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DALI: NOMBRE DE FABRICA

En los últimos años, los gringos han pagado cifras escandalosas por obras de Dalí falsificadas.

24 de agosto de 1987

Por lo que parece, el español más conocido de Estados Unidos no es Julio Iglesias ni Plácido domingo. Contra lo que pudiera pensarse, hoy por hoy el español más popular es Salvador Dalí. No se trata sin embargo, de que haya vuelto a escandalizar con sus declaraciones entre megalómanas y simpáticas, o a asombrar con conmemoraciones insólitas como cuando intentó repetir la hazaña de Aníbal al atravesar a lomo de elefante Los Pirineos. La fama de Dalí entre los norteamericanos parece estar mucho más arraigada de lo que nadie creía, o al menos eso es lo que sugiere el hecho de que en los últimos años hayan comprado cifras meteóricas en litografías falsas de su idolo, levantando de paso intensa preocupación en el mercado del arte en general.
Lo que sí debe tener muy orgulloso al viejo maestro de 83 años en su refugio de Figueras, en España, es que por las características de las estafas, su nombre es de lejos, el más "evocador" para los compradores norteamericanos, quienes por lo visto lo identifican como el último de una especie en vía de extinción, la de los "titanes" del arte moderno. Nada más appealing que tener en la sala de la casa una litografía de alguien cuyo nombre suena al mismísimo Da Vinci del siglo XX. Lo grave es que con esta sencilla reflexión, los norteamericanos se han gastado en Dalís falsos, cantidades asombrosas de dinero, que algunos calculan en 625 millones de dólares o sea 156.250 millones de pesos, cifra realmente fantástica, aun para la imaginación de Dalí.

TERRENO ABONADO
Las condiciones de mercado tienen mucho que ver con la proliferación de obras de arte falsas. En un mundo donde un sólo cuadro se puede comprar por 9.975 millones de pesos, no resultaba nada difícil que los estafadores dedujeran que es más fácil falsificar una obra de arte que un billete de banco. Los vendedores de estos cuasi-Dalís pueden comprar las litografías falsas por 25 ó 50 dólares y luego revenderlos fácilmente por mil quinientos y aún más. La víctima típica de esta estafa es el norteamericano medio, que generalmente nunca había comprado arte, y cuya motivación en muchas ocasiones es el de hacer una buena inversión en épocas inflacionarias, eso si, en un pintor suficientemente conocido y famoso cuya posición esté bien cimentada. Las ventas se hacen en su mayoría en galerías de segunda instaladas en hoteles de primera, a donde llegan las víctimas en plan de vacaciones caché.
"Cada individuo no es esquilmado en una suma demasiado considerable, pero el total es impresionante", dice Virgilia Pancoast, directora de un servicio de autenticación de arte en Nueva York. "La gente que compra uno de estos Dalí es gente que nunca ha comprado antes una obra de arte. No se trata de sofisticados coleccionistas, sino de gente que simplemente es capaz de reconocer un nombre grande". Esa multiplicidad de pequeñas estafas es lo que ha hecho más inasible el problema por las autoridades, pues se estima que son muchas más las personas afectadas que, o no han detectado el "paquete chileno" o no quieren pasar por idiotas a la hora de denunciar el hecho. Otro factor que viene a complicar las cosas es que hasta los expertos discuten sobre cómo definir la autenticidad de una litografía.
En efecto, las ediciones genuinas de litografías comienzan con la realización de la obra en una plancha de metal o de piedra. En condiciones ideales, se imprime un número determinado de litografías, algo que el artista hace o al menos supervisa personalmente. Después de ese proceso, la plancha se destruye. Muchos de los fraudes hechos con litografías de Dalí son reproducciones sin autorización o sin supervisión de dibujos y pinturas del maestro. Pero por lo que se ve, los estafadores tienen a su favor la gran confusión que existe alrededor del concepto mismo de autenticidad de las obras. No se han conocido hasta ahora declaraciones del pintor sobre los resultados de esta insólita encuesta de popularidad, que lo coloca muy por delante de Miró, Chagall y otros cuyas "obras" se ofrecen "por toneladas" en los mercados de arte de los lugares más disimiles de Estados Unidos. Pero según el abogado del maestro en Nueva York, Michael Stout Dalí ha aceptado reunirse con funcionarios norteamericanos en su hogar para ver en qué forma puede colaborar para evitar que las estafas sigan sucediendo.
Se trata de una modalidad delictiva que en Colombia ha empezado a hacer sus primeros pinitos. Hace unos días se conocieron las denuncias del curador del Museo de Arte Moderno de Bogotá, Eduardo Serrano, según las cuales circulan en el mercado de arte cuadros falsos del impresionista criollo Andrés de Santamaría que se venden como originales, "ni pintados" para la decoración de señoras esnobistas. Los falsificadores, sin embargo, en este caso lo que hacen es imitar el estilo de Santamaría, sin tener especial cuidado por seguir sus gustos temáticos. Según Serrano, cualquier conocedor de la obra de Santamaría sabe que el pintor no solía pintar bodegones, pero como ese tipo de cuadros es el que más se vende para decorar comedores, tiene fácil salida.
Para los incautos va una clave para no dejarse "tumbar". Los cuadros de Santamaría, en cualquier caso, fueron pintados hace más de cincuenta años por lo que oler la tela es la clave: si la pintura aún conserva el aroma del óleo, su autor puede estar circulando por las calles.
El mayor escándalo en esta materia han sido los plagios de la obra del maestro Obregón, el más reciente de los cuales ha tenido un final muy como para el maestro: feliz o al menos risueño. Plagiador y plagiado terminaron de grandes amigos brindando en Cartagena, mientras los abogados siguen pensando en un juicio por falsificación.