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¿CONFUSIONES?

Nacionalismo o internacionalismo, una polémica vigente.

22 de noviembre de 1982

Por falta de espacio en una nota publicada en estas mismas páginas se omitio parte de un párrafo en el cual se ilustraba, con un ejemplo perfectamente claro y comprobable, sobre la relatividad de cualquier acusación acerca de internacionalismo en la pintura actual y por ende sobre la necedad de reclamar para unos artistas y de vetar para otros, con base en sus técnicas o estilos, las posibilidades de un carácter y actitud nacionalista. Decía el párrafo completo:
Paradojas de este tipo son las que hacen apenas natural que en el país se pueda dar el caso de que un pintor cubano --que vivió en su juventud en norteamérica; que trabaja al óleo, es decir, en una técnica que fue perfeccionada en Flandes; que trata el tema del paisaje el cual tuvo sus principios en Holanda; que interpreta la topografía de América Latina como originalmente lo hicieron artistas alemanes, franceses, holandeses, ingleses, españoles y estadounidenses entre los siglos XVI y XIX; y quien revela en su trabajo además de patentes deudas con el Pop y otros movimientos norteamericanos y con el Romanticismo y otras escuelas alemanas, una obviedad y una crudeza que pueden darse en todos los países-- se atreva a amonestar a los artistas colombianos por su internacionalismo y a recriminarlos por sus intereses en la creatividad contemporánea.
Pues bien, siguiendo con el tema (dada su actualidad y las no pocas confusiones que parecen existir a este respecto) si el arte implica creación, y es por lo tanto impredecible ¿cómo determinar a priori qué puede ser nacionalista o internacionalista en una obra? Ya vimos con el caso del Expresionismo que aquello que para una mentalidad estrecha puede parecer foráneo, puede igualmente con el tiempo convertirse en la más fuerte y aunténtica expresión de una cultura. Y de igual forma, lo que a primer vista puede parecer propio y autóctono, puede también a la postre desaparecer por inauténtico y ridículo, como en el caso de las 9.000 obras de 300 artistas adquiridas por el Tercer Reich con el objeto de fortalecer, mediante cursis representaciones de territorios y banderas, la errónea idea que entonces se tenía de esa cultura.
Ahora bien ¿quién pidió a los artistas Helenistas hacer un arte griego? Su intención primera fue hacer arte, sólo que siendo griegos los artistas, sus obras no podían ser sino griegas. Pero no es posible argumentar que dadas ciertas predeterminaciones y teorías con respecto a su cultura, sus trabajos hubieran llegado a convertirse en arte, sino que dado su logro como arte, dichas obras se convirtieron en la síntesis visual y en la expresión de su cultura.
En consecuencia, el arte que hacen los artistas colombianos es el arte colombiano porque no puede ser de otra manera. Intentar delimitarlo con la idea de que la colombianidad radica en hacer obras primitivas o ramplonas, o en aplicarle títulos locales, o inclusive en que las obras se concreten en unas ciertas formas y no en otras, equivale a un menosprecio de la cultura colombiana, la cual --que hasta el presente se haya comprobado-- no depende de esquivar experiencias sensoriales o de evitar ninguna clase de argumento intelectual, ni es tampoco tan débil y gratuita que al contacto con el arte de culturas diferentes pueda verse aniquilada para siempre, como asumen quienes tienen poca fe en sus posibilidades y valores.
La inmensa mayoría de los artistas colombianos de avanzada entre quienes habría que destacar (aparte de Beatriz González cuyo trabajo fue discutido previamente) a Bernardo Salcedo, Juan Camilo Uribe, Antonio e Inginio Caro, Alicia Barney, Adolfo Bernal y a casi todos los fotógrafos, realizan obras en cuyo análisis y apreciación resulta inevitable el contexto regional y las referencias a lo autóctono y lo propio. Otra cosa es que ellos hayan comprendido la inutilidad de tildar de falsas o inauténticas las formas de expresión diferentes de las suyas, porque saben que la ausencia de una perspectiva temporal iluminante y adecuada, la verdad inapelable de que cultura no es un concepto inamovible y el hecho de que el arte no esté sujeto a predicciones, hacen de estas teorías unas acusaciones altamente sospechosas.
Si para rematar, tales teorías se apoyan en una obra cuyo nacionalismo no trasciende la obviedad, entonces puede asegurarse que han sido el resultado de una reflexión equivocada, ya no solo con respecto a la cultura sino también con relación al arte y a sus conceptos inherentes de expresión honesta y de creatividad.
Eduardo Serrano