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Confesiones a Botero

De paso por Colombia, el escritor mexicano Carlos Fuentes dialogó con Juan Carlos Botero sobre el oficio del escritor, la novela latinoamericana y algo de política.

17 de enero de 1994

CARLOS FUENTES ES UNO DE LOS grandes escritores de nuestro tiempo. Mexicano, nacido en 1928, es autor de más de 20 novelas y ha incursionado en casi todos los generos literarios. En esta ocasión, regreso a Colombia para lanzar sus dos últimos libros: "Geografía de la novela", un estudio apasionante en el cual el autor analiza el estado de salud de la novela de hoy, y "El naranjo, o los círculos del tiempo", una ficción que ex- plora las raíces de la cultura hispanoamericana.
Dos cosas impactan de Fuentes: su simpatía y su elocuencia. Es un hombre elegante y cordial, e irradia amor por los libros. Su cultura literaria es sorprendente y, ante todo, refrescante. En efecto, Fuentes trae buenas noticias: a pesar de los eternos avisos fúnebres, la novela sigue viva.
JUAN CARLOS BOTERO: En "Geografía de la novela", usted argumenta que la salud de la novela es excelente. Por qué entonces, las voces que anuncian su muerte?
CARLOS FUENTES: Eso se viene diciendo desde hace 50 años. Cuando yo empecé a escribir, todo el mundo proclamaba la muerte de la novela. Cincuenta años más tarde, lo que veo es un florecimiento extraordinario. Quizá se creía que la novela era un hecho occidental o eurocéntrico solamente. Sí, creo que la novela ha muerto en Francia, por ejemplo, pero en el resto del mundo ha habido un nacimiento, como en Africa, Asia, las antiguas colonias británicas y, desde luego, en América Latina, donde hoy se está escribiendo la novela más rica de nuestra historia. De manera que lejos de la muerte, estamos en la expan- sión y la vida de la novela. Quizás es la era pos-Gutenberg, pero aunque esa era le da cabida a nuevos fenómenos audiovisuales y de informació, no mata el placer de la lectura. Hay más lectores que nunca en el mundo.
J.C.B.: ¿Cómo se explica el caso de Francia?
C.F.: Por su excesivo racionalismo. Es un país demasiado racionalista. Discutíamos hace poco en México, con Salvador Elizondo, que la fuerza de Rulfo es que era inexplicable. Lo que ocurre en "Pedro Paramo" no se puede reducir a ninguna fórmula racional.En cambio, en Francia, el ensayo acabó por primar sobre la imaginación literaria, por la la vieja tradición cartesiana de los franceses. Hoy la novela en Francia la están escribiendo, como en inglés, los antiguos súbditos coloniales. Los marroquíes, los argelinos, los escritores de Haití y del Caribe, son los que están aportando las mejores cosas de la novela francófona.
J.C.B.: ¿Cómo ve la salud del cuento?
C.F.: Muy cercana. Van juntos. Son formas distintas de navegar. El cuento es cabotaje cerca de la costa; la novela es un transatlántico que se lanza muy lejos.
J.C.B.: En "Geografía..", usted divide a los lectores en Lector Costilla y Lector Gerber. ¿Nos amplía estos conceptos?
C.F.: Quise poner al día la distinción de Julio Cortázar de lector macho y lector hembra, que me pareció muy a sexista para este fin de siglo. Entonces hablo del Lector Gerber, que se contenta con una papilla que no tiene que masticar. En cambio, hay novelas que hay que masticar 33 veces, como nos pedían en las escuelas inglesas, para digerirlas bien. Yo prefiero el Lector Costilla que el Lector Gerber, obviamente.
J.C.B.: Milan Kundera, en su célebre entrevista con Philip Roth, afirma que el valor de la novela consiste en que no ofrece respuestas sino en que formula preguntas. ¿Cuáles son algunas preguntas que todavía se pueden formular?
C.F.: Todas, porque todo está por repensarse. Estamos ante un mundo en el que los viejos presupuestos de la Guerra Fría, de las relaciones sexuales, de las relaciones económicas, de lo que constituye una sociedad, están en entredicho. Todo es objeto de una pregunta. Y ya que cita usted a Kundera, en "El arte de la novela" Milan dice que la novela convierte a cada ser humano en un dilema, y no en algo resuelto. Este estar perpetuamente en dilema, res- pecto a uno mismo y a los demás, que es lo propio de la novela, es cada vez más lo propio de la sociedad también.
J.C.B.: En "Geografía...", usted afirma que la fuerza del novelista radica no en lo que conoce, sino en lo que imagima.
C.F.: Sí. Conocer las cosas, saber las cosas, puede conducir a escribir buenos tratados de economía, de sociología; pero desconocer es esencial para el novelista. Escribir sobre lo que no conocemos, sobre lo que imaginamos, sobre lo que vamos descubriendo en la escritura. El conocimiento en la ficción es imaginación; no erudición.
J.C.B.: Algunos autores afirman que escriben motivados por fantasmas u obsesiones. ¿Usted sabe cuáles son las obsesiones que lo incitan a crear?
C.F.: No las sé, y, si las supiera, no las escribiría. Si conociera mis fantasmas y les diera la mano todas las mañanas, se convertirían en algo tan estimulante como el cartero o el barrendero. Prefiero que haya ciertas zonas de la escritura que permanezcan en el misterio. Yo puedo preparar una novela detalladamente y tener libros de notas, pero sé que, el día en que empiezo a escribir, los libros de notas van al basurero, y mis ideas sirven de estructura, de cauce, pero finalmente hay algo que se apodera de uno escribiendo. Es la maravilla y el placer de escribir: que uno va a decir y a escribir cosas que no había pensado siquiera.
J.C.B.: ¿Cúal considera que es el sentido de su obra por el que será recordado?
C.F.: No sé si voy a ser recordado. Es otro misterio. Yo lo único que sé es que nunca he escrito una novela con una receta para tener éxito, para llegar a un público preconcebido. Que es la fórmula del "best seller", ¿no? Esa es una obra que no se puede desarrollar. El público se tiene que tragar ese huevo de metal que ellos creen que es digerible, pero yo creo que se va a la cabeza y se instala como una piedra. En cambio, lo que quisiera es dirigirme a un público por hacer; a lectores que aún no existen. En esa tesitura, uno no toma en cuenta ni el éxito inmediato ni la durabilidad. Uno quisiera escribir "long sellers" y no "best sellers". Cuando pienso que "El rojo y el negro", de Stendhal, vendió 80 ejemplares en vida del autor, y hoy es una obra con millones de lectores, pues creo que es preferible ser Stendhal que Jackie Collins.
J.C.B.: En su obra hay una dosis desmesurada de celebridades, como en "Myself with Others", y en el ejemplo más notorio, la dedicatoria de "Terra Nostra". ¿Cúal es el sentido de esa presencia que, en ocasiones, choca por incoherente en una obra artística?
C.F.: (Ríe). Son formas de cortesía, nada más. Yo quiero dar las gracias a la gente que me ha ayudado, que ha estado presente en mi obra. Si le choca al lector lo voy a quitar entonces (ríe).
J.C.B.: Una vez usted afirmó que su novela mas ambiciosa, "Terra Nostra", no había sido escrita para ser leída, y que se había dado el lujo de escribir un libro sin lectores. ¿Para que publicó entonces la novela?
C.F.: (Ríe). Para ver si tenía raz6n o no. Y resulta que es la novela mía que más se vende en países como Ale- mania y Francia. Yo creo que es de esas novelas que van ganando lectores en vez de perderlos.
J.C.B.: Aura es una de sus obras más logradas, y una de las más ambigüas y misteriosas. ¿Esa ambigüedad es un atributo propio de la modernidad?
C.F.: Sí, pero también viene de antes. El fundador de la ambigüedad novelística es Cervantes. En Don Quijote todo es ambiguo, todo sucede bajo el signo de la incertidumbre. "En un lugarde La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme". ¿Dónde pasa esto? ¿Cómo se llama el protagonista? ¿Quién escribió el libro? Todo es un misterio en "Don Quijote". Y creo que es su manera de decir "no" a una sola certeza, a una certidumbre dogmática, a un mundo ortodoxo, como era el mundo de la Contrarreforma española. Es la manera como Cervantes salva la pluralidad a través de la incertidumbre.
J.C.B.: El naranjo, o los círculos del tiempo, parece encarnar la doble visió de América y la vitalidad de nuestro mestizaje.
C.F.: Sí, yo creo que es nuestra gran fuerza moderna. En cierto modo, somos los seres más modernos del mundo: empezamos a practicar la modernidad del siglo XXI en el siglo XVI, y mediante el mestizaje, mediante el encuentro de culturas, mediante el comercio intelectual transatlántico que practicamos antes que nadie, mucho antes que las colonias británicas del Nuevo Mundo.
J.C.B.: ¿El primer relato, "Las dos orillas", nos remite a las dos orillas de la cultura española?
C.F.: Sí, exactamente. El Atlántico y el Caribe Golfo de México.
J.C.B.: ¿Ese libro es una novela con cinco capítulos, o cinco relatos independientes?
C.F.: Es una novela con cinco capítulos. Es una forma que me gusta cada día más. Me da mucha libertad.

I.C.B.: Sin embargo, en el libro hay un texto con un ambiente diferente de los otro cuatro: "Apolo y las putas". ¿Cúal fue la intención de ese relato?
C.F.: Que encajara con los otro cuatro. "El naranjo" es una obra que le toma el pulso al lenguaje, que ve un lenguaje latino que se convierte en español en el sitio de Numancia, un español imperial que se convierte en lenguaje de la conquista de América, un lenguaje criollo opuesto a un lenguaje mestizo. "Apolo y las putas", está allí para tomarle el pulso al lenguaje actual que hablamos en México. El lenguaje de esas siete mujeres embarcadas con el actor es el lenguaje final de las descendientes de Hernán Cortés y la Malinche. Por eso está allí: como parte de un lenguaje y con la posibilidad, además, de que el actor que lo protagoniza se convierta en protagonista de las otras cuatro novelas. Cosa que hace desde la muerte y en el sueño. El se convierte en Hernán Cortés, en sus hijos, en Escipión, en todo lo que quiere desde la muerte. Es un cuento esencial para la unidad del libro.
J.C.B.: ¿No cree que una tarea fundamental de la nueva narrativa sería rescatar los elementos que proporcionan el placer de la lectura, como el entretenimiento?
C.F.: Sí, desde luego, pero también me iría a lo que ha dicho Gelbenzu y que cito en Geografía, y es que hay que enseñar a los lectores a divertirse con novelas que ahora no juzgan divertidas. Hay que educar a los lectores para que se entretengan con el "Ulises", o con "Rayuela", o con "La casa verde", más que con las porquerías que produce el mercado.
J.C.B.: ¿Cómo ve el panorama latinoamericano luego del boom?
C.F.: Este es el momento más rico de nuestra literatura. Vengo de Chile, vengo de Argentina, estoy en Colombia, y veo la extraordinaria calidad y cantidad de buenos escritores que hay en este momento. Nunca hemos tenido tantos buenos escritores en América Latina como ahora. El problema es que no nos conocemos entre nosotros.
J.C.B.: ¿Por qué?
C.F.: Porque se ha destruído el sistema distributivo. No hay un sistema distributivo como lo había en los años 60 y el poder adquisitivo de la gente se ha caído con las crisis económicas. Hay que reconstruir las dos cosas: una mejor economía y un aparato de distribución eficaz.
J.C.B.: Usted ha nutrido su obra con la historia de su país. ¿Es, en ocasiones, un pasado abrumador para un escritor?
C.F.: Sí, puede serlo, claro. Y a veces creo que nos resta imaginación. Yo considero que el mejor corpus de ficción en la literatura actual de América Latina, es el de Argentina, precisamente porque tienen esa cantidad de templos barrocos que tenemos nosotros, y que nos exime a veces de imaginar. Ellos tienen que imaginarlo todo: tienen que inventar "El Aleph", el jardín de senderos que se bifurcan, para suplir esa ausencia. La literatura argentina es muy poderosa porque es una literatura de ausencia, de verbalizaciones de lo que no está allí. En cambio, la literatura mexicana es poderosa en la medida en que no solo actualiza el pasado, sino que lo trasciende.
J.C.B.: Usted ha dicho de la novela de Cortázar, Rayuela, "es a la prosa en español lo que Ulises a la prosa en inglés". ¿Aún siente la misma emoción por esa obra, o le parece, vista en retrospectiva, fechada?
C.F.: No, no, me parece cada vez más importante. Es una novela de fundación de nuestra literatura urbana. Cada vez más creo que nuestra posibilidad de elaborar lenguajes urbanos viene en gran medida de "Rayuela". Yo creo que, sin opacar para nada los méritos de muchos otros poetas y novelistas, la obra de Neruda en poesía y la de Cortázar en novela son los lugares donde se dan cita la multitud de lenguajes que caracterizan a la literatura latinoamericana.
J.C.B.: Usted vio una vez a Thomas Mann, y parece que tuvo un gran impacto en su vida. ¿En que consistió?
C.F.: Solamente en verlo, en sentir de cerca esa grandeza, en ver a ese hombre que escribía esas extraordinarias novelas sentado en un restaurante en Zurich, vestido impecablemente de blanco, respondiendo un poco al ideal de Flaubert: "Hay que ser un perfecto burgués en la vida pa- ra ser un verdadero revolucionario en el arte".
J.C.B.: ¿A qué obedece la división de su obra "La edad del tiempo?
C.F.: A que concibo todas mis novelas como ligadas entre sí. Hay unidad orgánica entre ellas, y el eje de esa uni- dad es el tiempo. El hecho temporal prima en mis nove- las sobre el hecho espacial.
J.C.B.: Haciendo de abogado del diahlo, esa división parece una reorganización posterior, hecha para dar la impresión de una obra concebida, desde sus orígenes, de acuerdo con un plan inicial, coherente y ambicioso, cuando, en realidad, no fue escrita de esa manera.
C.F.: A la mitad de mi obra me vino la idea, es cierto. Por el año 1975, cuando publiqué "Terra Nostra", me vino la idea de esta organización, de manera que estaba a la mi- tad de la vida, como diría Dante. No la pude concebir antes de escribirla. Tenía que tener hecho, más o menos, un 40 por ciento de la obra, y sobre todo haber escrito "Terra Nostra" para darme cuenta de las ligas orgánicas que podía existir entre todo.
J.C.B.: ¿Esa toma de conciencia cambió la forma de su narrativa?
C.F.: Sí, y no sólo la forma, sino los temas y los títulos. A partir de esa conciencia, me propuse escribir cier- tas novelas que posiblemente de otra manera no me hubiera propuesto hacer.
J.C.B.: Usted tiene fama de disciplinado. ¿No cree que uno de los peores defectos de muchos talentos latinoamericanos es la falta de disciplina, víctimas, todavía de la bohemia?
C.F.: Sí. Hay escritores excelentes en potencia en América Latina; pero un libro que se habla no se escribe, se queda en el café. Yo tengo muchos amigos brillantes, pero son se- res del ágora, son seres socráticos, que andan deambulando y diciendo cosas maravillosas, y no son capaces de sentarse a escribirlas. Cuando yo era muy chiquito, Alfonso Reyes me dijo: "La disciplina es el nombre cotidiano de la creación". Nunca he olvidado esa recomendación. Los libros no se escri- ben solos ni los escribe la inspiración. Se escriben con trabajo.
J.C.B.: ¿Cuáles son sus próximos proyectos literarios?
C. F.: Estoy publicando el conjunto de mi obra novelística, "La edad del tiempo", con Alfaguara. Y estoy preparando un tríptico de novelas sobre América Latina en la actualidad, y un libro de cuentos, "La frontera de cristal", que sucede en la frontera entre México y Estados Unidos.
J.C.B.: En "Gringo Viejo", usted decía que, más que una frontera, es una cicatriz.
C.F.: Sí, y una cicatriz que puede convertirse otra vez en herida abierta.
J.C.B.: Por último, unas preguntas políticas de rigor. El seguro sucesor de Carlos Salinas de Gortari será Luis Donaldo Colosio, quien ha prometido democratizar el sistema político mexicano. ¿Cree que lo podrá hacer?
C.F.: No. El sistema político mexicano lo vamos a democratizar los mexicanos todos. No un solo hombre. El sistema tiene un vicio de origen que es su autoritarismo. El hecho mismo como fue nombrado Colosio, candidato del PRI, revela una ausencia total de procedimientos democraticos. Es la decisi6n de un presidente que nombra al candidato de su partido, pero que no consulta la base del partido; están ahí pintados como monigotes. En un sistema muy antidemocrático en sus manifestaciones más visibles. Pero cada vez mas democrático en sus manifestaciones invisibles; en la base empieza a haber una democracia mexicana; no en la cúpula.
J.C.B.: ¿Qué piensa del llamado de atención de Juan Goytisolo y Susan Sontag en Bosnia-Herzegovina, y de la indiferencia de tantos intelectuales ante el horror?
C.F.: No debería haber indiferencia. Yo creo que todos debemos manifestarnos en torno a la tragedia de Sarajevo. Lo que pasa es que hay muchos frentes en el mundo actual. Ustedes tienen problemas inmediatos de una juventud diezmada por el narcoterrorismo; nosotros tenemos problemas terribles en la frontera americana; Estados Unidos tiene problemas tremendos de sus guetos internos y la ruptura de los lazos de solidaridad de su sociedad. Cada sociedad tiene problemas muy graves, y no es posible que todo el mundo se vaya a Sarajevo. Pero sí creo que hay que atender el llamado de Juan y de Susan, y ma- nifestarse por lo menos verbalmente en contra del genocidio.
J.C.B.: Usted apoya la legalizaci6n de las drogas. ¿Qué les puede decir a los colombianos, quienes hemos pagado los costos mas altos de ese problema que, en verdad, es mundial?
C.F.: Sí, yo creo que se van a ir ajustando las posiciones oficiales que tienen que ser contrarias a la legalización de las drogas, y posiciones de la sociedad civil que hacen notar que el combate a la droga ha fracasado, y que quizá lo mejor sea legalizar la droga a fin de acabar con el tráfico y permitirle a la gente que quiera tener acceso a la droga, como tienen acceso al alcohol. Va a haber muchos drogadictos en el mundo, pero "it's their funeral", ¿verdad? Y ya no habrá estas guerras y estas fortunas hechas a base del narcotráfico.
J.C.B.: ¿Qué opina del fracaso electoral de Vargas Llosa?
C.F.: Creo que su fracaso electoral es su triunfo como escritor. A mí me parecía terrible que un escritor del talento de Vargas Llosa se perdiera en los vericuetos de la política peruana. Qué bueno que fracasó, porque ha triunfado como escritor y podrá regresar a lo suyo. Cualquiera puede ser pre- sidente de Perú; sólo Vargas Llosa puede escribir "Conver- sación en la catedral".