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De cabeza

Un profesor de literatura cambia todos los esquemas de sus alumnos, en la cinta de Peter Weir.

4 de junio de 1990

Para quienes pensaban que la originalidad, el buen humor y la vitalidad estaban agotados en el cine norteamericano, aquí esta una película que deja la sensación de estar renovándolo todo.
La época, invierno de 1959. El escenario, la academia Welton, una de las más respetadas y conservadoras instituciones que funcionan en medio de bosques y lagos en la zona de Vermont. Los personajes, un grupo de estudiantes de secundaria, listo para marcharse a la universidad, educado en la concepción más rigida del honor, la decencia y la sabiduría. Durante muchos años, los retratos que llenan las paredes con los rostros de los antiguos maestros y las fotos con las distintas generaciones triunfadoras que han estudiado en esas mismas aulas, han sido los símbolos de lo respetable y lo racional. Hasta ese invierno.
Un maestro de literatura llamado John Keating (interpretado por Robin Williams, nominado al Oscar este año por un personaje cálido y sincero, mientras la película se ganaba un premio por el mejor guión original), será el encargado de remover las cenizas de los fundadores y tutores de esa institución venerable.
El maestro cae en medio de tanta seriedad y tanta compostura y su presencia es como el zumbido de un abejorro en medio del silencio del mediodía. Molesta a todos, les recuerda que la vida sigue avanzando y sobre todo les coloca ante un espejo ineludible su propia conciencia de estar ejecutando actos como si estuvieran ya formando parte de esa galería de muertos ilustres.
Keating está lleno de humor negro, imaginación, rebeldía y agresividad.
Varios años atrás él también estudio en esa academia y para que la sangre siguiera circulando, organizó lo que entonces se llamó "La sociedad de los poetas muertos", un grupo de estudiantes más preocupado por leer los clásicos y aprender a pensar, que por ilusionarse con los triunfos materiales de la vida. Se reunía en una cueva, desafiando prohibiciones y reglas, volteándolo todo al revés.
Al regresar como maestro y descubrir que en su clase existe un grupo de siete muchachos que quieren ser ellos mismos, siente que la rebeldía de entonces está siendo renovada.
Keating tiene un lema curioso, "Carpe Diem", es decir, aprovecha el día. Que cada jornada de la vida se convierta en algo extraordinario, que cambie el orden de las cosas, que subvierta lo establecido y aceptado. Que sea un golpe a la razón y a la seriedad.
La película sigue paso a paso durante un año ese proceso, esas relaciones que surgen entre un maestro que utiliza los métodos más escandalosos y estos siete estudiantes para quienes la vida ha dado un vuelco, para quienes los libros dejan de tener importancia porque lo que interesa es escuchar y aprender, seguir los gestos de ese hombre inquietante que los excita y sacude.
Por eso las venerables paredes, los respetados profesores se asustan cuando descubren o saben que los muchachos se han subido a los pupitres para mirar el mundo desde otra perspectiva; que bajo el intenso frío dan vueltas en el patio que se reúnen en una cueva a leer poetas clásicos; que el saludo de cada día es un grito de Keating con un verso de Walt Whitman; que los libros están siendo desgajados porque se convirtieron en objetos inútiles.
Para los alumnos de Keating ese será un curso definitivo y a través de una frase inculcada por el alocado maestro, "Seamos lo que somos", los muchachos van madurando ante la mirada escandalizada de los demás maestros y directivos.
Cuando el espectador descubre que los jóvenes están cambiando de actitud ante la vida y ellos mismos, cuando el público en la oscuridad de la sala siente que la muerte se convierte en el elemento ritual para lavar la culpa de todos, entonces la sensación de encontrarse ante una película madura y sensible, honesta y personal se generaliza y borra durante algunas horas las imágenes de otras películas miradas recientemente.
El director Peter Weir es australiano y trabaja en Hollywood. En su carrera hay excelentes películas, como Picnic at Hanging Rock, "La última ola", The plumber, "Gallipoli" (un auténtico clásico), "El año que vivimos peligrosamente", Testigo en peligro" (con el muchachito Amish que presencia un crimen) y "La costa de los mosquitos" -que nunca llegó a Colombia. Con "La sociedad de los poetas muertos", este realizador ha logrado una de las mejores películas de los últimos 10 años, quizas más.-



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