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CHAPUZON

Nueva versión, en grabación digital, de "La música del agua" de Haendel

28 de mayo de 1984

En música, como en literatura y artes plásticas, existen cierto tipo de obras maestras que por comunes y cotidianas no dejarán de ser bellas y sugerentes. Soportando el uso y el abuso, aún resplandecen con luz propia y, de no sucumbir ante la hecatombe nuclear que tanto pregonan los medios y los políticos, continuarán irradiando el futuro en su condición de modelos y paradigmas. Tal ha sido el caso de Ulises, la Monna Lisa y la Venus de Milo que, pese a sus reiteradas recreaciones a lo largo y ancho de los siglos, han soportado toda suerte de vejámenes y homenajes, incluidos los asaltos enriquecedores de nuestra época, para citar un ejemplo cercano, emprendidos por Joyce, Duchamp y Dalí. Sin embargo, las obras inmortales del clasicismo griego y del renacimiento, después de haber ilustrado almanaques y toallas, perduran en su condición de arquetipos válidos. Quizá una de las características más nobles de las obras maestras es su progresiva resistencia a la erosión de la publicidad y el consumo masivo, defensa que ya se quisiera también extensiva al cáncer del tiempo. Un tanto ha ocurrido en el universo aéreo de la música: las "Cuatro estaciones" de Vivaldi, la toccata y fuga de Bach, la suite del Cascanueces de Tchaikowski o los Carmina Burana de Orff seguirán siendo obras hermosas y conmovedoras, así se hayan tornado tan familiares en el diario transcurrir al extremo de escucharlas en el anuncio de una leche enlatada o de un discurso apologético televisado, o como bajo continuo y anestesico en las aburridas salas de espera del dentista. "La música del agua" de Haendel hace también parte de esas bellas obras superconocidas y popularizadas hasta la saciedad que no cesan de maravillar.
Estrenada el 17 del séptimo mes del año 1717 (en una confluencia de sietes que haría las delicias de un cabalista iniciado en la música de las esferas), The Water Music fue compuesta especialmente por Haendel para amenizar una travesía vespertina que hicieron el rey Jorge I y sus invitados entre los puertos de Whitehall y de Chelsea sobre el Támesis. Cuentan los cronistas que la orquesta de 50 músicos iba a bordo de un barco especial y que el rey inglés, encantado con el brillo y la vivacidad de la composición, hizo repetir 3 veces las suites. La verdad es que esta obra derivó su nombre "La música del agua" del paseo acuático celebrado en dicha ocasión, pues composiciones musicales de otros tiempos describen y dibujan la melodía que canta el agua en la lluvia, los riachuelos y las olas del mar con deliberada exactitud (Schubert, Debussy y Britten). En su condición de música circunstancial, The Water Music vincula la calidad con la seducción en un esfuerzo orquestal brillante que no tuvo rival en la vasta producción de Haendel hasta su Música para los Fuegos Artificiales Reales 32 años más tarde, en 1749. El vigoroso maestro alemán introdujo por vez primera el corno francés en una orquesta inglesa, entremezclando aires británicos a la melodía principal, a manera de sentido homenaje a la isla que lo acogió como patria adoptiva. Casi todas las grandes orquestas y directores del mundo tienen su propia versión de "La música del agua": no en vano se trata de una de las piezas orquestales favoritas del público, ideal para templar las cuerdas y afinar los cobres con elegantes resonancias. Archiv Produktion acaba de editar una preciosa y reciente versión en grabación digital con el grupo The English Concert, bajo la dirección del clavecinista británico Trevor Pinnock, autoridad en música barroca e indiscutible heredero de la maestría de Karl Richter. Una magnífica ocasión de zambullirse en los deliciosos remolinos de la música del agua, como lo hiciera la acartonada nobleza de Inglaterra esa tarde saturada de sietes.