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CASTILLOS EN EL AIRE

Un joven arquitecto colombiano residente en Génova dejó descrestados a los italianos con la propuesta de un rascacielos revolucionario.

13 de febrero de 1995

EN UN MUNDO URBANO QUE TIENDE A la masificación y al aniquilamiento sistemático de la naturaleza, plantear la existencia de edificaciones que habiliten o generen espacios de circulación o encuentro en las grandes ciudades, y que posibiliten al mismo tiempo el mantenimiento de las condiciones de respeto al medio ambiente que el progreso y la modernización dejaron atrás, no pasa de ser, para muchos, una ilusión adolescente. Más si se trata de que esa edificación sea levantada en pleno corazón de Nueva York, en mitad de las moles de concreto que amenazan con atravesar el cielo.
Sin embargo, tamaña utopía fue el reto que se impuso el joven colombiano Hembert Peñaranda para graduarse como arquitecto de la Universidad de Génova, Italia. Peñaranda, de 26 años, se ha dado el lujo de trabajar en la Renzo Piano Building Workshop, una de las firmas de arquitectos más importantes de Europa, diseñadora nada menos que del Centro Georges Pompidou, de París, y de colaborar con profesionales de la talla mundial del milanés Mario Cucinella. Su talento lo demuestra el hecho de haber ganado, antes de graduarse, un concurso de arquitectura en Italia y de ser uno de los pocos colombianos que ha construído en europa; precisamente el proyecto con el que obtuvo el premio y que hoy se encuentra finalizado en Génova, donde reside actualmente. Además otro proyecto suyo mereció una mención de honor en un concurso en Alemania por el diseño de la nueva escuela Bauhause, en la ciudad de Dessau.
Con esos antecedentes, Peñaranda inició su tesis de grado. Se trataba de seguir los términos de referencia para un rascacielos que se construiría junto al Chrysler Building de Nueva York, respetando la morfología de la localidad y algunos requerimientos arquitectónicos exigidos en esa ciudad. La otra condición del proyecto era reunir, en una sola construcción, un espacio para oficinas, una facultad de economía y tres teatros.
Pero Peñaranda fue mucho más allá de las expectativas. Diseñó un rascacielos de 258 metros de altura, recubierto de cristal transparente que a primera vista no inquietó a nadie. Lo que impresionó al jurado fue que el edificio era lo más aproximado a la construcción de un castillo en el aire, pues la base sobre la cual está proyectado se eleva 62 metros sobre el nivel del pavimento, dando lugar así, en el espacio libre generado, a una plaza pública en la que se resuelven varios problemas de las urbes contemporáneas, incluidos los de tránsito vehicular, espacios de circulación peatonal y respuestas a las demandas por la calidad de vida y del medio ambiente de la ciudad.
Este arriesgado y creativo proyecto respondió al compromiso de investigación y aporte que debe atender una verdadera tesis de grado, pues explora caminos que en un futuro podrá transitar la vanguardia arquitectónica. No obstante, la esencia de la propuesta es adaptable hoy, pues su principal aporte consiste en conjugar, con resultados poéticos, la filosofía y los fundamentos de la arquitectura con los más avanzados lenguajes tecnológicos.
Contrario a los designios urbanísticos contemporáneos, Peñaranda propone una cálida y amable relación de la arquitectura con la ciudad y sus habitantes. El centro de atención del proyecto, el rascacielos, lo constituye no el edificio mismo sino la plaza sobre la cual éste se eleva, donde se ha previsto un espacio urbano en el cual el transeúnte pueda circular entre árboles y elementos de su entorno natural. En el centro crece la estructura metálica que sostiene el edificio y en la que se desplaza continuamente un original juego de ascensores (también diseño de Peñaranda) que conduce, después de 62 metros de altura, a la torre de cristal transparente calculada para albergar cerca de 80.000 oficinistas.
Al mismo tiempo la plaza sirve de acceso a un espacio cultural subterráneo, en el cual se localizarían los tres teatros (un auditorio, una sala de cine y otra de espectáculos) y se generó la entrada para otra construcción, donde quedaría ubicada la escuela de economía.
El complejo sistema no sólo sorprendió al jurado por su ingenioso diseño, sino por otras innovaciones igualmente interesantes: originales estructuras de contraviento, sistemas de acumulación de energía solar para casos de emergencia y reflectores que aumentan la cobertura de la luz del sol a lo largo de tod el edificio, en un lugar donde los rayos solares son realmente escasos.
Lo más sorprendente es que todo el juego de creatividad planteado por Hembert Peñaranda cuenta con serias posibilidades de construcción, pues los cálculos y estudios de materiales fueron realizados por la Ove Arup and Partners de Londres, la firma consultora más importante de Europa en este tipo de proyectos, y la asesoría y revisión del diseño corrió por cuenta de la propia oficina de Renzo Piano.
El prematuro éxito de Peñaranda como arquitecto en Italia es un ejemplo más del talento colombiano en el extranjero, que ya se ha logrado ubicar pisando fuerte en países como Estados Unidos, Italia y Francia y ofrece buenos augurios a la arquitectura nacional del siglo XXI.
Por lo pronto, cuando el proyecto del rascacielos neoyorquino se haga realidad, Hembert Peñaranda demostrará que no es tan malo, como dicen, construir castillos en el aire.