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Divertirse mientras hacen música es prioritario para los integrantes de Puerto Candelaria.

DISCOS

Con sabor y humor

'Cumbia rebelde' es un paso gigante en la discografía de Puerto Candelaria, agrupación paisa que se mantiene en su apuesta por la irreverencia.

Juan Carlos Garay
12 de noviembre de 2011

Haber escuchado a Puerto Candelaria desde el primer disco, hace casi diez años, es ser testigo de la evolución de una idea: muy temprano en su carrera, el grupo liderado por el pianista Juancho Valencia descubrió que buena parte de la identidad musical colombiana recae en nuestros ritmos bailables de fin de año.

De ese modo, con un abanico de influencias que va desde Pacho Galán hasta Los Graduados, Puerto Candelaria nos ha regalado ejercicios inteligentes, incluso sarcásticos, pero, ante todo, sabrosos. Y lo que es más importante: en ese proceso en que el homenaje y la burla se mezclan, terminaron por crear un lenguaje propio que hoy se exporta. En una gira reciente por Bélgica y Holanda, los anunciaron como líderes de algo llamado "Crazy Cumbia Party".

No fue en vano que cité esas dos influencias extremas porque, claro, cualquiera puede decir orgulloso que hace merecumbé, pero en cambio parece ser vergonzante aceptar que lo suyo es el chucu-chucu. Desde que el escritor Andrés Caicedo lo tildó de "infame" y "vulgar", en un despiadado paralelo con la salsa neoyorquina, el chucu-chucu se ganó el estigma de un error histórico. Los músicos de Puerto Candelaria no piensan demasiado en eso, sino probablemente en aquella frase de Ornette Coleman según la cual "el error puede ser una táctica estética".

Y así han llegado a un punto altísimo con Cumbia rebelde, un álbum que nadie se esperaba porque recién estábamos rumiando el anterior, y estos tipos suelen dejar dos o tres años entre un disco y el siguiente. Pero, ¡qué diablos! Lo nuevo ha resultado ser tan explosivo que, aún siendo una continuidad de la misma idea, los ubica a años luz de sus pasos previos.

El disco se abre con Upa Beat, que es su primera aproximación a la rítmica electrónica y, a la vez, una evocación de los Corraleros de Majagual. Luego siguen experimentos más extremos, como hacer del enunciado de la ley de la gravedad un éxito bailable (Se cae), o introducir una fuga al estilo de Bach en la mitad de una cumbia (Cumbia Veracruz).

A lo largo de todo este repertorio, el oyente no puede evitar sonreír. Hay algo que tiene la música de Puerto Candelaria, producto de la conjunción de personalidades, y es la capacidad magnífica de no tomarse demasiado en serio. Salen al escenario disfrazados, proclamando que vienen de un país absurdo, y desde ese momento uno sabe que la irreverencia va a ser el sello. Juancho Valencia lo explica: "Mis composiciones son serias, pero cuando Eduardo [González, el cantante] las interpreta, ya se vuelven cómicas. Siempre aclaro que no somos humoristas, lo que sí queremos es divertirnos cuando hacemos música. Y si tú te fijas en Noel Petro o en el Loco Quintero cuando están interpretando, están jugando. Es algo muy colombiano".

La ironía es que una propuesta así de refrescante no sea todavía tan popular. Según estadísticas que me confía el propio Valencia, en un año tocan dos veces en Medellín, 20 en Bogotá y 30 fuera del país. Ese contacto mayoritario con públicos extranjeros fue el que terminó puliendo su estilo hasta el extremo poderoso que escuchamos en Cumbia rebelde. De paso, les ha regalado por fin un término que define lo que hacen: esa música, que en el primer disco se llamó "kolombian jazz" y que ha pasado por nombres surrealistas como "chucu chucu underground", finalmente parece asentarse con una palabra familiar y sencilla: cumbia. Rebelde, sí, y de paso, extremista. Pero cumbia.