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CON EL CABLE AL CUELLO

En EE.UU., el cable se está comiendo a las tres grandes cadenas

23 de mayo de 1988

Esta vez no se trata del precio de las acciones en la bolsa de Nueva York. Pero podría decirse que la sensación es la misma. Así como los inversionistas de Wall Street vieron desplomarse el valor de sus papeles en cuestión de días, los productores de televisión de los Estados Unidos están viendo el desplome de sus ratings.
Cada año, por esta época, termina la temporada anual de programación que se inicia en septiembre y viene la evaluación. La de 1987-1988 no podía ser peor. En conjunto, las cadenas de televisión perdieron más del 9% de su sintonía, lo que en términos del mercado norteamericano significa que cerca de 18 millones de personas que antes sintonizaban la programación regular de las cadenas dejaron de hacerlo. Como consecuencia, las cadenas dejaron de percibir más de 50 millones de dólares en publicidad.
La televisión norteamericana nunca había sufrido un golpe igual. Los programas que hace apenas un par de años desvelaban al gran público norteamericano, como el show de Bill Cosby, que durante tres años mantuvo el primer lugar de sintonía, parecen mandados a recoger. Cosby mantuvo el primer lugar. Pero perdió el 20% de su audiencia. Y los Ewing, los Carrington y compañía tendrán pronto que empezar a invertir sus fortunas en otras cosas, si el público que les dio vida sigue descendiendo al ritmo del 9% anual.
Pero eso no es todo. De las 47 nuevas series que entraron al mercado en septiembre pasado, sólo ocho sobrepasaron los 15 puntos de rating, considerados como la nota aprobatoria mínima en términos de audiencia.
Y de ellas solamente una, "Un mundo diferente", hija menor del show de Cosby, logró colocarse entre los diez primeros lugares.
La crisis tiende a afectar a casi todos por igual. Las series de acción y aventuras que durante años estuvieron en los primeros lugares perdieron un 13% de su público. Ni la intrepidez de los protagonistas de Miami Vice, ni la audacia desbordante de Magnum, lograron salvar estas dos series que hace un par de años se colocaban entre las 20 primeras y que ahora tienen que conformarse con estar entre las primeras cuarenta. Todos los géneros, excepto los largometrajes especiales para televisión, perdieron audiencia.
Para encontrar los culpables de semejante descalabro, según los expertos, hay que apuntar en dos direcciones: los nuevos sistemas electrónicos de medición de audiencia y la televisión por cable y el video.
La tendencia dentro de los ejecutivos de las cadenas, naturalmente, es echarle la culpa al nuevo método de medición de ratings por control remoto, que da por resultado cifras mucho más bajas que las que se obtenían con las tradicionales encuestas. Sin embargo, los críticos opinan que aunque esto es cierto, no lo explica todo.
Desde la invasión del video en 1980 y posteriormente de la televisión por cable, los ratings de la programación de las cadenas han ido disminuyendo al ritmo del 5% anual. Las múltiples posibilidades que hoy tiene el televidente medio norteamericano lo han hecho más selectivo y la competencia entre los programadores se ha convertido prácticamente en una lucha a muerte.
La televisión por cable ha penetrado tanto dentro del público, que hoy en día pagar la suscripción es como pagar la cuenta del agua o de la luz. De ser una industria con altísimos costos de inversión, enormes dificultades financieras y estrechamente vigilada, el cable pasó a ser un negocio altamente rentable convertido prácticamente en monopolio, que el año pasado produjo más de 12 mil millones de dólares en ganancias.
Frente a ella, las grandes cadenas de televisión que desde siempre fueron amas y dueñas del mercado, están maniatadas. Ya no son ellas las que determinan lo que el público norteamericano puede y debe ver en televisión. Es el público mismo el que selecciona entre una inmensa cantidad de alternativas, qué desea y si paga o no por ello.
Y en la posibilidad de ofrecer opciones, la televisión por cable lleva todas las de ganar. Mientras las cadenas tienen que ingeniarse año tras año nuevos programas, producirlos y esperar a los resultados de los ratings para saber si acertaron o no, los ejecutivos del cable sólo tienen que mirar hacia atrás, detectar lo que ya está probado como bueno y darle al público una segunda dosis.
Pero no todo es cuestión de las ventajas y desventajas del sistema mismo. Las cadenas de televisión también se han dejado coger la delantera en terrenos en los cuales antes tenían la supremacía. La transmisión de eventos especiales como la Serie Mundial de Beisbol o los grandes partidos de fútbol americano han pasado también a la televisión por cable, y en el campo de las noticias canales cono CNN ya les están pisando los talones.
En el género de entretenimiento en la temporada pasada cinco de los nuevos programas llegaron a la lista de los 30 primeros. Este año sólo dos de ellos alcanzaron ese mismo nivel.
El punto es que, mientras las cadenas de televisión reposaban sobre la gloria de sus éxitos y disfrutaban de sus multimillonarias ganancias, les nació un enano que poco a poco se les fue creciendo y hoy está convertido en un gigante que amenaza devorarlas. Más de la mitad de los hogares norteamericanos tienen televisión por cable y las suscripciones aumentan cada año. Todo aquel que quiera estar al día sabe que no puede limitarse simplemente a la programación habitual. Tiene que entrar a la era del cable. "Eso es elitizar la televisión" opinan los críticos. Y tal vez sea cierto. Pero a la hora de competir, poco importa. Lo único seguro es que si las cadenas quieren ganar, tienen que empezar a pelear duro y desde ya.
Porque así como es poco probable que Wall Street sobreviva fácilmente a otro "lunes negro", también lo es que las grandes cadenas puedan hacerlo a otro "rating negro".