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CHAMPAÑA SIN BURBUJAS

'Copas amargas', a pesar del interesante tema del alcoholismo, todavía no logra el tono y el brillo de sus antecesoras.

16 de septiembre de 1996

Siguiendo la tendencia de sus dramatizados, la programadora Coestrellas acaba de lanzar su estreno Copas amargas. En éste vuelve a decidirse más que por una historia por un tema: en este caso la caída y recuperación de una ejecutiva alcohólica. Esta opción de privilegiar el contenido edificante a la riqueza interna de una historia tiene sus peligros y virtudes. Entre estas últimas está la originalidad de preferir los personajes conflictivos, humanos, reales, a los maniquíes rosados de la mayoría de las telenovelas. En los dramatizados de Coestrellas no aparece la artificialidad de la empolvada Gabriela de La sombra del deseo, ni la insípida perfección de la Sonia de Guajira ni el exagerado patetismo de La viuda de blanco. Al contrario, está el actual personaje de Marcela, una mujer ejecutiva en un contexto reconocible y con unas presiones y conflictos en los que muchas mujeres profesionales no tardarán en reconocerse. Pero aunque la serie aún no ha empezado a internarse en el lento descenso al infierno del alcohol, la disgregación familiar y la lucha por la recuperación, que son su punto fuerte, hasta el momento no ha tenido el brillo de sus antecesoras. Los excelentes diálogos de una Señora Isabel no han emergido en unos parlamentos bastante planos. Los intensos conflictos dramáticos sólo han aparecido como una pequeña y predecible álgebra doméstica. Y los personajes todavía no han tomado el vuelo y la fuerza que tuvieron desde sus primeras emisiones en Sueños y espejos o en Señora Isabel. En parte porque la historia no ha llegado a su clímax y en parte por un casting más deslucido que el de otras oportunidades. Eso sí, de éste se salva la gran actriz que es Kristina Lilley, sin duda una de las mejores de Colombia. Estas consideraciones no pueden emitirse en forma absoluta pues Copas amargas apenas despega. Ahora habrá que observar si la historia se decide por la coherencia interna de su drama o simplemente se contenta con ilustrar una historia moralizante. Una opción bastante loable pero que por sí sola no garantiza el éxito de un dramatizado.