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CITA CON PACHECO

Ser como es, sin pretensiones, ha sido la clave del éxito de Pacheco en la televisión

6 de julio de 1987

Haciendo uso de su legendaria pirotécnia verbal, hace varios años García Márquez describió el fenómeno de la fama en el país.
"En Colombia --dictaminó-no hay fama que dure guince días". La frase, como muchas de las suyas, tomó vuelo, fue usada hasta el cansancio y terminó por ser aceptada como un axioma. En el caso de los medios de comunicación, esta sentencia garciamarquiana ha sido confirmada a lo largo de los años por estrellas que apenas alcanzan a titilar, porque se apagar a la misma velocidad con que se prenden. Pero también en los medios de comunicación se dan contundentes desmentidos a la frase del Nóbel. El más categórico de todos es, sin duda, el de Fernando González Pacheco.

Treinta años al frente de las cámaras de televisión y ahí sigue su fama, gozando de cabal salud, intacta a pesar del tiempo, de la aparición de nuevas figuras y del riesgo de quemarse por el uso, y a veces el abuso, de sus condiciones privilegiadas.

La historia de este fenómeno arrancó en un barco. Pacheco, que en ese momento era sólo Fernando González, un joven de buena familia con papá español y mamá santafereña, vivía en altamar la fiebre de su última aventura: ser animador de veladas sociales que se programaban en los cruceros de paseos, para deleite de señoras con pava y de hombres de blanco hasta los pies vestidos.

"Yo tocaba, cantaba y hacía chistes y de pronto un señor, Alberto Peñaranda, de la Programadora Punch me preguntó que si yo era capaz de hacer lo mismo en televisión", recuerda ahora desde sus radiantes 55 años. Pensó que era cosa de tragos, pero, al día siguiente, Peñaranda lo retó: "Usted como que no es capaz", le dijo. Fue un pellizco en el ego del enérgico y confiado showman de abordo. Días más tarde, después de consultarlo con la almohada, y con la licencia de quince días que le dio el capitán, debutó en vivo y en directo en el programa "Agencia de Artistas". Lo hizo como un juego, a ceptando un reto, a sabiendas de que, si no pasaba la prueba, volvería al mar. Cantó "Penita, pena..." y tocó puerto.

Sin embargo, y a pesar de la fe de Peñaranda, su estilo desenfadado y su figura poco telegénica confabularon en su contra en esas épocas de solemnidad. Se retiró temporalmente para regresar después, a petición del público, y anclar para siempre en los hogares colombianos. Como dijo el padre Alfonso Llano en una de sus columnas de El Tiempo: "Pacheco es como el pan de la mésa, el pan de cada día, el pan de ricos y póbres, de grandes y sencillos. Es pan fresco, pan diario, pan que se rompe y se distribuye por millones sin qúe nunca llegue a faltar. Pacheco es un miembro más de cada una de las familias colombianas".

CAMBIO DE GOMINA
La historia del barco, según Peñaranda, el Colón de Pacheco, forma parte de la leyenda que se ha tejido a su alrededor. "Yo lo conocía desde los tiempos en que el Bogotá social veraneaba en La Esperanza y allí también hacía el show. Creo que la televisión le sirvió a Pacheco para organizar su vida. Era el único empleo que aguantaba su gusto por la noche. En TV podía levantarse a las once de la mañana, que era su ritmo".

El acierto de Peñaranda consistió no sólo en olfatear el talento, sino de aguantar la tempestad que se desató por la presentación de ese tipo tan feo. "Feo, pero respetuoso, dice Peñaranda. En el medio habla mucha gente ramplona. Pacheco se distinguió, porque podía ponerse a la altura de cualquier persona sin temerle, pero también sin tratar de ponerse por encima".

Ese cambio de estilo que impuso desde el comienzo fue la clave para su larga duración. "Pacheco estableció una ruptura con la solemnidad que tenía la televisión en esa época. Desde el comienzo hizo lo que se llamó "las pachecadas". Algo muy cercano a las payasadas. Rompió esas reglas engominadas que parecía imponer la TV. Eso fue lo que le abrió el campo, porque fue lo que hizo distinto", dice el crítico Hernando Martínez Pardo.
Para María Luisa Chaves, directora de la revista Viernes Cultural, "la espontaneidad y la sinceridad, alejadas siempre de la insorportable pose de divo", son la razón de ese éxito que llega a tres décadas.

Desde su demoledor sentido común, tan afilado y tan desprovisto de vanidades, Pacheco define su propio fenómeno como algo arraigado en el hecho de parecerse a la gente.
"Simplemente eso: ser como soy, es lo que me hace ser parecido a la mayoría. Con todo el respeto que me merecen mis colegas, yo no poso de nada, no trato de ser inteligente. Soy un hombre común y corriente a quien acepta el 90 por ciento de la gente".
La autenticidad, entonces, parece ser la clave para este éxito de acción continuada. A diferencia de otras figuras de la televisión, Pacheco llega a la masa, pero no incomoda a la élite. El grueso público lo ve como al hijo del vecino y el curubito de la sociedad lo observa como un hombre que, por sumisma extracción social y por su amabilidad, también cabe en su mundillo.
Pacheco está ahí, sentado al lado del colombiano más humilde o frente al más encumbrado, y en ninguna de las dos situaciones desentona.

"Yo ni pontifico, ni piso mangueras. Por eso oara el grueso público soy accesible y la élite no me teme, porque no me meto en sus terrenos", afirma este "hacelotodo", que ha pasado por todos los escenarios de la actuación y del entretenimiento (ver recuadro) con propiedad y con éxito.
"Eso es lo mejor. Que yo he podido hacer en mi vida lo que me ha dado la gana y por eso me pagan. ¡Rico!".
Para León Nafta, el crítico de Cromos, el hecho de que Pacheco haya pasado treinta años en la TV, sin sufrir deterioro, se debe, entre otras razones, "a que en él la animación no es simplemente un oficio, sino una manera de ser".

TAN DE EVERFIT
A la luz de los estudiosos de los fenómenos de opinión pública y de masas, Pacheco no se habría mantenido en ese trono de primeros lugares de sintonía, ni gratuitamente, ni por generación espontánea. Su éxito se despréndería, más bien, de la necesidad de la gente de tener un espejo en el cual reflejarse. Esta necesidad ha podido más que las exigencias internas del medio. Porque como prototipo de animador de televisión, Pacheco es atípico.

La tendencia general es exigir que quien aparezca ante las cámaras tenga una figura no sólo amable, sino atractiva; una voz no sólo audible, sino seductora; unos vestidos no solo de buen corte, sino finos; un vocabulario no sólo correcto, sino amplio.
Aunque de estos requisitos Pacheco sólo llena el último, se ha dado el lujo de contar siempre con el mayor número de público a su favor. Eso marca, otra vez, la diferencia. La gente cuando ve a Pacheco por la calle siente que puede codearlo y llamarlo por su nombre. Lo ven tan próximo, tan de ellos, tan de Everfit, que nadie se siente ante un ídolo distante. Es una persona amiga.

A pesar de que en el fondo del alma a nadie le gusta ser feo--ni siquiera a Pacheco-esa aparente desventaja estética la ha convertido en una de sus armas. "A veces la exagero", afirma.
Cuenta que no permite maquillaje, "porque yo no tengo arreglo". Y es que la feúra de Pacheco es indescriptible. E inacabable. Quizás allí radica algo de su prolongado éxito, porque, como decía alguna vez su homónimo, el filósofo antioqueño Fernando González, "la belleza se acaba, pero la feúra no. Así, mientras personajes de la televisión del mundo entero luchan contra el paso de los años, las arrugas y los kilos de más, Pacheco no le hace concesiones a la estética: es feo desde siempre y para siempre.

Sin embargo, le dice a SEMANA, "tengo un orgullo. En ese concurso de belleza masculina hecho por Carrusel tuve tres votos. Los agradezco sinceramente. No sé de quién son pero entiendo que fueron votos no a mi estética, sino a mi manera de ser. Porque la belleza interior también existe". Lo dice sin vanidad este personaje que es la encarnación del colombiano medio. "Gente bella", dirían los hippies.

UN RENGLON DE MAS
A pesar de ser un personaje tan popular, recostado en una fama como un roble, no ha caído en la tentación de Reny Ottolina, el Pacheco venezolano que murió en un accidente de aviación cuando adelantaba su campaña presidencial. No tiene ambiciones políticas, y eso que no le han faltado ofertas. En una ocasión, Carlos Lleras le ofreció un renglón en las listas para el Concejo de Bogotá.
El "no" fue tajante. No propiamente por falta de ideas políticas, sino porque, insiste "no me gusta pisarle las mangueras a nadie y la política es un oficio que no es el mío".

Y ha hecho mucho más que los políticos en esas interminables jornadas de solidaridad y campañas de beneficencia, y con su capacidad de irradiar optimismo, que si bien no se contabiliza ni en votos, ni en cifras marcadas en tableros electrónicos, los colombianos registran en los incontables minutos de entretenimiento que han recibido viéndolo en televisión.

Desconfia de los que se dicen apolíticos y afirma que, "aunque no soy un activista, soy un hombre de izquierda o progresista. Como quieran llamarlo". Eso lo sabía el M-19 en 1981, cuando le concedió el dudoso privilegio de "secuestrarlo", para convertirlo en mensajero de una propuesta de diálogo.

La mensajería le costó sus buenos dolores de cabeza e incontables presentaciones ante las autoridades militares. "Fue mucho lo que me molestaron, lo que me interrogaron. Me hicieron ir muchas veces a las caballerizas de Usaquén, cuando estaban de moda. Estaba tan jarto de la situación y tan tensionado, que recurrí a Gustavo Cárdenas. Sabía que era amigo del ex presidente López. Pensé que podfa ayudarme". Dos días después de la conversación con Cárdenas, Pacheco recibió una llamada de la Presidencia de la República. "Muy amablemente, el presidente Turbay me preguntó cuál era mi problema y me dijo que iba a arreglar las cosas para que no tuviera que seguir rindiendo cuentas de algo en lo que no tenía arte ni parte". Pacheco supo entonces que la diligencia con Cárdenas había surtido efecto: López había tenido el gesto de interceder por él.

El encuéntro con Cárdenas, aunque le sirvió para quitarle el dolor de cabeza de los interrogatorios militares, le produjo otro que aún no puede curarse: el de los balances. Lo convirtió en empresario al convencerlo de hacer sociedad para fundar una nueva programadora de televisión, Coestrellas. Entonces, un día cualquiera de 1983, supo que no podría volver a darse el lujo de no hacer un programa por estar enguayabado o de suspender una grabación porque algo le molestaba. Esas ínfulas de estrella, que a veces se daba, desaparecieron cuando entendió que le quitaban ceros a su chequera.

"S" DE SOLITARIO
Pacheco, vital como un niño de doce años, cálido y grande como un oso, popular como la cerveza es, a pesar de las apariencias, un hombre de pocos amigos, casi un solitario. No entrega fácilmente sus secretos. Pero tampoco carece de amistades entrañables, todas con un denominador común: el humor. Y sobre todo, la capacidad de burlarse de sí mismo.
Por eso Daniel Samper encabeza la lista de amigos que puede contar en los dedos de una mano. Y Antonio Panesso se lleva la exclusividad de ser "el único colombiano que me cae gordo".

Un afecto, sin embargo, lo marcó para siempre: el de su padre, Doroteo González-Pacheco. La muerte temprana de la madre lo convirtió en el amigo y confidente de sus hijos Rafael y Fernando (Pacheco). Recurrentes discusiones de familia terminaban siempre en el reproche de Rafael, el trascendental, el médico: "¿Qué vamos a hacer con Fernando que nos resultó payaso?". Don Doroteo limaba asperezas y no sólo las limaba, sino que acolitaba las aventuras de Pacheco que, clandestinamente, se trenzaba por las noches en peleas de boxeo. "A través de un amigo, mi papá apostaba por mí.

Pero el padre no sólo creyó en el poder de las inmensas manos de su hijo, sino que lo apoyó en sus diversos y frustrados intentos de encarrilarse en lo que tocaba. Y, tal vez, en lo que no tocaba. Porque don Doroteo, como el que más, tuvo siempre fe ciega en Pacheco. "Un día me dijo--recuerda Pacheco-que yo no iba a tener problemas en la vida porque yo le caía muy bien a toda la gente. Gracias a Dios así ha sido".

El inmenso amor por él lo lleva a confesar, con nostálgia, que a pesar de tantas y tantas entrevistas que le han hecho, cuando le hacen la pregunta de cajón sobre el personaje de su vida y afirma que es su padre, "nadie me pregunta nada más". SEMANA tampoco, por respeto a esa intimidad que tanto deffende.

UUN SURCO
Pachéco, sin duda, nació con buena estrella, una buena estrella que no lo abandona. Así lo demuestran no sólo sus incontables aventuras donde ha arriesgado la vida, sino los ratings de sus programas. Es un tríunfador.

Es un triunfador a pesar de su inseguridad confesa y de su timidez inenarrable, condiciones que desaparecen frente a una cámara de televisión.
"Soy tímido hasta los tuetanos. No me creen si le digo que si me invitan a un almuerzo, con solo imaginarme que tengo que atravesar un salón lléno de gente, simplemente no voy".
Por eso es casero y poco amigo de las rumbas. Por eso defiende con celo su intimidad.

A diferencia de la mayoría de los personajes de la farándula, poco se conoce de su vida privada. Se sabe que está casado con Liliana Grohis desde julio de 1972. Con ella, que fue virreina del Valle, tiene una relación libre de fotos, de cocteles, de fiestas y de chismes. Tampoco hay hijos. "No tenemos hijos no porque no nos lo hayamos propuesto, sino porque no se ha dado", cuenta. "Tampoco hemos pensado en adoptar. Tal vez sea mejor así, porque tal y como están las cosas es una gran responsabilidad tener hijos. Tal vez sea una suerte no haberlos tenido".

Optimista, directo, sin falsas modestias, sabio de sabiduría popular, Pacheco tiene, por ahora, cuatro años más en la televisión, en horario triple A, para seguir demostrando la clave de su éxito: la masificación del hombre medio, del colombiano típico.

"Si fuera inteligente me retiraría ya", dice al recordar que su cumpleaños numero 30 en la televisión colombiana lo puede celebrar con los 62 puntos de rating que alcanzó recientemente su "Programa del millón", colocado en el primer lugar de sintonia.
"Quizás voy a estar hasta cuando el público me aguante". La televisión ejerce para él una fascinación especial.

Pero hay un tiempo del retiro y Pacheco no descarta la posibilidad de hacerlo "lejos del mundanal ruido", en el campo. No será raro entonces verlo apostar, fiel a su obsesión (apostar por todo: por el número de las placas de un carro, por la próxima propaganda que saldrá en TV, por el resultado de un partido, por el ganador de una pelea de boxeo...), por la fecha en que un surco de semillas dé los primeros frutos. --

PACHECO ES ASI
Por: Gloria Valencia de Castaño
"...Le signe de la jeunesse, c'est peutetre une vocation magnifique pour les bonheurs faciles".
Albert Camus

Cuando Pacheco avanza, con su característico andar pesado, hacia el sitio siempre cegador de las luces en los escenarios de la TV está iniciando cada vez un nuevo juego... Es un niño grande que se tropezó con este trabajo por azar. En los primeros meses se sintió derrotado, quitó el cuerpo, pero como buen aficionado a los toros volvió al ruedo para quedarse.

Si cuando empezó hace treinta años, flacucho, inseguro, alguien le hubiera pronosticado su carrera, seguramente no se la habrían previsto en las pantallas de la televisión. Pero había un factor con el que posiblemente esos arúspices no hubieran contado: saber que Pacheco, el gran tímido, la única manera que tiene de expresar todo el inmenso mundo que lleva dentro, toda su gran generosidad y su poder de comunicación, es un recinto donde se le reduce el auditorio a las personas que enfrenta y donde puede dar rienda suelta a su pasión favorita: jugar.
Las audacias, los disfraces, su extraordinaria versatilidad, todo entra dentro de ese cuadro en el que lo mismo se lanza de promotor del equipo de Estrellas de la TV que viaja por Colombia sirviendo y... jugando, que colabora como fundador de la Vuelta Ciclística a San Andrés donde ayuda... y como él diría: vuelve y juega.

No es posible creer que hayan pasado treinta años desde el momento en que arrancó esta que es sin duda la más brillante carrera que personaje alguno haya logrado en el mundo de las comunicaciones en nuestro país. No en vano puede decirse, sin discusión, que se le quiere sin reserva alguna. Yo podría decir que en este viaje lleno de estaciones y de diferentes paisajes, de horarios cambiantes y largas trasnochadas que ha sido nuestra carrera en la TV, los dos hemos sabido que contamos el uno con el otro, sin sombras, sin emulaciones. La amistad también ha sido para nosotros una fiesta, una más de las estupendas que organiza Pacheco para seguir jugando a vivir.

Por: Saúl García
Hace bastante más de treinta años, y estando yo recién "desempacado" de Medellín, conoci a Fernando González Pacheco.

Mi amigo Fabio Hencker, de Riosucio, quien ya había llegado a Bogotá unos añitos antes, fue la persona que me introdujo en un círculo de caldenses y antioqueños que ya se mezclaban con uno que otro bogotano. Los forasteros éramos unos montañeros que tratábamos de salir de esa terrible soledad de los primeros tiempos después de un trasplante de la Villa de la Candelaria o de Manizales de Armiño para Santa Fe de Bogotá.

Pacheco ya-era bogotano, porque él había llegado hacia más de veinte años; pero, aunque tenia la creencia de que los bogotanos eran antipáticos, él me pareció simpatiquisimo y desde ese primer encuentro yo quise ser su amigo.

"¡Qué pizco tan chirriado!" Pensé, tratando de imitar el modismo de mi nueva ciudad.

Pues han pasado más de treinta años y Pacheco me sigue pareciendo un pizco chirriadísimo y sigo siendo su amigo desde ese entonces.
Tenemos una mistad afectuosa pero distante, como son las mejores amistades de la vida. Esa distancia nos conserva un cierto respeto y nunca caemos en esas indiscreciones y pesadeces que son la carga de amistades más íntimas.

Préstame cincuenta mil hasta el mes entrante, porque con la enfermedad de Helenita me quedé sin cinco...
Viejo, me muero de la pena, pero no tengo más remedio que recurrir a ti: necesito un fiador para el préstamo en el banco... Oye, con la desocupada de mi casa no tengo dónde vivir hasta noviembre: ¿no podrías recibirme por unos días en tu cuarto de huéspedes? Estas vulgaridades nunca las he tenido con Pacheco ni mucho menos Pacheco conmigo. Por eso siempre estamos felices de vernos.

Nunca nos juntamos para tomar trago ni nunca nos sentamos para jugar Generala, por eso jamás nos hemos tenido que soportar guayabos o pérdidas de plata.

Profesionalmente es otra cosa. Pacheco dice que yo soy un viejo chocho, calvo y gagá y yo sostengo que el es un ordinario aburrido que repite los mismos chistes. Insultándonos en público y queriéndonos en privado con una amistad duradera, sin compromisos y a una distancia cariñosa.
Las pachecadas
Para los biógrafos de enciclopedia, las personalidades colombianas suelen presentar un problema de espacio: siempre tienen varias personalidades. No basta con decir en un solo renglón--como para un alemán, por ejemplo--: "Fulano, filósofo alemán nacido en..." o para un paraguayo: "Mengano, general paraguayo nacido en... ". Sino que hay que copar espacio a fuerza de calificativos: "Zutano, filósofo y general (y además político y diplomático) colombiano nacido en... ". Con Pacheco, sin embargo, el problema llega a límites intolerables para cualquier enciclopedia seria. No se llama Pacheco, para empezar, sino González: Fernando González Pacheco. Y luego siguen páginas: marinero, boxeador, instalador de radios, payaso, bombero, compositor y ciclista colombiano nacido en... --nacido, por añadidura, en Valencia, España. A semejante abuso de personalidades se debe, quizás, el que los redactores de SEMANA no hayan podido encontrar a Pacheco (ni en la P de Pacheco ni en la G de González) en ninguna de las numerosas enciclopedias consultadas para esta breve biografía.

Y se entiende. Es que hay limites.
Hay oficios difíciles de hacer encajar en las páginas de una enciclopedia.
Cadáver, por ejemplo. "Pacheco: cadáver colombiano nacido en...". Y sin embargo Pacheco también ha sido cadáver--y muy buen cadáver, de acuerdo con los especialistas consultados--en una pieza de teleteatro dirigida por Bernardo Romero Lozano y titulada precisamente "El cadáver del señor García". Con lo cual aparece otro de los aspectos de la polifacética personalidad del biografiado, para agobio de sus biógrafos: actor. Actor serio y actor cómico. Actor de televisión--"El Viejo", "Yo y Tú", "Arsenio Lupín"--, actor de teatro, desde la niñez, y actor de cine en tantas peliculas que casi superan en número a las que componen, al menos en la memoria, la filmografía nacional. Y tocador de bongó. Y camarero de la Flota Mercante Grancolombiana. Y cantante. Y periodista de radio y televisión. Y torero. Y mayordomo. Tal vez lo único que no ha sido Pacheco, dentro de los papeles habituales de las personalidades colombianas, es político. Pero si ha sido en cambio secuestrado político: durante veinti cuatro horas, en julio de 1981, estuvo en poder del M-19.

Y casi todas esas cosas que ha sido Pacheco las ha sido bien: tan bien como fue cadáver en aquella ocasión que todavía recuerdan los expertos. La excepción a esta regla la constituye su encarnación como estudiante de derecho, que solo le duró un díia. Como estudiante de economía, en cambio, se desempeñó a cabalidad durante tres meses. Y en otras disciplinas ha sobresalido de manera contundente.
Como paracaidista, por ejemplo, realizó en Guaymaral un salto impecable al cabo de solo tres lecciones de paracaidismo. Como compositor de boleros, ha sabido darles a los suyos títulos que merecen ser clásicos: "Yo", "Una vez", "Canción sin nombre". En tenis de mesa alcanzó en una ocasión el campeonato nacional. En boxeo conquistó el campeonato de los Guantes de Oro. Para pesos pluma, eso sí, lo cual da idea de lo remoto de aquel campeonato. Basta con mirar la figura del Pacheco de hoy para darse cuenta de que, de volver al cuadrilátero, tendría que vérselas con alguien de sus kilos, como el monstruoso Mike Tyson, y con ello su biografía resultaría abruptamente interrumpida.

Pero, entre tanto, todavía falta por hacer caber en ella otro aspecto: el de animador. Pero ¿animador de qué? Porque Pacheco, en la TV, ha sido animador de todo. De concursos: "La pareja más pareja", "Cabeza y cola", "Compre la orquesta"... De programas periodísticos: "Cita con Pacheco", "Pacheco insólito"...
De espacios infantiles: "Telecirco", "Animalandia", "Los Cortapalos"... De variedades: "Agencia de artistas", "Telehipódromo", "Sabariedades" "Operacion ja-já". De musicales: "Manó a mano musical", "El club del clan", "Donde nacen las canciones"... Y muchísimos más, sin contar sus presentaciones como comentarista de toros, o de boxeo, o de circo. Y casi por cada una de esas cosas ha recibido uno, o varios premios.
Simón Bolivar, Artista del Año, media docena de Ondras, un puñado de Antenas de la Consagración y de Medallas al Mérito de las Comunicaciones, el Guaycapuro de Oro de Venezuela, el Catalina de Oro en la categoría "toda una vida". En realidad lo increíble no es que las actividades de Pacheco no quepan en un artículo de enciclopedia, sino que hayan cabido en solo treinta años de televisión.