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Cinco en castellano, cero en religión

¿Que en Colombia no tenemos buenos letristas? Basta con escuchar a Pala para recuperar las esperanzas.

Juan Carlos Garay
9 de octubre de 2010

A finales de septiembre tuvo lugar en Medellín el II Festival de la Canción Itinerante, un encuentro organizado por nuevos cantautores para, según el comunicado oficial, replantear “el estereotipo del cantautor como un?activista que abraza un trasnochado discurso y que precisa de una chimenea o una fogata para presentar su panfleto cantado”. En ese ejercicio, cumplido a cabalidad, sobresalió la figura de Carlos Palacio, ‘Pala’, como un compositor ingenioso y certero, magistral en el uso del castellano y en el recurso de la ironía esparcida por sus canciones.

Pala regresó de una temporada de dos años en Buenos Aires y el resultado es Yo y ya, un álbum que por causas naturales suena a rock argentino. Pero la fuerza está en sus letras: una curiosa mezcla de Joaquín Sabina con Fernando Vallejo, que lo consolida como un observador implacable, capaz de autodefinirse sin compasiones (“un experto en triunfar al revés”) o de mirar el mundo con perspectiva de tahúr (“la vida es este gran casino-cabaret / donde sólo quien no apueste va a perder”). Por no hablar de su original visión de las relaciones de pareja: “Soy, digamos, tu portero / pero cierro cuando quiero”.

Todas sus observaciones van fluyendo sazonadas por ese voseo que es común a Medellín y Buenos Aires y que, en canciones, suena tan agradable. “En Bogotá tienen el usted afectuoso pero no me sale natural”, dice el tipo que alguna vez escribió una canción llamada Usté sabe que te quiero.

Y en cuanto a las influencias, Pala asegura, como buen cantautor, que “vienen más de lo que leo que de lo que escucho. La influencia principal es la ciudad y luego las lecturas de filosofía, de historia”. A eso hay que sumarle una especie de eje que recorre su disco: un anticlericalismo ácido que recuerda al ya mentado Vallejo. “Es que adoro la ciencia y no creo que la fe sea un valor”, explica. Se refiere a la creencia en intangibles, pero olvida que la melancolía o la irreverencia tampoco tienen medición científica, y están en sus canciones todo el tiempo.