lleva en la sangre", dice Luis Alberto Erazo mientras cuidadosamente asierra una de las figuras que adornarán su carroza esta edición. Con 62 años, ha desfilado 29 veces y todavía, dice, no se cansa de hacerlo. "Es la herencia de  mi papá. Él también fue artesano y bueno, lógicamente eso se quedó en la familia", cuenta Erazo mientras se limpia  el sudor de la  frente con el dorso de la mano.

Hacer una carroza no es fácil. Estas impresionantes creaciones, que alcanzan 10 metros de alto y alrededor de 15 de largo, son el resultado de mucho tiempo de planeación que a veces puede durar más de 1 año.

Se parte de una idea, luego viene un proceso de  investigación, diseño  del concepto, la elaboración  de una maqueta a escala, ser aprobado por la Corporación del Carnaval (Corpocarnaval) para finalmente iniciar la construcción.  "Uno se casa con el proyecto, pero lo hacemos de corazón, nos hace sentir más nariñenses que nunca", enfatiza Erazo.

Las horas avanzan al tiempo que cae una llovizna tan fina que solo es delatada por la luz de las  farolas dispuestas en la acera. Mientras tanto, hacia el oriente de la ciudad, resguardado por una carpa gigante, de donde cuelga un  pendón que reza "Carroza en Construcción",  Over Castillo de 49 años, usa el  aerógrafo, para encontrar la tonalidad perfecta.

"A las 3 de la mañana me voy a dormir", dice señalando su carro, estacionado a unos metros del sitio de trabajo. Esta noche, como varias en el último mes, su vehículo servirá de cama provisional para no atrasarse en su itinerario. 

Over lleva participando en esta fiesta  dos décadas. Comenzó como asistente en el taller de un maestro. Entonces se le asignó la función más sencilla: pisar el barro y pegar el papel encolado sobre las estructuras. Progresivamente, mientras aprendía, los materiales también fueron cambiando. Hoy la fibra de vidrio, el hierro y el Icopor son los elementos más usados por todos los artesanos de Nariño para este propósito.

Desde septiembre Over se pasa las noches construyendo la carroza no motorizada con la que desfilará en enero. No le importa tener fiebre o la desaprobación de su esposa: "reprocha que estoy perdiendo tiempo". Tampoco le asustan los eventos extraños que le han sucedido. "Una vez, el fuego que estaba usando, desprendió una niebla que envolvió  2  figuras que había tallado y salió por la ventana", afirma entornando los ojos. En su opinión, ningún esfuerzo es poco.

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El cariño de los artesanos por el Carnaval se extiende a toda la población de esta zona del país debido a lo que representa para el municipio y el departamento, como cuenta Claudia Afanador Hernández, antropóloga investigadora de la Universidad de Nariño: "El pastuso crece en el carnaval, lo hace feliz, lo construye cada año, lo añora cuando está lejos, es una parte de su identidad".

La celebración, según Hernández, erróneamente suele relacionarse en sus orígenes con el día de libertad que les era permitido a los esclavos del gran Cauca en la época colonial, "eso sucedió en Popayán, aquí no", aclara.

En Pasto, la tradición se remonta a la víspera del día de reyes. Los indígenas de los resguardos bajaban al pueblo a celebrar el 5 de enero. Recorrían las calles al son de su música. En medio del jolgorio la persona que iba al frente de este pequeño desfile, luego de pedir permiso, pintaba con el dedo una  línea negra en las mejillas de quienes se detenían a observar. Ese fue el principio del día de negros y así se acuñó la  frase "una pintica, por favor" usada para el juego dentro de la fiesta.

Por otra parte, el día de blancos, el 6 de enero, surgió espontáneamente cuando un grupo de amigos ya pasados de tragos decidieron divertirse echando talco a la gente que encontraban en su camino. Al año siguiente se recordó el episodio y se repitió la escena, esta vez, todos los pobladores participaron.

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Con el pasar de los años esta fiesta se amplió. Aumentaron los días, fueron incluidos los desfiles de comparsas, de  colectivos coreográficos y de carros alegóricos, este último elemento introducido por algunos estudiantes nariñenses que, viviendo en Bogotá, habían observado en el carnaval estudiantil que se celebraba a principios del siglo XX.

En el centro de la ciudad, adyacente a la denominada Plaza del Carnaval, construida específicamente para recibir los desfiles de cada año, trabaja uno de los artistas con más prestigio en la construcción de carrozas para esta época.

Hoy viste zapatos tenis, un jean negro manchado de pintura y una camisa de la selección de fútbol de Brasil. Cuelga de un andamio elevado a más de 5 metros del suelo. Con una mano se apoya para no perder el equilibrio y con la otra delinea una figura usando su pincel. Su nombre es Carlos Ríbert Insuasty.

Oriundo de Yacuanquer, un pequeño municipio al sur de Pasto, el maestro Ríbert, como todos lo llaman, ha ganado en varias ocasiones el primer lugar de la categoría de carrozas motorizadas y su trabajo ha llegado a diferentes partes del país y del mundo.

"Soy licenciado en Artes visuales, pero todo el conocimiento que poseo sobre la construcción de carrozas lo adquirí empíricamente", dice mientras desciende lentamente del lugar donde se encontraba pintando. Luego de una carrera como deportista en su pueblo, Ribert, aprendería junto a amigos el arte de modelar en principio con arcilla y papel encolado y luego en Icopor.

El taller es un hervidero. El maestro, como líder de un equipo de 9 personas, tiene que estar en todas partes: vigilando la pintura, modelando, aprobando pagos y compras. Supervisa y ayuda. Es la cabeza del grupo pero al mismo tiempo un trabajador más.

"Esta labor, nos exige una dedicación intensa de 4 meses de lunes a domingo", enfatiza. Tal es el compromiso de estos artistas que durante diciembre, las fiestas de navidad y fin de año se limitan tanto que no es poco común trabajar en el taller hasta poco antes de las 12, o incluso verse celebrar el año nuevo junto a su familia en el sitio donde construyen la carroza.

Más que un sacrificio, para Ribert, la dedicación es sinónimo de amor. En su caso algo que le ha servido para llevar al mundo su arte. A la fecha ha sido colaborador del Carnaval de Barranquilla, ha hecho carrozas para el reinado de Cartagena, y países como México, Bolivia y hasta Suiza lo ha invitado como expositor a sus festivales.

Aunque estuvo ausente durante  tres años del desfile, no le costó regresar en esta ocasión, pues como él dice. "uno siempre tiene en la cabeza nuevas ideas  para realizar. Es el cariño que uno el tiene a la fiesta".

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Una vieja polémica

A pesar del arduo trabajo que los artistas del Carnaval ponen sobre su obra, entre varios existe un sinsabor relacionado con la financiación que el municipio, a través de Corpocarnaval, la entidad que administra el evento magno cada año, les brinda.

"No tenemos las condiciones que quisiéramos", dice Riber Insuasty. "El apoyo que se da a carrozas motorizadas es de 19 millones, sin embargo la inversión para construirlas está entre los 40 y 50", añade.

En la misma línea Over Castillo manifiesta  que la mayor parte del dinero sale del bolsillo del artesano: "pagamos materiales, ayudantes, comidas, el vestuario para quienes acompañan la presentación sin contar imprevistos. Es algo sobre lo que hay que pensar".

Respecto a esto, Juan Carlos Santacruz, actual gerente de Corpocarnaval, comenta que el incentivo se duplicó en los últimos cuatro años y aunado a eso el evento tiene muchas aristas lo que lo convierte en un reto que crece cada año, especialmente desde que fue incluido en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de Unesco, en 2009.

"Tenemos un presupuesto que debe cubrir  una semana entera de actividades y su respectiva logística, incluyendo apoyos a los artistas, espectáculos musicales, premiación de los desfiles, entre otros. Cada elemento del carnaval es igual de importante".

En este aspecto concuerda Claudia Hernández, antropóloga e investigadora de la Universidad de Nariño "el eje del carnaval es el juego, y aunque las carrozas han ganado relevancia con los  años, no hay que olvidar que existen comparsas, colectivos coreográficos  y trajes individuales que también se incentivan", dice.

Lo cierto es que, más allá de los debates y los desacuerdos, el Carnaval de Pasto está más vivo que nunca. Este 6 de Enero el desfile magno exhibirá 20 carrozas que quedarán en la memoria de los asistentes y los registros audiovisuales que se tomen. Sin embargo, el trabajo de más de 120 días  continuos se extinguirá a la mañana siguiente.

"La mayor parte de lo que veremos ese día terminará en la basura. Algunas partes se venden, otras se donan, prácticamente todo se va. Es lo bello y triste de esto. Ese es nuestro arte efímero", concluye esbozando una sonrisa.